Por Félix Cortés Camarillo
No tengo duda de que la competencia de pulsos, que nosotros conocemos como vencidas, son de los juegos físicos más primitivos del ser humano, cuando asumió el instinto animal de mostrar la superioridad de su fuerza frente a la de otro. Deduzco, y el envidiable Yuval Noah Harari, que es un genio autor de Sapiens y de Nexos y tiene 34 años menos que yo, no me dejará mentir, que tal vez el poblador de los primeros asentamientos mostraba su fuerza levantando peñascos. O lanzándolos. Pero para medir uno frente al otro la fuerza, se inventaron las vencidas.
Cuando este choque de fuerza física se traslada al campo de la política, que quiere decir simplemente el campo del poder, algo anda mal en la sociedad que lo tolera y lo fomenta. En la evolución de las especies, hemos avanzado gracias a nuestra capacidad de adaptarnos, ceder y conceder. Eso es la esencia de la civilización, y la única esperanza de que la inteligencia artificial no acabe con nosotros. Debiera, entonces, ser la esencia de la cosa pública.
México está inmerso hoy en un enfrentamiento estéril del poder ejecutivo con el judicial.
Eso,en sí, no es de alarmarse: la división que nos heredaron los franceses de los poderes políticos en tres diferentes cajones del mismo mueble, presupone que uno de ellos controla a los otros dos y limita sus excesos; por lo tanto, sus roces -e incluso choques- son previsibles, inevitables, e incluso sanos. Se presume que la civilidad debe avanzar con ellos.
Esa entelequia que llamamos democracia contempla esa mecánica, y tradicionalmente se manfiesta en choques entre legislativo y ejecutivo. La historia de los Estados Unidos, Gran Bretaña o Europa Occidental abunda en ejemplos; Churchill nos ha contado de ello. La suprema autoridad, esto es el poder judicial a su máxima expresión, ha entrado muy poco a esta competición imbécil de las vencidas. Siempre, como pasa con los vecinos del Norte, para poner orden.
México, a partir del cuatrote, se cuece aparte.
Un par de factores lógicos del desarrollo social del país condujo, irónicamente, a una etapa de retroceso político que originalmente se pretendía aniquilar: la concentración del poder en un Ejecutivo omnipotente, mañoso y eficiente, que Vargas Llosa bautizó con acierto como la dictadura perfecta.
Pues bien, la dictadura imperfecta que nos dejó Lopitos y avala la presidente Claudia, se encuentra zambullida en un reto de vencidas “a lo mero macho” en el tiempo de mujeres, que dice doña Claudia, entre el poder ejecutivo y todos los poderes judiciales. No solamente la Supema Corte de la Nación, que es la cabeza visible a subyugar. Estamos hablando de todo un sistema que comienza justo ahí donde, en lo criminal, el policía termina su trabajo: comienza con el ministerio público, los jueces calificadores, los fiscales y los defensores de oficio, todos los jueces (de paz, mercantiles, civiles, penales, de distrito, etc) hasta los ministros de la Supema Corte y lo que se me quedó en la memoria.
En este juego de vencidas, la señora presidente Claudia tomó la opción de seguir la ofensiva de su antecesor y padrino: destruir por entero al Poder Judicial. Refundarlo a su imagen y semejanza. Sí, como Diosito.
Contando, desde luego, con la complicidad del otro cajón que -supuestamente- tiene la misma función de evitar abusos de poder. Los jueces menores, en su muy digno papel de víctimas, han lanzado amenazas y argumentos que pueden generar simpatías pero tienen poco sustento legal.
En las vencidas, desde el Homo Sapiens de Yuval Noah Harari, el que gana es el más fuerte, aunque no siempre quiera eso decir que es el mejor. Los vencidos somos otros, los de menos fuerza.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO, (Mientras me definen si son peras o los mismos olmos de antes): En la exposición de ayer de los ingresos monstruosos de los jueces y juezas, la secretaria de Gobernación Rosa Icela Rodríguez, incluyó todos los apoyos que se les da, desde las secretarias, gasolina del carro, hasta el papel de baño que usan para suma sumando dejar a la pobre señora presidente Claudia en desventaja, como si ella pagara su Super. Es tan simple el recurso, que da lástima.