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El arte de sanar más allá del cuerpo: el alma

Por Juan Manuel Lira

Dr. Juan Manuel Lira, médico especialista, ex titular de la Unidad de Atención Médica del IMSS

En México, el 23 de octubre se celebra el Día del Médico. Esta fecha conmemora la fundación de la primera cátedra de medicina en el Colegio de San Carlos el 23 de octubre de 1833. Sin embargo, más allá de una efeméride, este día nos invita a reflexionar sobre lo que realmente significa ser médico, más aún en los tiempos que vivimos.

La vida de un médico es mucho más que diagnósticos y tratamientos. En la fría impersonalidad de un consultorio o un hospital, a veces olvidamos que la medicina no es solo ciencia ni se limita a procedimientos o fórmulas. Hemos caído en la trampa de pensar que un médico es un técnico, que sabe qué fármacos recetar, qué estudios pedir o que cirugía realizar. Pero al hacerlo, dejamos de lado lo más valioso: el alma de la profesión. Y con ello, el alma de quienes dependen de ella.

Una obra que captura a la perfección esta esencia perdida es «Médico de cuerpos y almas», de Taylor Caldwell. A través de su relato, caminamos junto a San Lucas, el evangelista y médico, que no solo buscaba curar cuerpos, sino también tocar corazones. Para él, la medicina era mucho más que sanar físicamente. Era un llamado a aliviar el sufrimiento humano en todas sus formas. No bastaba con restaurar la salud del cuerpo; su mayor preocupación era devolver la paz a las almas de aquellos que sufrían. En cada paciente veía algo más que síntomas o dolencias. Veía a una persona con sueños, miedos y, sobre todo, con un profundo deseo de ser escuchada y comprendida.

Hoy, lamentablemente, hemos perdido gran parte de esa visión. El médico moderno, con demasiada frecuencia, está atrapado en la burocracia, en los tiempos apremiantes y en la tecnología que, aunque avanza a pasos agigantados, nos está alejando de la esencia humana de la medicina. Los consultorios y hospitales se han llenado de diagnósticos rápidos y tratamientos estandarizados. En medio de esa prisa, el paciente se convierte en un número más, en una enfermedad a tratar, y no en un ser humano al que tenemos que comprender.

Pienso en Lucas caminando por las calles de piedra del Imperio Romano, encontrándose con personas que, más allá de sus dolencias físicas, estaban desesperadas por ser comprendidas. En aquellos tiempos, la medicina no tenía la tecnología ni los avances de hoy, pero Lucas sabía que la cura no residía sólo en lo que las manos podían hacer, sino en lo que el corazón podía ofrecer. Esa es la lección que deberíamos recordar: el médico no es únicamente un sanador de cuerpos, es también un sanador de almas.

Hoy, la compasión y la empatía se han vuelto bienes escasos. La relación médico-paciente, que debería ser un acto de comunión y confianza, ha sido sustituida por breves interacciones, por pantallas que intermedian las conversaciones, y por una distancia emocional que empobrece el acto de sanar. Los médicos, presionados por las exigencias del sistema, en muchos casos han olvidado su misión más fundamental: ver al ser humano detrás de la enfermedad.

En la vida de cada médico llega un momento crucial en el que se toma una decisión: ¿seremos aquellos que sólo recetan, diagnostican y se van? ¿O seremos los que, como Lucas, entienden que la medicina es, en esencia, un acto de amor profundo por la vida humana? Porque la verdadera sanación no se logra con medicamentos o tratamientos, se logra con la capacidad de conectar con el otro, de acompañarlo en su dolor y devolverle la esperanza, aún en las circunstancias más difíciles.

Lucas lo sabía. A veces, lo que más necesita un paciente no es una cura inmediata, sino la certeza de que su vida importa, de que no está sólo en su sufrimiento. El verdadero arte de la medicina radica en la capacidad de escuchar lo que no se dice, de entender el dolor invisible que no aparece en ninguna radiografía ni análisis de sangre. Y ese arte no se aprende en los libros ni se mide en estadísticas. Es un don: la capacidad de ver al otro en su totalidad, de abrazar su enfermedad, y también su humanidad.

Los médicos no debemos ser sólo técnicos eficientes. Necesitamos ser faros de luz, capaces de ver más allá de los síntomas, de escuchar con el corazón. Porque, al final, lo que perdura no es sólo el cuerpo que sanó, sino el alma que fue tocada.

Nuestro sistema de salud necesita médicos que, como Lucas, entiendan que su labor no puede quedarse en la superficie. Porque lo que perdura no es el cuerpo que sanó, sino el alma que fue cuidada. Cada paciente que entra en un consultorio o en un hospital lleva consigo más que una enfermedad. Lleva sus miedos, sus dudas, su historia. Y es deber del médico tratarlo y acompañarlo. Es también deber de las autoridades entender y apoyar a sus médicos, quienes, en medio de la adversidad, mantienen viva la esencia de esta noble profesión: la de sanar cuerpos y almas.

En un momento en que nuestro sistema de salud está atravesando tiempos difíciles, es vital recordar que, antes que nada, el médico es un guardián de la vida. Su misión además de aliviar el cuerpo, también es atender el alma.

Fuente:

// Con información de SPR

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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