El cempasúchil ha alcanzado su altura máxima, entre 1.20 y 1.30 metros, tras casi cuatro meses de haberse sembrado; eso es indicador de que la fiesta de Día de Muertos está por llegar.
Por ello la alfombra naranja que cubre la Tierra de los alrededores del municipio de Copándaro de Galeana, Michoacán empieza a cortarse.
“La cosecha es a partir del 25 de octubre para estar listos con la flor para los altares o los panteones”, dice a MILENIO Baltazar Cortés García, uno de los tantos agricultores que aprovecha la temporada de los fieles difuntos para producir la flor que distingue a la festividad mexicana.
“Aquí, en Copándaro, tenemos un lema, y así como se dice que Michoacán es el alma de México; nosotros decimos que Copándaro es el color de Michoacán, por cómo se pinta de naranja el campo en esta temporada”, dice orgulloso el agricultor.
Añade que en el municipio y sus alrededores “también sembramos la garra de león, que igual se conoce como terciopelo o mota, solo que preferimos llamarla garra de león, para no decir que sembramos mota —dice con cierta picardía— y la nube”.
En medio de su sembradío destaca que las flores para honrar a los muertos son importantes generadores de la economía del municipio.
“Antes de que empecemos con la cosecha, a partir del 18 de octubre celebramos la Feria de la flor, entonces la gente viene a los campos, se toman fotos, porque los adornamos con catrinas o algunos elementos que refieran al Día de Muertos. En el poblado se ponen puestos, se venden quesadillas, refrescos o el tradicional pan y ya hay hasta mojitos de cempasúchil, porque cada año se va innovando; lo bueno es que hay trabajo para todos. La mayoría de los habitantes se contratan para el corte de la flor, pues no nos damos abasto”.
Al hablar del precio del cempasúchil, Baltazar precisa que son varios factores los que se consideran para su venta.
“Todo depende de qué elementos requerimos a lo largo de su proceso, pues hay ocasiones en que necesita de nutrientes, aunque la Tierra de aquí es muy fértil, por eso cuando no es temporada de flor, sembramos, calabaza, cilantro, col, de todo, porque todo se da; la única amenaza son las lluvias o las granizadas”.
Este año, el clima favoreció la siembra, y todo está listo para la cosecha, que lo mismo trasladan a Apatzingán que Querétaro, Uruapan e incluso Ciudad de México; aunque Baltazar explica que a muchas personas les gusta vivir la experiencia y visitan los campos.
“A mucha gente de los alrededores le gusta venir al campo por sus flores, ya sea para su consumo o bien para la venta, así que aquí a pie de mata vendemos desde un manojo hasta 50, 300, o 10 mil, los que el cliente pida”.
Da luz a las muerteadas en Oaxaca
El cempasúchil está por llegar a la capital oaxaqueña, pues es elemento fundamental en las festividades que distinguen al estado en el Día de Muertos.
“La flor adorna el camino de la banda de música de viento hacia el panteón, los altares y por supuesto los panteones”, dice Ursula Anaya, guía de turistas en Oaxaca al compartir a MILENIO cómo es la tradición en esa entidad.
“El Día de Muertos es una celebración cultural de gran importancia en Oaxaca, empieza el 31 con la ida y velada en el panteón, donde se reparten tamalitos de mole y lo que le gustaba al difunto, el mezcal, la cervecita, el cigarro”.
Frente a la iglesia de Santo Domingo, donde se venera a la virgen de la Soledad, la experta sigue con la explicación de la tradición oaxaqueña.
“El 1 de noviembre se pasa en casa, pues se tiene la creencia de que los difuntos vuelven al hogar, donde ya están los altares, la mayoría con 7 niveles que representan los niveles del Mictlán —el viaje espiritual del alma desde el inframundo hasta la resurrección—. En los altares, el pan de muerto es esencial y muy representativo de la fecha, se distingue porque tiene una calaverita de masa, que representa al alma de nuestro difunto. Otro elemento importante en la ofrenda es el arco de caña que se decora con el cempasúchil y representa el trance del Mictlán a este espacio terrenal”.
El mole, el guajolote, la carne de cerdo y los frutos de la temporada también son parte de la escena y de los mitos de la tradición.
“Se tiene la creencia que después de la celebración, los alimentos han perdido su sabor, pues los muertos se lo han llevado”.
La fiesta en honor a los difuntos se replica por las calles de la capital oaxaqueña.
“En oaxaca tenemos las muerteadas es una especie de comparsas con catrines, catrinas, brujos o entes que dan miedo, siempre van acompañados de la banda de música de viento; y ya por la noche del día 2 se vuelve al panteón para despedirse de los difuntos”, explica mientras una inmensa catrina se dibuja a unos 50 metros de la iglesia.
La gente que va en camino a sus casas, a una cita o saliendo del trabajo percibe la imagen y se detiene frente a la inmensa pared donde se lee la frase “El sabor nunca muere”, rodeada de cempasúchil, que dos catrines custodian.
Se trata del festejo con el que La costeña se une a la celebración de Día de Muertos.
“Desde hace 9 años tenemos esta tradición. Cada año manejamos un concepto diferente, siempre respetando la esencia de la festividad; este año lo hicimos destacando cómo a través de los momentos vividos y las enseñanzas que nos han dejado nuestros difuntos, ellos se mantienen vivos. Y así los honramos”, explicó a MILENIO, Ana Belén Díez, directora de marketing de La Costeña.
El grupo que observa la imagen que se reproduce en la pared ha crecido sustancialmente, pero entre ellos se distingue la chef Lula Martín del Campo, embajadora de la marca, quien escucha la última frase de la guía.
“Nuestra tradición de Día de Muertos es muy bonita y atrae mucho turismo extranjero, en esos días llegan cantidades que llevamos al panteón o se suman a las muerteadas”.
Pone color y sabor a la Cena Negra
En San Miguel de Allende, el cempasúchil adopta la forma de corazón para convocar a la Cena Negra en Matilda, una fiesta que nació hace 11 años y ya se hizo tradición para celebrar el Día de Muertos.
“Es una idea de Bruce James, socio-director de Hotel Matilda. Bruce vio una oportunidad única de combinar la gastronomía contemporánea con una festividad tan icónica como el Día de Muertos”, dice Maggie Arias, gerente de operaciones de Matilda, al iniciar la entrevista con MILENIO.
“En ese momento, San Miguel de Allende no era un destino conocido para estas fechas, y la Cena Negra se convirtió en una manera de resaltar la tradición a través de la cocina, al mismo tiempo que promovía la ciudad como un lugar para celebrar este día tan especial. Con los años, la tradición ha crecido y San Miguel se ha vuelto un destino clave para esta festividad”, por lo que en el zócalo del poblado es común ver a infinidad de maquillistas complaciendo a los turistas al transformarlos en catrinas o cualquier diseño con el que desean celebrar la fiesta.
En Matilda, la costumbre es muy especial; pues aunque el tema medular es la gastronomía, hay una combinación de elementos que se funden para lograr todo un concepto basado en la tradición mexicana.
“Nuestra celebración de la Cena Negra incluye varios elementos clave del Día de Muertos: el arte, la gastronomía, la música, el tequila, el mezcal, y por supuesto, la alegría y la tradición. Nuestros huéspedes, con sus atuendos de catrinas y catrines, son una parte fundamental del evento. Año tras año, nos sorprenden con sus vestimentas elaboradas y creativas, lo que añade un toque especial a la noche”, explica la ejecutiva.
Ellas y ellos se pasan la mayor parte del día produciendo su maquillaje, peinado y vestuario para estar a tono con lo glamoroso de la Cena Negra que cada año sirve un reconocido chef. Este año el protagonista será el chef Ricardo Muñoz Zurita.
“La Cena Negra es una celebración de la vida, en la que honramos la memoria de quienes ya no están, mientras disfrutamos la compañía de los que seguimos aquí. Servimos un menú tradicionalmente en tonos negros, es una experiencia culinaria inolvidable, en la que se fusiona la tradición y modernidad que caracteriza a Hotel Matilda”, precisa la ejecutiva al hablar de la cita que tienen el 1 de noviembre.
Imagen portada: Archivo