De pluma incomparable, el escritor británico tuvo ese raro genio de escribir historias de fantasía que se transformaron en mitología moderna.
Por Julio Hubard
Creo que fue O. Spengler quien dijo que solamente había dos personajes de mitología moderna: Don Juan y Fausto. Eso no significa que otros personajes sean menores, sino que esos dos pueden ser escritos por muchos autores sin pertenecer a ninguno. Sólo un burro creería que puede tomar a Don Quijote sin Cervantes, o a la señora Bovary sin Flaubert, o a Tartufo sin Molière.
Pero hay un caso inverso: Herbert George Wells. La máquina del tiempo, El Hombre invisible, La guerra de los mundos, y otras obras suyas se han alzado como mitos de la era moderna: prácticamente no hay atarantado que desconozca esas historias, en versiones directas o refaccionadas, incluso tergiversadas. Es decir: se comportan como los mitos de la antigüedad: una versión en Mileto, otra en Corinto; unas en griego, otras en latín, y dejan un sentido convergente, sin importar cuántas manos redactaron sus versiones. Como ningún otro autor, Wells tuvo ese raro genio de escribir historias de fantasía que se transformaron en mitología moderna. Y, por más que con el tiempo se leen menos sus libros, sus historias no desaparecen ni se apagan.
Eso vio Borges y lo compara con Julio Verne, pero halla “infinitamente superior” a Wells. Tal vez no sea injusto decir que Verne fue un gran narrador de futuros, pero Wells es y seguirá siéndolo. Quizá porque su fantasía no está amarrada a los objetos ingeniosos sino a una idea que los articula en una lucha sin fecha de caducidad. Wells quiso siempre ofrecer una defensa de la civilización, en plena “carrera entre la cultura y la catástrofe”.
Por lo visto, este signo suyo, de sus obras, era igualmente perceptible en su persona. Alfonso Reyes lo llama “obrero del bien”, después de platicar con él, en Madrid. Martin Gardner comienza un recuento de sus obras con una semblanza personal: “Para Wells, la razón y la ciencia eran herramientas con las cuales la especie humana, a medida que, lenta y penosamente, emerge de su pasado animal, construye una cultura mundial libre de superstición, guerra, pobreza y enfermedad. A este movimiento le llamó «conspiración abierta», para distinguirla de las conspiraciones cerradas, clandestinas, de los movimientos radicales inspirados por Karl Marx”.
Y por supuesto, el testimonio de G. K. Chesterton, que quiere pasar como otra de sus feroces críticas y, como otras veces, en realidad es un encomio entusiasta. Hace creer al lector que va a destruir a Wells y, tras calificarlo de pensador humilde, gira y dice: “solamente el hombre humilde hace las grandes cosas; las cosas osadas, y es al humilde a quien se le revelan los asuntos más sensacionales… Lo más interesante de Mr. H.G. Wells es que es el único en su generación de brillantes contemporáneos que no ha dejado de crecer”, con un constante y gradual cambio de opiniones. En obvia referencia a La máquina del tiempo, dijo que Wells “antes sostenía que las clases altas y las bajas serían tan distintas en el futuro, que una clase se comería a la otra”, pero fue cambiando su idea por una mucho más sensata: ambas clases se asimilarían en una suerte de clase media, formada principalmente por ingenieros.
En efecto, La máquina del tiempo es de 1895, todavía una novela cientificista, en la que un personaje sin nombre, llamado Viajero del Tiempo, llega a este mismo mundo, pero 800 mil y pico de años en el futuro. Wells era socialista fabiano y estudió biología, y no iba a caer en ingenuidades respecto de la evolución de las especies: se toma el tiempo suficiente para un salto evolutivo. Pero si no cae en ingenuidades, sí en errores y, en específico, en ese error de contagio marxetero de suponer que la clase socioeconómica tiene, o genera, alguna suerte de ontología y, de ahí, biología.
En la novela, el Viajero especula que los obreros evolucionaron en los morlock, seres simiescos y subterráneos que mantienen activa la maquinaria necesaria para la vida de la otra especie y su comida: los eloi, descendientes de los ricos y suertudos, que llevan una vida de completa molicie. Estos pequeños eloi le parecieron “criaturas muy hermosas y gráciles, pero increíblemente frágiles. Eran estrictos vegetarianos… En el vestuario, y en todas las diferencias de textura y porte que actualmente diferencian a los sexos entre sí, estas personas del futuro eran iguales… Nunca conocí personas más indolentes o más fácilmente fatigadas”.
Wells se equivocó en el tiempo: los eloi ya pululan por los campus universitarios; publicó MILENIO.