Hace 12 años, Luis Barrios estaba en el cine viendo Savages, un bodrio donde tres cultivadores de mariguana de California le declaran la guerra a un cártel mexicano que pretende apoderarse de su negocio. “En ese entonces, la libra de mota (453 gramos) en Estados Unidos costaba 12 mil dólares y, como ya no la veía venir en mis finanzas, empezó a rondarme la idea de cultivar”, dice, luego de darle un trago a la cerveza artesanal; publica MILENIO.
Luis tiene 54 años. Mantenía con dificultades una comercializadora en la Ciudad de México hasta que la mariguana le cambió la vida. Estamos a una calle de ‘AgroEcología Sostenible Torus’, la asociación civil cannábica que fundó en plena pandemia y cuyo modelo de producción podría disminuir al mercado negro, si el gobierno se lo propusiera.
Decía que, si Savages fue la primera señal, el segundo indicio vino días después. Fue en Cancún, durante una boda. “Conocí a un famoso cultivador gringo que me dio su tarjeta; pensé que era mucha casualidad”. El tercer y último mensaje del destino vino con el reencuentro que tuvo con otro estadounidense que trabajó en un after hour que Luis regentó en Los Cabos un par de años atrás.
“Nathan vivía en San Diego y se había involucrado en el negocio cannábico. Cuando le platiqué mis intenciones de poner un invernadero, me preguntó: ‘¿Quieres un Ferrari o un Volkswagen?’”.
Entonces compraron el mejor equipo para la siembra hidropónica y empezamos a cultivar “de manera ilegal”. Diez años después y luego de varios emprendimientos cannábicos que fracasaron, o que están detenidos por la falta de reglamentación de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), Luis no se ha hecho rico ni es su objetivo realmente.
Pero ha aprovechado los vacíos legales para autorregularse y ahora produce mariguana legal. Ofrece a sus socios ‘retirar’ –en este esquema, la operación no es compra sino ‘retiro’ o ‘traspaso’ – algunas de las mejores cepas mexicanas sembradas en exterior en sembradíos de Guerrero, o en un invernadero en Morelos. Está vendiendo el gramo a los costos más bajos de la Ciudad de México. Hoy AgroEcología Sostenible Torus es la única asociación civil en el país que cultiva marihuana legal y, además, tiene una suerte de dispensario donde todo es narco ‘free’.
A diferencia de los clubes cannábicos diseñados para (re)vender o para reunirse y fumar por una “cooperación”, Torus no promueve el consumo; destina un porcentaje fijo de las ganancias a los cultivadores; ayuda a la comunidad rural de Hueyáhuatl, Guerrero, donde Luis tiene los cultivos de exterior; sanea tierras para cultivar cacao y café; se asocia con artesanos para elaborar, con la flor de la mariguana, comestibles, jabones, pomadas y otros productos a precios de productor.
Al usuario lo deriva con médicos especialistas, en caso de solicitarlo, y lo asesora para tramitar ante la Cofepris el permiso para sembrar, consumir y transportar cannabis; por si fuera poco, cuentan con la guía de Alejandro Domínguez, mejor conocido como ‘El Zaiko Webs’, el sommelier de mariguana más exacto de la ciudad.
Luis ya ha dado cuenta de su modelo de legalización a la presidenta Claudia Sheinbaum: le envió una carta apenas hace unos días, para explicarle su modelo de negocio que reduciría el mercado negro y blanquearía la mariguana. Pero ya me estoy adelantando otra vez. Debe ser la cerveza. O quizá la mota.
Los clubes y dispensarios cannábicos que llegaron en la pandemia
En la última celebración del 4:20, el 20 de abril de 2024, mientras decenas fumábamos nuestros caños frente al Ángel de la Independencia, me acerqué a la carpa de Torus. Ofertaban, por 100 pesos, encargarse de los trámites burocráticos para obtener el permiso con el que podemos ejercer nuestro derecho constitucional de cultivar, transportar, convertir y consumir cannabis. Y me apunté porque, desde 2020, cuando el tema de la legalización empezó a destrabarse en la Corte, han propagado vivales que tramitan el amparo y que cobran como si a uno lo estuvieran sacando de prisión.
El joven encargado me contó que Torus no era un dispensario ni un club cannábico, pero que cultivaban en la sierra de Guerrero; que eran una asociación civil sin fines de lucro; que había sido creada por un grupo de activistas, convencidos de que legalizar la mariguana en México tiene que ser bajo un modelo ‘socialmente responsable’.
Me dijo que, una vez que entregara copia de mi identificación oficial y del RFC para finalizar el trámite ante Cofepris, me darían más informes. Creyente de que en el posneoliberalismo nuestro de cada día no existe empresa, institución o persona socialmente responsable, supuse que Torus era algo semejante al par de clubes y a los dispensarios que conozco, los cuales abrieron en plena pandemia, pese a que aún no son legales. Y que funcionan para lo que son: vender la mariguana que llega desde hace tiempo por tres vías a la capital: Estados Unidos, Sinaloa y Jalisco.
Incluso los apenas cuatro espacios públicos chilangos que existen, pensados por los activistas fundadores para el derecho al consumo, han acabado tragados por el mercado negro. Por eso empecé a cultivar en casa un par de plantas. Y por eso necesitaba el permiso. Así que fui a Torus a entregar mis documentos.
Una boticaria que no tiene vitrinas apantalla pachecos
Si no fuera porque en la entrada al edificio cuelga un pequeño timbre con el nombre de la AC, hubiera pensado que ni la asociación ni el número 3 de la calle San Bernardino existen. Ahora sé que esa es la idea: “Somos productores, pero no fomentamos el consumo”, aclara Luis cuando lo entrevisto en una cervecería de la Ciudad de México.
Meses antes, Axel me recibe y me guía por las escaleras hasta el segundo piso. No se lo digo, pero desde antes de llegar ya huele a madera quemada, a tierra mojada, a frutos cítricos, a ramos de flores recién cortados, a la turbosina. O sea: a los olores que producen los terpenos, los compuestos aromáticos más abundantes en la flor del Cannabis sativa y que sin ellos no se podría explicar el tufo a zorrillo de las plantas.
“¿Venden mota?”, le pregunto a Axel, un joven blanco sin la actitud hegemónica del hombre blanco. “No vendemos, hacemos ‘traspasos’”, responde y esclarece que un traspaso significa que el socio puede retirar los gramos de mariguana que quiera al costo de producción. Pero eso lo puedo hacer hasta que me registre en su lista.
Una vez hecho, Axel me pasa a una sala detrás de una puerta de cristal y cuya decoración parece más la de una boticaria que un dispensario apantalla pachecos. Ya saben: donde la flor es exhibida en frascos repletos y exagerados. Aquí también tienen toneles considerables, como para cinco kilos. Pero esos no los enseñan. No es su política. Aquí cada cepa es mostrada en insignificantes recipientes. Las diferencias de los tres tipos de cultivos que producen (exterior, invernadero e interior) son los nutrientes, así como las horas de humedad y de luz artificial.
El amo y señor de la boticaria es El Zaiko Webs, quien hace apenas un tiempo dirigía, producía y doblaba la serie animada de Mr. Bean. Nació a mediados de la década de los ochenta en Nueva York, donde estudió en una primaria bilingüe. Con sus compañeros de clase, algunos de ellos hijos de millonarios, probó la mariguana y, sobre todo, conoció el negocio. Su carrera de ‘drug dealer’ se pausó porque, cuando tenía 13 años, su familia se regresó a México. Acá lo inscribieron en una secundaria hippie y le sacó provecho a su conocimiento del mercado cannábico.
“Así como vendía, fumaba”, dice El Zaiko Webs. “Entonces me puse a leer sobre mariguana y, con la práctica que gané por vender, aprendí a detectar lo que necesita cada usuario”, dice mientras saca un enorme tonel de la Kali.
Es una cepa púrpura que me recomienda para la ansiedad, cultivada en exterior y cuyo costo por gramo está en 10 pesos. Las cepas de invernadero están en 20 pesos el gramo y las de interior en 65 pesos. Ni en Tepito. No se diga en el barrio fresa donde vivo. Y si no, que le pregunten al historiador Froylán Enciso, quien en 2019 estudió metódicamente el mercado de la marihuana en el país y publicó el Índice mexicano del precio de la marihuana. En la Ciudad de México, el gramo más barato, en promedio costaba 18 pesos. Hoy ronda los 25 o 30 pesos.
Una siembra de mariguana que requiere del pago de un ‘impuesto’
Hace 12 años, decía, Luis y su amigo Nathan compraron el mejor equipo que existe e instalaron un pequeño invernadero a las orillas de Cuernavaca. “El problema que nos topamos fue que no había insumos”, dice Luis. Es decir: ni semilla, ni buena tierra, ni luces adecuadas, ni fertilizantes orgánicos. “Y comprar en Estados Unidos nos salía caro. No era negocio”.
Pero Luis es de los que ve oportunidades donde otros ven contratiempos y abre una tienda de insumos: ‘Mundo Verde’. “No mames, ahí compré mi indoor en pandemia”, le digo a Luis y, mientras brindamos por la grata coincidencia de haber adquirido mi equipo para cultivar mariguana, me platica que no fue fácil montar las ochos sucursales de ‘Mundo Verde’. “Recorrí diferentes expos cannábicas en el mundo –Barcelona, Praga, Colombia, Uruguay y varias ciudades de Estados Unidos–, buscando calidad al precio más barato. Terminé yendo a China a comprarlo 70% más económico”.
Luis conoce a un “chavito” en Monterrey que desarrolla una aplicación para monitorear los cultivos. A la par de que hace negocio con el regio, en España contacta al acaparador de la semilla de cannabis, porque en México, aunque usted no lo crea, aunque este país lleva más de 100 años sembrando mota a granel, es más fácil comerse un ‘rack’ de cordero de Nueva Zelanda que comprar aquí una pepa de mariguana feminizada. Es decir: una semilla hembra que garantiza el crecimiento de la flor.
A la par de hacer tratos con el cacique español de la semilla, abre una procesadora de fibra de coco para producir sustrato premium. A la par de que produce el sustrato para el cultivo, obtiene el permiso para importación de CBD. Un permiso que sólo tienen cinco empresas en México. Entonces sale en busca tierra dónde sembrar. Va a Badiraguato, el ombligo del narcotráfico. Pero eso de lo ‘socialmente responsable’ no le resuena a la población; menos a los narcotraficantes. Casi sale huyendo.
“Entonces me contaron de Hueyáhuatl, en Guerrero, y subí a hablar con los cultivadores. Les propuse incorporar tecnologías y herramientas avanzadas para mejorar la calidad de sus cultivos, aumentar la producción y reducir gastos; les prometí comprarles cada kilo a un precio mayor a lo que ellos lo venden”.
Hueyáhuatl es apenas un manchón que históricamente cultiva amapola y mariguana. Queda hasta la punta de la montaña, donde dicen que es tan fértil la tierra que hasta las mentiras crecen.
–¿Y cómo has sorteado a los grupos criminales? –le pregunto mientras le doy un buen trago a la cerveza dark y me apendejo.
–De unos años para acá, al cártel que controla esa zona se le paga un ‘impuesto’ por cada kilo que uno baje. Yo siempre “declaro” los 15, 20 kilos que me traigo cada mes, mes y medio. Con el cártel no se juega.
En esas anda Luis, cultivando, cuando llega la pandemia. “Y pues valió madre todo”, resume con esa voz ronca del fumador que no alcanza un alto decibelio. Entonces tuvo que recortar gastos. “Y seguí cultivando en Huayáhuatl. En la pandemia mucha gente consumió mariguana”.
En pleno confinamiento se discute la regulación en el Congreso. ¿Qué hace Luis? “Apoyé el plantón frente al Senado y me metí de lleno para legalizar la cannabis. Sin buscarlo, participé en el parlamento abierto, los medios me entrevistaban. Me volví un personaje público”.
Pero (siempre hay un pero porque de lo contrario no hay historia):
–La legalización no pasó y los grupos del plantón se dividieron. Les dije: “¿Saben qué? Ahí se ven, yo ya estoy cultivando y veré cómo me las arreglo”.
—¿Y cómo te las arreglaste?
—Pues no me las arreglé, pero amparado en el artículo 9º constitucional, que dice que “no se puede coartar el derecho de reunirse o asociarse pacíficamente para cualquier objetivo lícito”, se me ocurrió un modelo donde la prioridad sea el derecho al consumo, pero con justicia restaurativa. No sé si es lo ideal para México. La presidenta seguro debe tener un mejor diagnóstico que cualquiera.
“Pero el esquema californiano, basado en el cobro de impuestos exorbitantes, no es lo más viable en nuestro país. En California ese esquema ha permitido que el mercado negro obtenga más ganancias que el mercado legal. Ojalá que la presidenta Sheimbaum legalice la mariguana al final de su sexenio. Cualquiera en su lugar haría lo mismo. Por ahora no queda de otra que autorregularnos”.
Reivindicar el trabajo digno en torno a la mariguana
Entrevisto al equipo y me disecciona qué es Torus. “Es un modelo de autorregulación ante la falta de un reglamento, pero la venta en sí no es nuestra intención”, dice Daniel, un joven treintañero que está certificado ante la Asociación Mexicana de Estudios en Cannabis (AMEC). Es dueño de ‘Toquecito’, un perrito shih tzu que le hace justicia a la creencia china de que perros de esa raza parecen alfombras vivientes. Pero dejemos que hable Daniel:
“Buscamos ejercer el derecho a consumir a través de la justicia reparativa de la comunidad donde cultivamos. Donamos a Hueyáhuatl 20% de lo que recibe la asociación de sus socios. Equipamos con internet y mobiliario una escuela y queremos hacer lo mismo en las seis comunidades alrededor; y como pretendemos contribuir al medio ambiente, saneamos suelos donde hubo mala praxis y ahora sembramos las tres C: cacao, café y cannabis”.
Tours intenta reivindicar el trabajo digno en torno a la mariguana: “Somos cultivadores, no narcotraficantes. Esa palabra la inventaron los gringos para satanizar a todo aquel productor en América Latina. Los gringos también inventaron la palabra ‘cártel’”.
MaFer es licenciada en Administración y en Torus es el cerebro comercial. “Nuestro modelo parte de la idea de que el cultivo no es propiedad de Torus. Se trata de un cultivo colectivo, donde el socio paga el impuesto de los costos añadidos: nutrientes, luz, traslado, almacenamiento y la administración de la AC. Nuestros costos no son los del mercado negro, donde se triplican”, dice.
Para ser socio de Torus necesitas tramitar el permiso en la Cofepris. MaFer dice: “Yo me encargo de ese trámite en la asociación y los 200 pesos que cobramos, una cooperación simbólica, son para el gestor, pues el trámite lleva tres pasos y tarda entre 10 meses y un año porque la Cofepris pone muchas trabas. Por eso hay abogados que cobran hasta 10 mil pesos por sacar el permiso. Cuando el socio inicia la tramitación con Torus, inmediatamente puede empezar a retirar los gramos que quiera”, dice MaFer.
Daniel agrega:
“Estamos asociados con doctores especialistas. Y también trabajamos con asesores políticos que nos ponen al tanto del debate de la legalización en el Congreso. Gracias a ellos pudimos reunirnos con gente de Ernestina Godoy, para explicarle nuestro modelo. Luis acaba de mandarle una carta a la presidenta Sheinbaum. Le escribió dos veces a López Obrador”.
Un plan nacional donde las comunidades rurales sean beneficiadas
“La primera carta que le escribí a López Obrador fui a dejarla en Palacio Nacional en 2023. No supe si la recibió. Escribí otra, amparada en el derecho a petición, reconocido en el artículo 8 constitucional, donde se nos permite solicitar o reclamar ante las autoridades públicas. Si bien no se garantiza una respuesta favorable, al menos te aseguras de que la lean y te manden una respuesta”.
–¿Y qué te respondieron a ti?
–Que lo iban a canalizar a la oficina correspondiente.
Un día antes de entrevistarlo, ha entregado otra carta a la presidenta.
–¿Qué dicen esas cartas?
–Son diagnósticos breves, desde la óptica del productor comunitario, sobre el mercado negro y los vacíos legales que han empujado la autoregulación. Por ejemplo: ya se nos permite el derecho al uso lúdico de la marihuana pero no se puede comprar, y ahí es donde los abogados encuentran esos resquicios. También le hablo de nuestro modelo y explico cómo puede ayudar al presupuesto del gobierno federal. No cargándole impuestos a la flor, como ocurrió en California. Se trata, más bien, de ayudarle al gobierno con un plan nacional donde las comunidades rurales sean las primeras beneficiadas de la legalización.
Luis me cuenta entonces que, cuando él empezó a cultivar en 2018, la mayoría de los campesinos de la sierra de Guerrero se dedicaban al cultivo de la amapola, pues el kilo de goma se vendía hasta en 25 mil pesos. “Pero llegó el fentanilo y el precio de la goma cayó a 3 mil pesos. De ahí no se ha podido recuperar y la gente ya no tiene nada qué hacer. Está migrando a Estados Unidos”.
En las cartas, Luis consigna datos que seguramente sabe Sheinbaum: 50% de las personas arrestadas por cannabis son mujeres que usaron como mulas; que la burbuja de la mariguana mexicana ya pasó: California cubre hoy 80% de la demanda del mercado estadounidense, además de que cuentan con las genéticas más avanzadas; que el consumo en México se cubriría con mil hectáreas; que existe una grave falta de reglamento para el cannabis medicinal.
“Apenas hay cuatro medicamentos y uno es sintético”. Sobre todo, que en los dispensarios no hay profesionalización o que el productor no se hace rico, sino el distribuidor, el narco.
–¿Y por qué crees que el gobierno federal ha estado atorando la legalización?
–Mi hipótesis es que no se va a regular el cannabis hasta que en Estados Unidos sea una ley federal. Mientras tanto, debemos autorregularnos. No sé los otros, pero nosotros lo hacemos con conciencia social. Con nosotros no verás ninguna apología. No exhibimos la flor de manera escandalosa, ni imitamos marcas comerciales de dulces. No queremos que los niños asocien tal o equis dulce con la mariguana. Con nosotros sólo retiras. No se puede fumar ni beber. No creemos en los bares cannábicos porque entran otras sustancias. Sonará medio moralino, pero es parte de la responsabilidad social de Torus.
Días después, le escribo a Daniel mientras redacto este texto: “¿Y por qué se llama ‘Tourus’?”. Me corrige y dice en un audio: “Es Torus y es una voz primitiva que significa todos con x; todxs”.
Busqué en internet. Encontré que la palabra provenía del latín que significa tumor o protuberancia. Que había una enfermedad llamada torus mandibular. Pero también encontré que el Torus Yantra es un símbolo de la ‘Geometría Sagrada’, que ha sido utilizado en la tradición hindú y budista durante siglos.
“Representa la unión del ser humano con el universo y simboliza la armonía y la unidad entre ambos”. Me quedo con esta definición, mientras fumo un porro de la Kali que me recomendó El Zaiko Webs para la ansiedad.
Imagen portada: MILENIO