Por Félix Cortés Camarillo
El temor de los humanos al futuro no es por la sorpresa que seguramente les dará: es por su incapacidad de poder predecirlo. Las cosas de nuestro entorno existen solamente en la capacidad que tenemos de atraparlas en una definición, delimitarlas a un entorno determinado por nosotros. Te pongo un nombre, existes; si no, no.
Si tuviéramos certeza de lo que va a pasar, evitaríamos el mayor de todos los temores; se acabaría en cuanto supiéramos cual será el momento de nuestra propia muerte. Los suicidas prefieren la “puerta falsa” a consultar a una vidente, obviamente mentirosa.
Suponemos que mañana por la noche sabremos qué contiene ese incierto futuro determinado por factores ajenos a nosotros. Por una maraña de cordones umbilicales, nuestro destino como nación y como individuos se estará definiendo en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, evento en el que no participamos como mexicanos.
Por muchas razones hay que acudir en este caso al adjetivo tan manoseado últimamente: estas elecciones son históricas. No solamente porque pudiesen arrojar en su resultado una mujer como gobernante del país más poderoso del mundo: mañana se estará definiendo si ese país -cuyo liderazgo se acerca cada vez más al período decadente que precede siempre a la caçida de grandes imperios- puede postergar su caída.
Aunque, en términos calendáricos, frente a la caída de los imperios chino, griego, romano u otomano, el imperio americano ha sido ridículamente breve para estar llegando ya a su magna crisis final. Pero todo aquel que ha vivido el desarrollo de la tecnología, sabe que el tiempo se ha comprimido de manera brutal, tomando una velocidad de vértigo. Lo que antes tomaba años de meditación se resuelve en un periquete.
Las instituciones que nutrieron en menos de cuatro siglos la fundación, desarrollo, fortalecimiento y auge de la Unión Americana -que desde siempre registró como exclusivo suyo el nombre de América- corren el grave peligro de ser destruídas sistemáticamente si Donald Trump se alza con el triunfo. Con la velocidad de un tweet equis.
En realidad, dudo mucho que en por la noche de este incierto mañana tengamos un resultado sólido e indiscutible: de hecho, cualquiera que sean las cifras de la noche del 5 de noviembre no serán oficiales, sino hasta que cuenten con el aval del Colegio Electoral, que ha de reunirse en diciembre, por ahí de la Guadalupana. Luego, el seis de enero, por ahí de Reyes, habrá un o una presidente electo o electa oficialmente si lo dice la Suprema Corte, para jurar su cargo en las escalinatas del Capitolio en enero 12 del 2025. Solamente si en ese mañana incierto los resultados son contundentes, el resto de trámites serán precisamente eso: forma.
La mayoría de los observadores en el mundo esperamos que ese proceso tenga un curso terso e indiscutido. La totalidad lo dudamos. Es previsible que, muy al estilo de su amigou Lopitos, si los resultados de los comicios le son adversos, Trump los declare ilicitos e inválidos, y ahí comenzará otra fiesta, igualmente impredecible. Pero probable. ¿Cual será la acción que el presidente Biden tomará? Eso pertenece a los enigmas del mañana incierto.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (mientras se aclara si son peras o son sámaras, vanos y amargos frutos de los mismos olmos de antes): Todo lo escrito arriba tiene un solo colofón indispensable. Los mexicanos tenemos la tendencia a entender que ese cordón umbilical que nos une a los primos del Norte, implica casi una relación maternal y que en elecciones como las de mañana, puede haber un presidente que le vaya a México u otro que no.
La realidad es que la principal obligación del presidente de los Estados Unidos es velar y hacer valer los derechos y privilegios de los ciudadanos de los Estados Unidos. Ese es su trabajo, y no el de resolverle los problemas básicos de corrupción -que es el pie de la macolla- de inseguridad, insalubridad y educación miserable, de los mexicanos. SOLAMENTE LOS MEXICANOS TENEMOS EL DERECHO Y LA OBLIGACIÓN DE ACABAR CON ESA SITUACIÓN. Si lo hacemos, cientos de miles de mexicanos migrantes dejarán de irse al sueño americano.
Se supone que en junio una ligera mayoría de mexicanos eligió a doña Claudia para eso.