Por Carlos Chavarría Garza
La solución de continuidad entre pasado y futuro profundo es la gestión. Esta bien resolver los problemas cotidianos, pero perder de vista hacia donde nos dirigimos, perder la visión de futuro tomada como deseable ¡es inadmisible!
Si estamos de acuerdo en que ningún especialista que trabaja en el servicio público elabora planes con la intención de provocar el caos, por ejemplo en nuestras ciudades y la explotación de su infraestructura, ¿cuál es la razón de que nuestras aglomeraciones urbanas sean cada vez más caóticas?
Una de las razones que cualquiera pudiera esgrimir es que el crecimiento de población en sí mismo implica mayores problemas. Suena razonable, pero no es totalmente verdad, porque existe el suficiente talento técnico como para haber previsto y de ahí se deriva la necesidad de planear y volver a actualizar los planes para sostener el nivel de servicio y calidad de la ciudades.
Las evidencias ahí están a la vista, somos muy buenos planeando, pero fallamos al momento de gestionar la realidad sin perder de vista el futuro y así es muy fácil que nos veamos superados por la primera.
Las cosas se complican más cuando se trata de las cosas públicas, las de todos, donde confluyen el choque de muy diversos intereses y preferencias y suponemos que la política y sus especialistas -los políticos- demostrarán sus habilidades para sacar adelante la visión de futuro concordada socialmente, aun en medio del fragor de la apasionada batalla por el poder, que en una absurdo contrasentido demuestran los políticos que van perdiendo la habilidad de gestionar el conflicto, abandonando lo esencial, lograr el modelo de futuro al que se han comprometido.
Pero no solo eso ocurre como causas del debilitamiento de la gestión. Al mismo tiempo se va perdiendo la capacidad de gestionar la inteligencia colectiva que es un requisito básico para guiar y orientar la atención de los asuntos de “fuera de casa”. Los gobiernos se alejan de las sociedades y a su vez estas acumulan un mayor desencanto, lo que significa la ruptura de lo más elemental, la cohesión que debe existir entre un gobierno y sus comunidades.
La inteligencia colectiva ahí está esperando ser utilizada y valorada por los que deberían estar al frente y no en contra de la atención a sus problemas. Existen ciudades inteligentes sin participación intensa de la sociedad.
El modelo de gestión hacia el futuro no puede mantenerse invariante cuando se trata de una sociedad más preparada, mas consciente de la degradación de su entorno, y mucho mejor informada y conectada.
Una gestión con atavismos coloniales como el suponer que la división política en municipios que ahora forman una sola continuidad geográfica, es la más adecuada para atender los asuntos técnicos que nos aquejan.
Solo pensemos en que al agua que paraliza la operación de la ciudad en cada lluvia ¿le importan partidos o cabildos? Absurdo, pero así queremos seguir gestionando este tema en la metrópoli.
Para dinamizar y aprovechar la inteligencia colectiva las comunidades deben sentir que la gestión de sus ciudades ha incluido sus visiones en la toma de decisiones y eso solo se logra con la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones a través de comisiones ejecutivas con autoridad suficiente no solo para opinar sino obligar a cumplir los compromisos de mejora del modelo de entorno metropolitano que todos preferimos y deseamos.
Para muestra basta un botón. Solo imaginemos el enorme inventario del talento en todos los campos del conocimiento que desperdiciamos, cifrada en la población de maestros y alumnos que tenemos en nuestras prestigiosas y reconocidas universidades públicas y privadas.
Los avances que ha logrado la humanidad en las tecnologías de información son tan enormes que ya podemos aspirar a la digitalización de todo el suceso urbano en tiempo real, si solo se pusiera ese propósito por delante de la inútil politiquería que hoy entregan las administraciones estatal y municipal.
Decía Peter Drucker que “eficacia es hacer lo que se debe y eficiencia es hacerlo bien a la primera”, lo que aplica claro esta para cualquier tipo de gestión. Los problemas ocurren por faltar al sencillo postulado de Drucker, más tratándose de asuntos de importancia capital para alcanzar el futuro que deseamos.
Estamos en pleno siglo XXI y todavía no entendemos que lo que no se mide no se podrá mejorar. Nosotros los mexicanos cumplimos con el estereotipo de la ineficiencia, “siempre nos falta tiempo para hacer la cosas bien a la primera, pero nos sobra para repetirlas” y típico de nuestra gestión, ocurre así cuando despreciamos medir lo sucedido.
Ya nadie se asombra del descomunal tamaño de las deudas del sector público, como si no las fuésemos a pagar algún día los ciudadanos en precios mas altos de los servicios públicos, en costos sumergidos como accidentes, estrés, etc.
La corrupción juega un papel muy importante en todos los problemas, pero la corrupción más grave es la degradación de los modelos de gestión desde el momento que se desprecia la medición de resultados contra intenciones y los ciudadanos no disponemos de un tablero de control donde podamos asegurar que las cosas se están gestionando profesionalmente.
Es necesario mejorar la gobernanza y estructura de los sistemas de datos que usa la gestión que en definitiva son el insumo fundamental para hacer ejercicios prospectivos, planificar acciones, monitorear resultados y mejorar la implementación de políticas.
El presente es un espacio construido que convive con lo desconocido. Más allá de la percepción actual de la realidad, existen tantas posibilidades de desarrollo como amenazas que se deben explorar e integrar para alcanzar una dinámica que nos lleve al futuro que todos deseamos.
No se puede avanzar en el territorio desconocido siguiendo la lógica de lo conocido. Esto conlleva la necesidad de definir un punto de trascendencia más allá del presente, así como de establecer un rumbo que posibilite trascender lo conocido para diseñar alternativas de desarrollo. Ese espacio de trascendencia es el futuro, es lo que la sociedad construye como destino colectivo. El futuro no es una escala de tiempo, es una decisión que sintetiza una dimensión de aspiración.
El futuro se construye, el devenir se gestiona. La diferencia entre el futuro y el calendario se define en la amplitud del horizonte de desarrollo. Cuando el horizonte es pequeño, la rutina y el futuro se confunden. Así, las disrupciones cotidianas del contexto terminan condenando al futuro a narraciones deterministas y a un comportamiento reactivo.
Una visión más amplia del horizonte permite gestionar los recursos y los procesos en sintonía con el presente, sin olvidar la perspectiva de futuro. La amplitud del horizonte está relacionada con el grado de ansiedad que se vive frente a las situaciones emergentes. A mayor ansiedad, un horizonte más pequeño y mayor impotencia, lo que su vez genera más ansiedad y percepción con menos posibilidades para el desarrollo.
El futuro es la expresión de una potencialidad materializada en un conjunto de significados. Cuando una sociedad no tiene una trama de significados que lo contenga, el futuro se vuelve una amenaza. Sin un marco global de referencia, las narraciones se cierran, los procesos se fragmentan y las personas se aíslan.
“La sociedad civil tiene el papel importante en la configuración de la Cuarta Revolución Industrial. Los cambios tecnológicos que ya están afectando las actividades de las empresas y los gobiernos también afectarán a la sociedad civil, y le presentarán oportunidades y desafíos únicos… la sociedad civil puede apoyar y guiar la implementación de nuevas políticas y normas que estén en consonancia con la garantía del bien público”. Lincoln Ajoku, Open Global Rights, líder de proyecto del equipo de Sociedad e Innovación en el Foro Económico Mundial.