Por Fernando Solana Olivares
Tengo dudas sobre qué escribir. Desde hace tiempo me asaltan nociones estremecedoras acerca del lenguaje. Escribí nociones, qué descuidado. Podría ser frío y preciso como Ryūnosuke Akutagawa, el genio japonés de la escritura. Podría ser, qué atrevido. Pero uno está en tanto a los muertos que lee, los inolvidables muertos, subordinado por ellos, uno es su aprendiz. Aquel libro me fue prestado por alguien que entonces me estimaba; publicó MILENIO.
Akutagawa no habría empleado la frase anterior, su literatura es el arte de la restricción, de la palabra quintaesenciada. Escribí quintaesenciada, qué complicado. Yo había creído aquello contado por Borges: que Akutagawa se suicidó a los 35 años dejando tras de sí la nota más lacónica que se recuerde, “una vaga inquietud”. Además perturbadora, pues si ésa fuese una causa de suicidio todos debiéramos hacerlo. Al prestarme el libro me comentó que era impactante, que lo había conmovido. Esa misma noche lo leí.
Su carta suicida es hermosa y serena. Solo transcribo la posdata, así quedará clara esta afirmación: “P.S. Leyendo una vida de Empédocles, siento qué antiguo es este deseo de convertirse en un dios. Esta carta, en la medida en que puedo saberlo, no lo intenta. Por el contrario, me considero uno de los humanos más comunes. Tal vez recuerde aquellos días, veinte años atrás, cuando hablamos de Empédocles bajo los tilos. En esa época yo era alguien que quería convertirse en un dios”.
Años atrás yo mismo quería serlo. Quizá lo logré entonces. Hoy contemplo la luz crepuscular de esta época. Akutagawa no oía, sobre todo veía la prolija telaraña de su alucinación. Comprendo que no tenía por qué dejar una larga nota de despedida, aunque la dejó, pues en “Los engranajes” escribió con precisión todos los pasos del delirio final. Escribí precisión, qué sugerente.
Estando refugiado en un cuarto de hotel pierde una sandalia que dejó al lado de la cama. Llama a la recepción para pedir ayuda. El camarero la encuentra en el baño y hace una mueca burlona. Chancea con que un ratón la llevó hasta allí. Un rato después Akutagawa ve salir disparado al ratón detrás de la cortina y entrar al baño. Lo busca y no está. Luego percibe un impermeable que flota. Los engranajes donde la inquietud es vaga, imprecisa y letal. Uno debe prepararse para tales instantes.
Es lastimero pensar los vínculos entre el dolor y la creación. Akutagawa se dio muerte el día 24 de julio de 1927. En su carta final consigna haber asegurado la perfección del desenlace sin que su familia se enterara. Le desagrada, sin embargo, asignarle a ella la incomodidad del cadáver. Sería mejor que al morir cada uno se llevara su cuerpo. Disolverse como el polvo sideral.
Existen ahora personas definidas como “nuevos individuos monásticos”, los nim. Akutagawa escribió sobre los kappas, una especie paralela al mundo humano y emblema de su crepúsculo mental. Antes resultaba imaginable un kappa de Akutagawa, una cucaracha de Kafka o un yahoo de Swift para expresar la condición humana. Ahora no, en esta época del mundo Matrix a la puerta, cuando lo humano ha descendido tanto que el péndulo de la esperanza viaja a su punto equidistante.
Akutagawa se fue antes de que los nim aparecieran sobre la tierra. Esta gente de última hora es aquella que no pertenece a ninguna clase ni ostenta mérito en ninguna jerarquía. “Aristocracia sin dinero”, libre de jefes y supervisión. Trabajan duro, por amor al trabajo mismo y por interés espiritual, pero su trabajo resulta tan serio como un juego.
Lo creían Akutagawa y Forster, quien lo expuso después de la muerte del primero: “no una aristocracia de los poderosos, basada en el rango y la influencia, sino una aristocracia de los sensibles, los considerados y atrevidos”. Sensible de sentir, considerado de considerar, atrevido de atrever. Akutagawa se atrevió a lo máximo posible: dejar de ser. Uno debe imaginar lograrlo por otros medios. Quizá cuando intenté ser un dios, muchos años ha, lo consideré un tema propio. Ya no.
A pesar de su tolerancia y respeto, los nim no suelen darse muerte por propia mano, viven aplomadamente. Escribí aplomadamente, soy un albañil que no sabe latín. Los nim practican el nomadismo interior: la vida no está atada a un territorio sino a un itinerario, esa diferencia entre las superficies lisas y estriadas. De las primeras es fácil irse a otro lugar, las segundas requieren vigilancia permanente y defensa. En las superficies estriadas se ocupa el territorio, en las lisas se prefiere el tráfico, los intersticios, los engranajes: ahí no hay nada por defender contra los otros, ahí toda identificación restringe. Uno debe aprender a fluir.
Su mujer y tres hijos sobrevivieron. No sé nada de su destino. Lo debo averiguar. ¿Habrá un nim entre ellos? Es terapéutico estar a su lado porque se han librado de las imágenes mentales. Akutagawa en ellas pereció.