El cineasta habla en entrevista exclusiva sobre ‘Memory’, su filme más reciente, una exploración en clave romántica sobre los poderes del recuerdo y el olvido.
Por JOSÉ JUAN DE ÁVILA
Con apenas ocho filmes independientes, Michel Franco(1979) es quizás el cineasta mexicano con mayor número de premios y nominaciones en festivales internacionales, desde Cannes hasta Venecia, donde el año pasado estrenó el más reciente: Memory; publicó MILENIO.
Desde Israel, Michel Franco concede una entrevista exclusiva para Laberinto. Memory es un filme lleno de paradojas, incluso extra cinematográficas, como el hecho de que la anterior película de Franco, Sundown(Puesta de sol), está filmada en Acapulco, que dejó de ser un paraíso, y Memory se rodó en Sunset Park, en Brooklyn, un barrio neoyorquino que en el cine estadunidense ha sido representado como un infierno, aunque para Franco fue idílico.
¿Qué representa que su octavo filme abra la 76 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, además, en los festejos por el 50 aniversario de la institución?
La Cineteca Nacional es mi lugar predilecto de Ciudad de México, sobre todo los fines de semana. Suelo estar ahí para una o dos funciones. Me gusta ver los clásicos y mantenerme al tanto de qué hay en el cine actual. Y, por tanto, es un honor que Nelson Carro y el comité hayan seleccionado un trabajo mío para estar en la Muestra y abrirla. Si mal no recuerdo, mi primera, Daniel y Ana (2009), también estuvo en la Muestra (2010), pero desde entonces no me había vuelto a tocar.
¿Cómo logró esta primera colaboración con Jessica Chastain, con quien también ya realizó una segunda, Sueños, y con Peter Sarsgaard, quien por Memory ganó un premio en Venecia?
Tuve mucha suerte porque Jessica ya estaba familiarizada con mi trabajo. Y su agente y mi agente fueron los encargados de ponernos en contacto. Fueron muy atinados. Le pregunté con quién quería trabajar y ella sugirió a Peter y a otros dos actores. Peter fue el que más me interesó, al primero que busqué, y nos juntamos. A los pocos minutos, me quedó claro que él debía ser el actor principal.
Fue muy gracioso el trabajo con los dos actores. Como bien mencionabas, a Peter le tocó el premio en Venecia, un reconocimiento que le llega como un actor maduro. Me siento muy orgulloso de que, a través de un trabajo conmigo, su carrera en Estados Unidos va a mejorar.
A un cine tan personal como el de Michel Franco, ¿qué le aportan estas dos figuras? Solo con Tim Roth había repetido. Imagino que con Memory y Sueños Jessica Chastain se convertirá en su actriz fetiche.
La que tiene el récord es Mónica del Carmen, que sale como en cuatro o cinco películas. Con Jessica llevamos dos, y estamos hablando de la tercera. Con Tim hay planes de seguir colaborando. Lo que trato de medir antes de comprometerme con actores de ese tamaño es entender que no estoy trabajando con la estrella de Hollywood, que ellos se asumen como actores. Y ese es el caso de Jessica. Aunque tenga un Oscar y sea reconocida y famosa y muy guapa, ella se ve a sí misma como una actriz que trabaja en teatro, cine, televisión. Le interesa el material, la relación con directores y directoras, y eso es lo importante.
Como ella no se ve a sí misma como estrella, y yo la asumo como una actriz y una amiga, porque ya hay una relación muy estrecha, dejamos de lado todas las dificultades. Además, en Memory no había camerinos, tráileres, comodidades, trato especial. Jessica recibía el mismo trato que cualquier actor en el set, y eso fue muy sano.
En Memory hay una paradoja sobre el recuerdo. Saúl padece demencia y no recuerda. Sylvia no puede olvidar lo que quisiera. ¿Cómo pueden encontrarse dos personajes así en este mundo?
El tema de la memoria salió de manera intuitiva. Desarrollando la escaleta, de pronto entendí lo que acabas de resumir: él no puede recordar y ella no puede olvidar. Partí de la historia de los personajes y me encontré con que todo se podía agrupar en el apartado de la memoria. Fue una sorpresa para mí y por eso pensé que no podía haber otro título. No es algo que perseguí, es algo que salió al escribir. Parte de lo que me interesa de hacer películas es dejar que la intuición me guíe.
Desde que se presentó en Venecia el año pasado las reseñas hablan de que es la primera historia de amor que rueda Michel Franco. ¿Estamos ante un drama romántico?
No me gustaría adelantarle mucho al espectador para no echar a perder las sorpresas que contiene la película. Pero no me propuse escribir una historia romántica. Cuando se hace cine desde el género, se usan ciertas convenciones. Las películas son menos efectivas porque hay algo artificial cuando el director-escritor quiere correr a echar mano de todas las ideas preconcebidas del cine romántico. Y aquí permití que se diera. Ya verá el público cómo espero que les llegue la historia romántica sin que sea una cosa de fórmula.
En casi todas sus películas, o todas, hay niños o adolescentes. ¿Qué representan para usted?
Me gusta el trabajo con gente muy joven o con niños; suelen ser más directos y honestos. Esta chica («Anna»/Brooke Timber) es muy madura, a pesar de que tenía apenas 12 o 13 años. Me encanta lo espontáneos que los niños pequeños pueden ser y trato de que el entorno les permita ser y estar libres. Siempre le insisto al equipo técnico que no los regañen o les pidan que se callen. Quiero que los dejen ser.
Hay otra constante en por lo menos tres filmes suyos, en Memory, en A los ojos y Chronic, que es la inclusión de asistentes sociales, de enfermeros. ¿Por qué este oficio está en su cine?
Tiene que ver con dos cosas: la admiración que siento por la gente que dedica su tiempo y energía a cuidar a otros, a mejorar su calidad de vida, lo que implica un esfuerzo especial porque es gente con limitaciones que se suelen ignorar. Y eso me lleva al segundo tema: lo poco vistos y reconocidos que son socialmente quienes se dedican a estos trabajos que, además, no suelen ser muy bien remunerados. Me parece gente muy especial que, no sé por qué, en el cine se les refleja de modo casi negativo. Hay muchas historias morbosas alrededor de quienes se dedican a cuidar, pero la realidad es que en la gran mayoría de los casos son admirables y merecen una especie de homenaje.
¿Es la cara esperanzadora de esas historias tan duras que maneja?
En mi cine aparecen muchos aspectos, no sé si decir positivos, pero esperanzadores. No creo que sea un cine desesperanzador. Me gusta abrir los ojos y ver la realidad como es y con los retos que eso implica; tampoco hay que hacerse de la vista gorda. México es un buen ejemplo de los problemas que enfrentamos en el mundo, pero hay muchos aspectos positivos y sin duda los trabajadores sociales son uno muy importante.
El duelo también está muy presente en sus filmes. Aquí los personajes están en duelo, como en Después de Lucía o Chronic. ¿Qué es el duelo para usted?
La tragedia de la vida es que termina. A mí me gustaría vivir para siempre o por lo menos 200 años, y estar rodeado de la gente querida, pero quién no ha experimentado el duelo y quién no sabe que tarde o temprano nos llegan las pérdidas. El cine es un vehículo que, además de entretener, nos ayuda a entendernos como personas. Creo que es elemental para entender quiénes somos y qué buscamos. Nunca vamos a tener respuestas concretas, pero el diálogo es importante… y la pérdida. El tema mayor, el más serio que podemos abordar en la ficción, es el final de la vida.
Hay muchas paradojas en tu cine. Sundown muestra al paraíso que fue Acapulco convertido en lo que es hoy. Y, en cambio, a Brooklyn, que en las décadas pasadas el cine lo representaba como el infierno, Memory lo reivindica. ¿Por qué esas paradojas?
En Brooklyn filmé en una zona, Sunset Park, que es mexicano en un porcentaje muy alto; estuve ahí filmando entre paisanos, que además me ayudaban mucho. En el cine y en la literatura las paradojas representan los conflictos centrales. Las paradojas nutren la dimensión y vuelven más interesante lo que el espectador puede disfrutar o cuestionar en pantalla. Para mí, es muy importante que en el cine no todo sea fácil, que no haya buenos y malos, que los personajes que son capaces de hacer las cosas bien se equivoquen y viceversa.
Como en su ópera prima, Daniel y Ana, toca temas como el incesto, el abuso sexual, la pedofilia. Este año salió la historia de Andrea Skinner, quien reveló que su madre, la Premio Nobel de Literatura Alice Munro, supo que su padrastro la violaba y lo calló y ocultó. O el libro terrible que es Triste tigre, de la francesa Neige Sinno, quien vive en México, en el que narra un abuso similar. ¿Por qué ese tipo de historias están detrás de sus películas? ¿Es una suerte de manifiesto social y político?
Primero que nada, me interesan justo por lo comunes que son en todo el mundo. No es algo que suceda únicamente en México. Es muy común el abuso entre familiares. Y después, como dices, lo callan los propios padres, lo encubren creyendo que ayudan pero lo empeoran todo. Me interesa primero que nada, no sé si como denuncia, pero al menos reconocer lo común que es. Pienso que hay algo terapéutico para la gente que lo ha vivido cuando lo ve en pantalla representado de manera realista y, ojalá, inteligente. Puede haber algo catártico en verlo representado en pantalla. El cine es el medio más cercano y el que digerimos de manera más inmediata.
El problema es que se hace mucho entretenimiento y, como consecuencia, se ven películas que no tienen profundidad. Yo trato de hacer otro cine y estas temáticas pueden ayudar al espectador. Como te decía, no se trata de quién lo ha vivido de primera mano, pero tal vez todos conocemos a alguien que ha sufrido abuso. Es más común de lo que se acepta y merece un espacio en el cine.
Tu próximo estreno es Sueños, en el que repite Jessica Chastain, y su coprotagonista es Isaac Hernández, gran bailarín mexicano. ¿Cómo fue su experiencia con un personaje que es una figura en otra expresión artística?
No quiero anticipar mucho porque falta bastante para que se estrene. Isaac y yo nos volvimos muy buenos amigos. Pero antes de tener la suerte de conocerlo y de establecer esa amistad y relación profesional, ya lo admiraba. Como mexicano, me provoca un tremendo orgullo que el mejor bailarín del mundo sea de nuestro país. Y, de alguna manera, ya tiene la vena histriónica por lo que hace en el escenario. Al mismo tiempo, es mi trabajo tener el ojo de saber quién puede hacer qué papel y no fallo como director. Vi que él y Jessica podían combinar perfectamente, y sabía que él estaría al mismo nivel de Jessica, aunque tiene muy poca experiencia.
Platiqué un poco con Manolo Caro, con quien Isaac había trabajado, y me dijo lo que me imaginaba sobre el nivel de compromiso y disciplina que tiene Isaac: es un artista como no hay otro. Me recuerda, de la gente con la que he trabajado, a Charlotte Gainsbourg, y no pienso en ella como en una actriz. Es algo o mucho más, e Isaac tiene, por obvias razones, esas características; informó MILENIO.
Imagen portada: Wikipedia.