Por José Jaime Ruiz
A Francisco A. González, a pesar de su bajo perfil, se le conoce por sus grandes emprendimientos en los medios de comunicación, en el entretenimiento inmerso en la civilización del espectáculo (Vargas Llosa), en bienes raíces y deportes, por mencionar los más visibles; tal vez nunca lo reconozca, pero Pancho fue el artífice, al lado de su amigo Andrés Manuel López Obrador, del resurgimiento del beisbol en México.
Son múltiples, y exitosas, sus facetas empresariales. Hay un acento, sin embargo, poco conocido: Francisco A. González es un gran lector y conocedor de poesía. En su antigua oficina de El Diario de Monterrey-Milenio-Multimedios asistí a una tertulia compartida, tardeadas con un “velo de alquitrán en la mirada” donde hablábamos de música y poesía. Fue entonces cuando comprendí su profunda pasión por el canto bien escrito y su admiración por Joan Manuel Serrat que, gracias al patriarca de la Casa González, ya tiene un busto en Monterrey, en la plaza insignia de los compositores.
En su Manifiesto por la lectura, un breve y hermoso libro publicado por el Grupo Multimedios y Siruela en edición no venal limitada, Irene Vallejo descorre: “Cuanto mejores trapecistas seamos, capaces de esa pirueta que nos coloca en la mirada ajena, más sólida será la democracia que edificamos. El ejercicio de volar fortalece nuestros cimientos”. Celebro desde un “íntimo decoro” los 50 años de El Diario de Monterrey-Milenio, un medio de comunicación como cimiento del vuelo democrático que edificamos cada día.
Francisco A. González empresario, lector de poesía y también demócrata, como lo celebraba E. M. Forster: “Así que: dos brindis por la Democracia: el primero, porque admite la variedad, el segundo, porque permite la crítica. Dos brindis, es suficiente. No hay necesidad de tres: solo el Amor, esa Amada República, merece eso”. Los 50 años del periódico nos demuestran la vocación demócrata de la familia González: la variedad, la crítica y el amor… por la res pública.
La celebración de estos cincuenta años como un alto en el camino, lo entiende su otra vocación, la vitivinícola, de Francisco; el breve reposo del guerrero para un brindis, como aquel proverbio hasídico: “El hombre viene del polvo y regresa al polvo, pero mientras tanto puede beber un vaso de buen vino”. O como nos recomendó el poeta persa: “Ah, llenad las copas, ¿de qué sirve repetir que el tiempo huye y se desliza bajo nuestros pies? El pasado ya no existe, el futuro aún no ha llegado, ¿a qué cavilar entonces si el presente es dulce?”. El afable presente de celebrar y brindar por estos 50 años. Así sea.