El de Beirut es un aeropuerto rehén. La ha pasado mal a costa de los israelíes: en 1968, un comando destruyó ahí nada menos que 14 aviones de pasajeros, en represalia por algo que había ocurrido en otro lado, un ataque contra una aeronave israelí en Grecia; informa MILENIO.
Y durante la invasión de 2006, fuerzas israelíes bombardearon sus tres pistas y declararon un bloqueo aéreo que duró ocho semanas.
Ahora es diferente: las grandes explosiones se producen en los barrios cercanos, peligrosamente cercanos… pero no en la terminal aérea.
Los libaneses lo toman como una advertencia: el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, les ha señalado que su guerra no es contra ellos, el pueblo, sino contra el partido-milicia Hezbollah. Y les ha exigido enfrentarse a esa organización.
En una charla en un café de Hamra, un bullicioso distrito comercial en el oeste de Beirut, el periodista sirio Yazan Al-Saadi, radicado por 12 años en esta ciudad, explica que el relativo respeto al aeropuerto es visto como una muestra en un sentido doble: tanto de que los israelíes se han puesto límites como de que pueden traspasarlos cuando quieran y atacar a la población en general, si consideran que sus llamados fueron desoídos.
Otra señal de ello son los drones: desde el alba hasta la medianoche, suenan en el cielo los motores de uno o varios de estos aparatos. Los hay silenciosos y, además, sus funciones de espionaje se desempeñan normalmente desde grandes alturas.
Pero también usan los ruidosos y los hacen volar bajo porque, así, se hacen presentes en la cotidianidad de los habitantes, que sienten que el gran ojo de Israel los está viendo todo el tiempo y puede castigar a quienes abandonen el camino marcado.
Israel aprovecha las grietas libanesas
Desde el exterior, esto es un problema entre países, uno de los cuales invade y bombardea a otro. Pero Líbano es un país extremadamente complejo, con antiguas, profundas e intrincadas fracturas sociales que Israel está tratando de explotar para dividirlo y aislar a sus enemigos directos.
La identidad nacional, para empezar, es secundaria ante otras de carácter religioso e incluso étnico. Lo habitan cuatro grandes sectores religiosos –cristianos, musulmanes suníes, musulmanes chiíes y drusos–, que a su vez tienen divisiones internas, de carácter sectario y también político.
La idea de Líbano como entidad política fue imaginada originalmente por cristianos y drusos, pero en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial, bajo la dominación francesa (1923-43), estos grupos y París decidieron duplicar el territorio histórico absorbiendo partes de Siria (que también estaba bajo control francés), aunque estaban pobladas por suníes y chiíes.
Así alcanzaron la independencia en 1943.
Para algunos, hay libaneses que no deberían ser parte del Líbano, porque en su esencia histórica es cristiano y druso. Para otros, nadie les preguntó cuando incorporaron sus tierras a este país y los hicieron libaneses.
En su libro ‘Una casa de muchas mansiones’, el historiador Kamal Salibi describe a Líbano como una nación cuyas comunidades viven bajo un mismo techo, pero habitan realidades separadas.
Esto ya era receta para agudos y prolongados conflictos, como la guerra civil de 1975-90. Pero, además, cada grupo miraba y sigue mirando hacia el exterior en busca de ejemplo y respaldo, lo que inevitablemente atrae injerencias extranjeras.
En este sentido, los nacionalistas sirios invitaron a una ocupación siria de 29 años, de 1976 a 2005; los nacionalistas árabes propiciaron la importación de las milicias palestinas que fueron expulsadas de Jordania en 1970, y luego, por los israelíes y masacre a masacre, del mismo Líbano, en 1982; los chiíes, el largo brazo iraní, representado por la poderosa Hezbollah; y los cristianos, las intervenciones imperialistas francesa y estadunidense, además de alianzas de sus facciones de extrema derecha con los israelíes.
Las órdenes de Netanyahu
En este país tan pequeño, de 5.5 millones de habitantes (de los que la quinta parte, un millón 200 mil, ha tenido que dejar sus hogares a causa de la presión israelí) y 10 mil kilómetros cuadrados de extensión (menor que el estado de Querétaro y la mitad de la República de El Salvador), la enorme fragmentación interna hace que sea muy fácil jugar a divide y vencerás.
Algo en lo que Netanyahu es experto.
“Cristianos, drusos, musulmanes –suníes y chiíes–, todos ustedes están sufriendo debido a la inútil guerra de Hezbollah contra Israel”, declaró el 8 de octubre, tras el asesinato del lider chií Hassán Nasrallah en un ataque “de precisión” que mató a unas 300 personas con 80 bombas de 900 kilos, en una zona densamente poblada de Beirut. “Ustedes merecen un Líbano diferente: un país, una bandera, un pueblo”, continuó.
“Tienen la oportunidad de salvar al Líbano antes de que caiga en el abismo de una larga guerra que conducirá a la destrucción y al sufrimiento como lo que vemos en Gaza”, amenazó, antes de indicarles la forma de evitar el apocalipsis: “Yo les digo, gente de Líbano: liberen a su país de Hezbollah para que esta guerra pueda terminar”.
Los drones vuelan bajo sobre la capital nacional, haciéndose notar y violando diariamente ante los oídos de todo el espacio aéreo sin que las autoridades por lo menos se quejen.
El ejército libanés se retira ante la invasión, no osa presentar resistencia para que Israel siga considerando que su enemigo es Hezbollah y no el país, y también en silencio se traga sus pérdidas: al menos 41 soldados caídos, de los más de 3 mil 500 libaneses que han matado las fuerzas israelíes desde el 23 de septiembre, según cifras oficiales.
En las calles, las divisiones se expresan en conflictos. Otra manera de agudizar las divisiones es concentrar los ataques en las zonas y barrios de población chií, que ya antes en general era la de menores recursos y ahora es la que forma el grueso de los desplazados. Hay personas de otras religiones que llaman a no darles cobijo ni ayuda, porque, en su interpretación, los chiíes forman parte del problema, son la base social de Hezbollah y deben pagar por la guerra; y también porque temen que, si llegan chiíes, atraerán las bombas.
En este barrio de Hamra, el más importante de Beirut Occidental que durante la guerra civil fue un bastión de las milicias musulmano-izquierdistas, numerosos edificios en abandono han sido ocupados por la gente que huye de las zonas bajo bombardeo.
Pero en los de Gemmayzeh y Achrafieh, en el Beirut Oriental que en ese conflicto controlaban los falangistas católicos, prácticamente no hay desplazados: las organizaciones cristianas les prohíben entrar.
Entre ambos sectores, la Plaza de los Mártires, escenario en 2019 de grandes manifestaciones para protestar contra el corrupto sistema que reparte el poder político en cuotas sectarias (el presidente debe ser cristiano; el primer ministro, suní; y el líder del parlamento, chií; la mitad de los diputados tiene que ser cristiana y la otra mitad, musulmana), es el punto de división que congela una realidad que ni la indignación popular logra transformar.
Líbano para todos
Este reportero temía el 14 de noviembre, en ruta a Beirut, la cancelación o desvío de su vuelo por el posible cierre de la navegación aérea.
Al aterrizar, encontró que se difundían videos grabados apenas horas antes, en los que un barrio vecino era bombardeado mientras, atrás, un avión comercial se movía en las pistas.
Israel just bombed residential area near Beirut airport as a civilian plane was taking off, violated Security Council resolution SCR 1701 and international law with absolutely no consequences.
— Mohamad Safa (@mhdksafa) November 14, 2024
This is another war crime and the International Criminal Court remains silent. pic.twitter.com/RFzzlMuNHw
Ya lo había hecho en ocasiones recientes.
The Israeli occupation has bombed near Beirut International Airport, in the capital of Lebanon. pic.twitter.com/VljTQAUxCv
— Eye on Palestine (@EyeonPalestine) October 7, 2024
Casi sorprendidos de que siga intacto, los libaneses se preguntan cada día si aún funciona el aeropuerto, que es el único civil del país, su principal vía de comunicación con el mundo.
“Si Israel no lo ataca, nos está diciendo que todavía podemos divorciarnos de Hezbollah”, dice Omar Makhlouf en un café de Gemmayzeh, un recién egresado de ciencia política que participó en el movimiento de 2019 contra la corrupción y el sectarismo.
“Nos aterra que, si lo destruye, como puede hacer en este instante o cuando lo decida, no solo nos deje atrapados ante su invasión, sino encerrados con nosotros mismos… con nuestros agravios históricos”, sostiene el joven de 25 años, otro profesional en busca de empleo.
“Y eso no es culpa de Israel, es nuestra y solo los libaneses podemos encontrarle remedio, para que las potencias extranjeras dejen de explotar nuestras divisiones y poder ser un buen país, un Líbano para todos”, resume.
Imagen portada: Samantha Martz / MILENIO