Por Erick Calderón
El 25 de noviembre de 1915, el mundo estaba sumido en el caos. Mientras la Primera Guerra Mundial desangraba a Europa y marcaba el inicio de una era de conflictos globales, un destello de luz emergía en el ámbito científico: Albert Einstein presentaba por primera vez su teoría de la relatividad general ante la Academia Prusiana de Ciencias. Han pasado 109 años desde aquel día, y su legado no solo sigue influyendo en nuestra manera de entender el universo y nuestro lugar en él, sino que también nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros de la humanidad, el conocimiento tiene el poder de trascender las sombras de la guerra y cambiar nuestra realidad.
En este contexto dominado por la destrucción, Einstein no solo revolucionó la física, sino que rompió con toda una tradición de pensamiento. Su teoría rompió con siglos de certezas newtonianas y abrió la puerta a una comprensión más profunda y, al mismo tiempo, más desconcertante de la realidad.
Gran parte del genio de Einstein radicó en su capacidad para pensar más allá de los límites del paradigma epistémico de su época. Antes de él, espacio y tiempo eran considerados entidades separadas y absolutas, como un escenario inmutable sobre el cual ocurrían los eventos del universo.
Esta visión, desarrollada por el pensamiento newtoniano, describía el espacio como algo independiente y absoluto, y el tiempo como un flujo continuo y uniforme. Estas ideas influyeron profundamente en todo el conocimiento de la época. Por ejemplo, la filosofía de Kant, manifestada en su Crítica de la razón pura, interpretó espacio y tiempo como «intuiciones a priori», estructuras fundamentales de nuestra percepción que no dependían de la experiencia. Esta interpretación era compatible con la física newtoniana, ya que asumía que las leyes de la naturaleza eran universales y que el espacio y el tiempo eran marcos absolutos necesarios para describirlas.
Einstein rompió con esta concepción al demostrar que espacio y tiempo no son independientes ni absolutos, sino que forman una única entidad dinámica: el espacio-tiempo. Según su teoría, la gravedad no es una fuerza que actúa a distancia, como planteó Newton, sino una consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo causada por la presencia de objetos masivos. Es como si fuera una tela flexible donde un objeto pesado crea una depresión, lo que ocasiona que otros cuerpos “caigan” o sean atraídos a esas curvas, lo que termina por determinar sus trayectorias.
Esta idea no solo redefinió la gravedad en nuestro sistema solar, sino que también ha logrado explicar fenómenos extremos como los agujeros negros y la expansión del universo, mostrando un cosmos mucho más complejo e interconectado de lo que jamás habríamos imaginado hasta ese momento.
En ese sentido, hay que tener en cuenta que en su tiempo, las leyes de Newton eran prácticamente dogmas, donde predominaba una visión mecanicista y universal del mundo que dominaba desde el siglo XVII. Que Einstein demostrara que estas leyes no funcionaban bajo circunstancias extremas (velocidades cercanas a la luz o en presencia de grandes masas, como estrellas) supuso un cambio científico y filosófico profundo.
Esto cuestionó la idea de un universo rígido y determinista, reemplazándola por una visión más flexible y, en cierto modo, impredecible. Einstein, como figura, simboliza la capacidad humana para replantear lo establecido y desafiar las «verdades absolutas». Su genio marcó uno de los golpes más significativos al antropocentrismo en la historia, puesto que nos desplazó aún más del centro del universo, continuando la revolución iniciada por Copérnico y encarnando el verdadero espíritu de la búsqueda de la verdad.
Mirar hacia atrás y reflexionar sobre la obra de Einstein no debe ser solo un ejercicio de divulgación científica, sino también una oportunidad para comprender la verdadera naturaleza de las ideas revolucionarias y como con estas se puede cambiar el curso de la historia y nuestras vidas. La relatividad no es solo una teoría física: es un símbolo del poder del pensamiento crítico, del potencial de la imaginación humana y de los riesgos y responsabilidades que vienen con el conocimiento. Por ello que en este periodo transcurrido de poco más de un siglo, la relatividad también ha dejado huella en la cultura, la sociedad, la tecnología, e incluso en varios dilemas éticos y políticos que seguimos enfrentando en la actualidad.
Por poner un ejemplo, su teoría, que sostiene que las leyes fundamentales de la física son universales, pero las mediciones específicas de tiempo y espacio dependen del marco de referencia del observador, fue interpretada en términos más amplios como una metáfora para cuestionar los absolutos morales, culturales y políticos, inspirando debates filosóficos sobre la subjetividad y la diversidad de perspectivas, encajando particularmente bien en el contexto de la transición entre lo que fue la modernidad y la posmodernidad, aunque lo cierto es que relatividad en física y el relativismo en filosofía ni siqueira están directamente relacionados.
Por otra parte, su famosa ecuación E=mc², derivada de la teoría de la relatividad especial, estableció el fundamento teórico para entender cómo una pequeña cantidad de masa podía convertirse en una enorme cantidad de energía, lo que hizo posible la creación de armas nucleares.
Einstein, junto con otros científicos, advirtió al presidente Roosevelt sobre el potencial militar del descubrimiento nuclear en una carta en 1939, temiendo que los nazis estuvieran desarrollando la bomba atómica, lo que terminó impulsando el desarrollo del Proyecto Manhattan.
Este es quizá uno de los ejemplos más visibles que nos pone frente a la paradoja de la ciencia: un avance diseñado para comprender el universo puede ser usado tanto para el bien como para la destrucción.
Por otra parte, Einstein no fue solo un científico, sino también un pacifista y un defensor de los derechos humanos. Lamentó profundamente el uso de su trabajo en la bomba atómica y dedicó sus últimos años a advertir sobre los peligros de la carrera armamentista. De ahí su famosa frase que dice: “No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la Cuarta Guerra Mundial: piedras y palos.” Por ello que su legado, en el contexto actual marcado por los conflictos bélicos y la amenaza de guerra nuclear, nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad ética de la ciencia: ¿Qué hacemos con el conocimiento que adquirimos?
Einstein encarna la idea de que el pensamiento crítico y la imaginación pueden desafiar incluso las verdades más arraigadas, incluidas aquellas de ‘la ciencia más pura y dura’. Esto se vuelve crucial en un mundo donde las estructuras de poder tienden a aferrarse a sus certezas, por lo que su legado, nos debe recordar que, muchas veces, vale la pena cuestionar lo incuestionable.