Ciertamente se puede definir la esencia de Silvia Pinal con una sola palabra: erótica. La más. Y además, lo demás. Fue la sensualidad y la pasión en su máxima expresión. Hay una foto que lo dice todo: “Yo me busqué y yo me encontré… yo me puse aquella blusa sin ropa interior y yo me mojé el pelo”, me dijo alguna vez, hablando de la imagen que se convirtió en cartel de Un extraño en la escalera (1955), la película determinante que ¡hace casi 70 años! la puso en las nubes; publica MILENIO.
Mujer libre, intensa y sin prejuicios, que ya desde sus adolescentes pininos teatrales, en su primer papel estelar (¿en Fausto y Margarita?) allá por mil novecientos cuarenta y feria, bien plantada en el escenario decía: “¡Muera la virginidad!”.
Habría que organizar un ciclo del cine erótico de la Pinal: Arrabalera, La adúltera, Locura pasional, Préstame tu cuerpo, Desnúdate, Lucrecia, Una golfa, La sospechosa… ah… y La dulce enemiga, en negligé. Ardiente. Perversa… perversa.
¿Será que es la actriz más completa que exista y haya existido? Será que sí. Se fue armando con papelillos de radio en la XEQ, escenas pequeñas en teatro de repertorio, y muchos, pero muchos roles secundarios que inician a los 17 años con Bamba (1948) y perduran ya con algunos protagónicos intercalados toda la década de los 50.
Fue maquinando larga y tenazmente el objetivo… y llegado el momento, atacó. Con todo. Se fue a hacer cine a Europa. Peleó como una leona hasta conseguir que Buñuel la dirigiera en Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964). Luego, nunca perdió el primer lugar en el cartel y fue convirtiéndose en su propia patrona. En todos los sentidos. Más y más libre. Empresaria y productora de sí misma, y generadora de fuentes de trabajo para sus compañeros. Más y más poderosa, en el verdadero sentido del término.
Imposible destacar lo mejor de su obra fílmica, cuando en todas estuvo impecable. Cada quien que vote por la que quiera… y cada quien tendrá razón. Acá, destaquemos, más allá de la trilogía de Buñuel: Un extraño en la escalera (1954) con Arturo de Córdova y como Lázara en La soldadera (1967) (favor de buscarlas, encontrarlas y verlas).
Con primeras figuras de la comedia: El rey del barrio con Tin Tan, Puerta, joven con Cantinflas, El casto Susano con Pardavé y desde luego El inocente con aquel juguetón cuadro donde, borrachos, Pedro Infante y ella hacen un popurrí de canciones infantiles.
En teatro, todo. Desde obras clásicas de O’Neill a los Diálogos de Salvador Novo, a lo que hizo con Héctor Bonilla en El año próximo a la misma hora. Pionera en materia de teatro musical: Ring Ring llama el amor, Irma la dulce… y más pa’ acá, empresaria y estelar en Mame y Hello Dolly!: la consagración de la consagración. De esta última queda el registro de Silvia interpretando suavemente el número “Mi flecha disparó así”.
Hace décadas —y durante décadas—, cuando nadie se ocupaba en campaña constante del tema, Silvia Pinal encontró en la televisión una trinchera de empatía, para dar la pelea en algo que no es nuevo. Primero, hizo Mujer, una teleserie donde se caracterizaba con cualquiera de los duros oficios que las mujeres ejercían para salir adelante. Y luego, Mujer, casos de la vida real, la primera y verdadera plataforma masiva de denuncia, que dramatizaba situaciones auténticas de mujeres violentadas, compartidas por
las víctimas a la producción del programa, y ponía el dedo en la llaga. Nada más, para que no se nos olvide nunca.
Peleó en su momento por los derechos sindicales de su gremio como dirigente de la ANDI (Intérpretes) y la ANDA (Actores). Fue diputada federal de 1991 a 1994, asambleísta del entonces Distrito Federal de 1994 a 1997 y del 97 al 2000, Senadora de la República —suplente, por cierto, del ex secretario de Educación Esteban Moctezuma en una curul priista—. Papeles políticos que se tomó en serio, con profesionalismo… como se tomó cualquier comedia.
En la sala de su casa, un día me dijo… para que no lo olvidara nunca: “Lo que más me gusta es hacer comedia… amo la comedia. No me gusta llorar, no me gusta sufrir: para eso está la vida”. De ese sufrimiento jamás ha hecho alarde.
Ni en los tres peores momentos: la muerte de su hija Viridiana al amanecer de un octubre de 1982, dentro de un VW Atlantic azul cielo, volteado sobre unos campos en lo que ahora es la entrada del Club Libanés del Olivar de los Padres; segundo, la muerte en el año 2000 de doña María Luisa, su longeva madre: “…mira, murió en esa recámara. ¡Cuánto la quise, cuánto la quiero!”; y el último gran dolor se lo provocó hace 20 años el actual Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, en su calidad entonces de productor teatral. La denunció y persiguió hasta hacerla huir de su casa en la cajuela de un carro, para luego esconderse en soledad casi un año fuera del país. Gertz la acusó de un fraude en la Asociación de Productores de Teatro que ella había encabezado, lo que siempre negó. Grave herida de honor.
No regresará hoy la legendaria Silvia a esa casa del Pedregal. Su único hogar. Pagó el terreno en abonos y lo terminó de construir en el 57. Ahí, entre sus decorados orientales y los dos colmillos de elefante a la entrada y esa alberca interior que apareció en alguna película con Mauricio Garcés… y el famoso cuadro de Rivera en el comedor… y el retrato del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, tres mil veces más impactante que el Rivera —perdón—.
Noventa y tres años estuvo con sus manos fuertes como su sentido del humor, celebrando haber nacido en Guaymas el 12 de septiembre de 1931. Que cada recuerdo nuestro, sea para ella un beso… ahora que una vez más tiene en el tiempo a su mejor aliado: conforme pase y siga pasando será todavía mayor su grandeza.
Imagen portada: Especial / MILENIO