Por José Francisco Villarreal
Cuando era un poco sociable, tenía es dudoso don de “amansar locos”. Me topé con pendencieros, borrachos “mala copa”, locos frenéticos, asaltantes armados, y otros tipos de agresores violentos, y en todos los casos salí indemne. Incluso alguna vez un asaltante acabó invitándome unas cervezas en una cantina de la que yo acababa de salir… ¡y con su dinero, no con el mío! Recuerdo que en secundaria yo fui de los pocos amigos del típico bravucón. Tratado en buenos términos no era tan malo. Fui al único al que confesó que una herida horrible que tenía en el labio superior no fue resultado de una pelea, sino de un tizón ardiente que le aplicó su padre por haber dicho una “mala palabra”. Lo que no justificaba pero sí explicaba su actitud violenta. “Castor” (y no revelaré el origen del apodo para no balconearlo), era con mucho el personaje más famoso de la escuela. Todos lo conocían, y el que no, ya se encargaba de que lo conociera, a la mala, claro. Entresaqué este recuerdo desde mi amnesia crónica cuando me enteré que el presidente electo de Estados Unidos, Donald John Trump, fue nombrado por la revista “Time” como la “Persona del año”, ¡por segunda ocasión! No pongo en entredicho la decisión de la revista. Es justo. En unos cuantos meses, Trump ha logrado conmocionar al mundo. A unos, revolviéndonos las tripas; a otros, alborotándoles la hormona fascista que todos portamos, todos luchamos contra ella, y algunos simplemente se rinden ante su encanto. Sí, es el personaje del año, el rostro más repugnante de la humanidad y, por desgracia, uno de los más influyentes. Lo que me sorprende es que él o algún estadounidense, se puedan sentir orgullosos del “reconocimiento”.
Recientemente, el fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, se negó a desestimar los procesos que se siguen contra el prohombre de “Time”. El próximo presidente de Estados Unidos ha sido hallado culpable de 34 cargos relacionados con el pago secreto a la estrella porno Stormy Daniels. Peccata minuta respecto a sus acciones, obviamente impunes, para minar la ya tan desmejorada democracia estadounidense y pulverizar cualquier contrapeso a su poder. No se ha emitido condena, y el juez Juan Manuel Merchan debe decidir pronto si la dicta o la difiere. Esto no debe preocuparle a Donald. Por un lado, se puede todavía apelar a la Suprema Corte gringa, cuyos miembros son “trumpistas”. Habría que recordar que apenas en julio pasado, en un caso contra Trump, la Corte otorgó la inmunidad para procesos penales con suficiente ambigüedad para que puedan aplicar a todos los «actos oficiales» de un presidente. Además, se otorgó inmunidad absoluta, también para actos oficiales del presidente, en temas como el indulto, el mando de las fuerzas armadas, la ejecución de las leyes o el control del poder ejecutivo. ¡Mecachis en la leche! Pero hay algo más por lo que la “Persona del año 2024” está tan campante. Hasta donde yo sé, en Estados Unidos, un delincuente sí puede postularse a la presidencia, incluso puede hacer campaña electoral desde la cárcel. Un juez tendría qué otorgarle libertad condicionada con algunas restricciones mínimas, o bien diferir el cumplimiento de la condena en tanto dure su inmunidad presidencial, o…; en cualquier caso, se pone en un brete al desafortunado juez. Porque para ser presidente de USA sólo se necesita tener más de 35 años, ser ciudadano por nacimiento y haber vivido en el país por lo menos 14 años consecutivos. Los antecedentes delictivos no cuentan, si acaso podrían ser un problema publicitario en campaña. ¡Qué chulada de democracia!
Justo al enterarme del reconocimiento al dudoso prestigio de Trump, también me entero, en una nota de Milenio, que el no menos siniestro “Yunque” (los ultras “benditos” del PAN) se despoja del capirote del KKK para anunciar el intento de formar un nuevo partido político en México: “México Republicano”. Obviamente se trata de un partido no tan afín al “Republican Party” gringo, sino más bien una cepa mutada del peligroso virus del “trumpismo”. No estoy seguro si en verdad el “Yunque” sale del clóset o sólo se especula con las declaraciones de algunos de sus presuntos miembros. Sí estoy seguro de que la escalada mundial ultra fascista tiene vasos comunicantes o cordón umbilical activo con la rotunda barriga de Trump. Se especula, con razonable certeza, que la legión republicana mexica engordará con más “ultras” de buró, y con asociaciones religiosas no solamente católicas. Juntad trecientas almas pías y tendréis las llaves del reino de la partidocracia oligárquica. La Santísima Trinidad debe estar tres veces atónita ante semejante muestra de fe. Hay temas de Trump que ilusionan mucho a esta derecha delirante, empezando por el devoto católico mariano Eduardo Verástegui, pero hay más temas que son no sólo antidemocráticos, también están en contra de las más elementales enseñanzas del cristianismo… Del cristianismo de Jesús, no el de las iglesias. Esto huele más a una cruzada que a la consolidación de una ideología. A mí en lo personal me eriza la piel ese contingente que intenta incrustarse en los procesos democráticos de un país, pero con el objetivo claro de destruirlos. Ni más ni menos que el evangelio nefando del mesías de la ultraderecha, Donald John Trump.
No hay que exagerar la nota. No todos los estadounidenses son trumpistas, y si aplica las políticas arancelarias que promete y otras internas todavía más macabras, de los que sí son, muchos podrían dejar de serlo. Voces críticas hay, como el destacado general en retiro Randy Manner, que rechaza públicamente el uso del ejército en las feroces políticas migratorias que planea Trump. De “fascista” no lo baja. Pero parece que en Estados Unidos sí ha tenido éxito el uso de los medios masivos de comunicación para imponer percepciones y crear opiniones. Quién sabe si el crimen cometido por el joven Mangione contra Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, espabile al ciudadano común respecto al catecismo mediático gringo. En México los medios convencionales no han tenido suerte y sí muchos gastos. Así se desfigure la información y se desestime a la crítica objetiva, la manipulación mediática desde la oposición es un desastre. Los medios convencionales, corporativos, que les dicen, han ido más allá del sesgo, el matiz y la prestidigitación de la información. Hasta el conductor de noticias menos brillante, por no decir más gris, editorializa felizmente a la menor provocación. El creciente descrédito de los medios de comunicación en México ha sido señalado incluso en instancias internacionales, pero sin esa estadística, el resultado de la elecciones de este 2024 lo demostró. Podría suponerse que las grandes empresas mediáticas comprendieron el mensaje y, en vista del desastre actual y de la inminente catástrofe, se retiraron hacia las trincheras de la objetividad, de la información a secas. Podría esperarse que delimitaran la opinión a espacios reconocibles y diferenciables del guion informativo. Pero es mejor que eliminemos de esta ecuación a la suposición y a la esperanza. La información crea opinión en el público, pero esa opinión surge del contraste con la experiencia de cada cual. Un conductor de noticias, por más periodista que presuma ser, no debe investirse en analista, porque su interpretación de la realidad soslaya mucho de la experiencia a nivel de calle, y además, deforma la necesaria tendencia objetiva de la información. Un conductor de noticias metido a analista, compromete el rigor de la noticia. Un analista, en su espacio y bajo su responsabilidad, debería masticar y pre digerir el bocado informativo no desde la información sino desde la experiencia común, nunca desde la expectativa propia de la realidad posible a la que aspira, y sin embargo… Así un analista nos da la información “peladita y en la boca”. Como la papilla para bebés, este bocado puede ser nutritivo o veneno puro. Pero en cualquier caso no es información, y menos en voz de un conductor de noticias.
Por raras asociaciones mentales, pienso en el fracaso de la manipulación informativa y pienso en el noticiero de Ciro Gómez Leyva, que recién se sacude de su espacio de opinión, y de sus opinadores por añadidura. Sus razones tendrá la empresa para, según se afirma, tomar esa decisión. Otros medios lo han hecho ya despidiendo o renovando su staff de “analistas”. Otros más, más bien pocos, han procurado mantener el equilibrio en las tendencias y filiación de sus opinadores, y les han dado protagonismo diferenciado respecto a sus conductores de noticias y equipo de reporteros. Claro que sí deja muchas dudas que la empresa donde Ciro ejerce haga este cambio repentino y radical luego de la espectacular rabieta de su conductor estrella contra un analista claramente defensor del régimen y en general del movimiento de la Cuarta Transformación. El titular de este noticiero debe ser muy importante para la empresa, o para quién sabe quién o quiénes, tanto que le siguen hasta España e invierten en una transmisión telepático-noticiosa que no tiene sentido, a menos que se trate de una corresponsalía europea. Si para un conductor de noticias local ya es difícil la inmediatez cotidiana a unos cuantos kilómetros a la redonda, no imagino la certeza que pueda darse a la noticia desde la lejanía de ocho husos horarios, un golfo, un mar y un océano. Si desde la CDMX ya era dudosa su coincidencia objetiva con el entorno nacional, desde España es tan impostada como su dicción. Entiendo la globalización, pero esto ya es “too much”. Es como dar el reporte de tránsito de Caracas desde Varsovia.
Nunca fui un consumidor de noticias del noticiero de Ciro Gómez Leyva. En medios alternativos, chairos y fifís, pude ver segmentos en donde abordaba la información, normalmente editorializando. También vi intervenciones de sus opinadores, y sus intervenciones en esas intervenciones. Opiniones contra o a favor de opiniones. Una exhibición dialéctica que al final disolvía a la información pura. No repudio las expulsiones de ese noticiero. Respeto el criterio de la empresa cuando considera que ya terminó el ciclo de la sección de opinión. Era notorio que Epigmenio Ibarra y Arturo Zaldívar estaban en una esquina del cuadrilátero, en tanto que Santiago Taboada y Germán Martínez estaban en la otra. Hasta ahí la pluralidad y el equilibrio, porque había poco árbitro. No sé si la empresa iniciará otro “ciclo” de opinadores. No importa cuando el propio conductor de noticias es el analista principal, lo que lo convierte en editorialista. Y recordemos que por definición un editorialista no es un analista que sólo expresa su opinión, además es vocero de la opinión del medio en el que la difunde, incluso cuando el propio editorialista intente deslindar a sus patrones. Un analista, opinador, comentarista, etcétera, siempre será incompatible con la emisión de información noticiosa.
Ceterum censeo… En Estados Unidos ha causado revuelo el asesinato de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare. No es raro que algún segmento de la opinión pública acabe seducido por la personalidad de un criminal, pero el caso del joven Luigi Mangione me parece diferente. Todo crimen es reprobable, y según el propio “manifiesto” de Mangione, él también reprueba al homicidio. Se dice que es un joven brillante. Sin duda lo es, porque con sutileza se puso a él mismo, no a Thompson, en el ara del sacrificio contra un sistema de salud criminal que lucra con la muerte. No creo que los estadounidenses que ahora abogan a favor de Mangione celebren la muerte de Thompson. Ellos, no Mangione, han elevado este crimen a la categoría de asesinato político. Esta conmoción al sistema de salud subordinado a empresas aseguradoras corruptas, seguramente dará para más, y desde ya inicia una confrontación abierta entre redes sociales y medios alternativos contra los medios corporativos. Algo que ya vivimos en México, aunque por otras razones. En todo caso, ese pésimo sistema de salud estadounidense y esa dependencia hacia empresas aseguradoras y atención médica privada, nos muestra claramente la ruta que seguíamos en México bajo criterios neoliberales. Aquí sí se entiende con claridad el deterioro que padecimos en nuestros sistemas de salud pública: pagar para vivir. Después de todo, para esta ideología empresarial, un enfermo es improductivo y, por lo tanto, desechable.