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Justicia, fragmentación y el futuro

Por Carlos Chavarría

Una de las batallas constantes a lo largo de la historia de la civilización ha sido el evitar que cualquier singularidad o coyuntura nos destruya. Para conseguir superar los brotes de inestabilidad desarrollamos aparatos de pensamiento éticos y morales en forma de principios y reglas que al adoptarse, hicieran posible recuperar los equilibrios suficientes para construir visiones de futuros mejores y posibles.

No obstante, toda la experiencia humana demuestra que en lo cotidiano no podemos observar y percibir el todo, y reconocer que vivimos en una compleja red donde todo esta interconectado.

El debilitamiento, si no es que imposibilidad, de la percepción de lo global conduce al olvido del sentido de la responsabilidad y de la solidaridad que los seres humanos tenemos para con nuestro entorno humano así como el natural.

Sometidos a este paradigma fragmentario, las personas no reflexionamos sobre nuestros vínculos con los demás miembros de su comunidad, es decir, no reflexionamos sobre su verdadera relevancia como partes de un sistema más general (como por ejemplo, la sociedad, el planeta e, incluso, el universo en su totalidad), al cual se deben (en tanto individuos).

La visión fragmentaria nos ha puesto de frente, por un lado a la constante soberanía individualista (muy de moda en nuestras sociedades) que sacrifica el interés común frente a los beneficios individuales. Si es a expensas de otros seres humanos no importa, las personas quieren poseer cada vez más, se desentienden de las necesidades sociales, mundiales, universales (a veces en franco antagonismo  respecto los intereses privados) y, lo que es peor aún: nuestra falta de percepción de lo global nos ha hecho perder, a la vez, nuestro sentido de responsabilidad para con el planeta, lo que pone en riesgo nuestra viabilidad y la de muchas otras especies. Tomemos a la degradación ecológica como ejemplo, la cual  es producto de una visión del mundo que no contempla nuestro vínculo con el ambiente que nos rodea, un vínculo frágil y que pone de manifiesto la interdependencia de todos los seres del planeta.

Pero el peor desastre es el que ocasionan las cúpulas del poder que sin consideración alguna se dedican  a su papel de carroñeros de todo conflicto. El poder carece de fronteras o nacionalidad y se declaran guardianes de la paz y el orden global, pero un orden que adolece de toda previsibilidad ética y moral.

Intercambian entre sí sus roles  en cada ocasión. Hoy le toco a Siria como ayer fue Ucrania, mañana Corea del Norte, y tantos otros países y regiones, que al final son personas que han sido peones involuntarios del maligno juego de camarillas poderosas donde no hay reglas o justicia posible.

Cómo puede hablarse de justicia en un mundo humano fragmentario. Pasamos sintéticamente de la retribución salomónica del clan, a la justicia compensatoria y ejemplar, en un mundo que se sabe global pero está formado por intereses fragmentados y encontrados.

La justicia internacional implica garantizar rendición de cuentas por algunos de los delitos más graves: genocidio, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, tortura y desaparición forzada (Aministía Internacional).

Hay muchas razones por las que se niega justicia a las víctimas de estos crímenes, entre ellas la falta de voluntad política para investigar los delitos y procesar a los responsables, entre estas, la debilidad de los sistemas de justicia penal y la marginación social de las víctimas.

Como consecuencia, no se obliga a rendir cuentas a los perpetradores o incluso se permite que sigan ocupando posiciones  en los que pueden cometer abusos o evitar la rendición de cuentas, las víctimas son abandonadas al sufrimiento y apenas se hacen esfuerzos para establecer la verdad o para tomar medidas que garanticen que estos delitos no se repiten. En estos casos, los mecanismos de justicia internacional pueden intervenir para garantizar que los crímenes se investiguen debidamente, los responsables comparezcan ante la justicia y las víctimas obtengan reparación por los daños sufridos.

No solo es una ofensa grave para con sus ciudadanos lo que hizo el régimen de estado dictatorial de los Assad en Siria, sino una injusticia global, porque son situaciones  en que las personas se encuentran, en un nivel global, enfrentadas a graves riesgos, carencias o daños provocados por la acción o la omisión de otras personas que son ciudadanos de Estados diferentes.

La justicia global es considerar que todas las personas tienen un derecho a vivir en paz y/o un derecho a disfrutar de los medios necesarios para subsistir y/o un derecho a la conservación del medio ambiente. Decir que todas las personas tienen estos derechos, o cualquiera de ellos, es decir que son derechos universales. Afirmar que son derechos universales implica que su contenido es un bien que es de todas y cada una de las personas, es decir que forma parte de lo que es suyo y que, por ello, la justicia —entendida como dar a cada uno lo que es suyo— exige satisfacer estos derechos

Es insostenible un mundo donde la justicia es definida y operada por los intereses de 8 países “poderosos”, que se intercambian cínicamente sus roles, de criminal a juzgador,  solo repasemos como evidencia, las declaraciones diversas de Putin y comparémoslo con su silencio ominoso y la protección otorgada al genocida de Bashar Assad.

El orden mundial experimenta un impulso creciente hacia la fragmentación, caracterizada por la divergencia de políticas y acciones entre Estados y regiones. Este impulso  es el resultado de múltiples factores, entre los que destacan:

  • Inestabilidad geopolítica: Conflictos regionales y el ascenso de nuevos actores en la escena internacional.
  • Retroceso del multilateralismo: El cuestionamiento al sistema de comercio global y la proliferación de medidas proteccionistas.
  • Transformación tecnológica: La disrupción tecnológica y la competencia geopolítica por la dominación en sectores estratégicos.
  • Heterogeneidad de los modelos económicos: La coexistencia de economías de mercado y economías más intervencionistas.

Las implicaciones de esta fragmentación son profundas y de alcance global, afectando desde el crecimiento económico hasta las relaciones internacionales. Entre las consecuencias más destacadas se encuentran: desaceleración del crecimiento económico mundial, aumento de la incertidumbre y la volatilidad en los mercados financieros, y, reestructuración de las cadenas de valor globales.

La fragmentación del orden mundial plantea desafíos sin precedentes y requiere una reflexión profunda sobre el futuro de la gobernanza global, pues no podemos vivir en un mundo sin reglas, y estas tampoco no pueden estar sujetas al capricho y circunstancias del poder.

Fuente:

Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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