Entre las películas de este año, el autor eligió tres que, por su gran calidad, se disputan el primer lugar: ‘La bête’, ‘Kinds of Kindness’ y ‘The Seed of the Sacred Fig’; publica MILENIO.
Entre todo lo que pude ver de cine en el año que cierra sus puertas, elegí las siguientes diez —en realidad once— películas que para mí sintetizan lo mejor de 2024. La bête de Bertrand Bonello, Kinds of Kindness de Yorgos Lanthimos y The Seed of the Sacred Fig de Mohammad Rasoulof se disputan el primer lugar. No logré decidirme por una sola de ellas para ubicarla como la más destacada porque las tres me parecen obras maestras de gran calado artístico. Al momento de elaborar este recuento me quedaban tres cintas pendientes: Anora de Sean Baker, Nosferatu de Robert Eggers y Evil Does Not Exist de Ryûsuke Hamaguchi.
1. La bête, de Bertrand Bonello
Lo que el francés Bertrand Bonello ha hecho con la adaptación de La bestia en la jungla (1903), una de las nouvelles clásicas de Henry James, es una demostración de puro genio fílmico: La bête se plantea como una fusión de ciencia ficción, romance y terror que no se parece a nada de lo que se produce en el cine actual. Encabezada por una deslumbrante Léa Seydoux que entrega el papel de su carrera hasta ahora, La bête cambia el foco del relato jamesiano del protagonista masculino llamado John Marcher a la protagonista femenina llamada Gabrielle Monnier, que en un futuro distópico busca “purificarse” de sus vidas pasadas. A caballo entre tres épocas que se imbrican de forma fascinante y sagaz (1904, 2014 y 2044), La bête retrata el miedo o más bien el pánico a contraer un compromiso amoroso a través de una serie de señales ominosas —mujeres agresivas, muñecas siniestras, palomas agoreras— que cercan a Gabrielle hasta asfixiarla. Llevo varios años explorando los nexos entre literatura y cine y puedo decir, sin temor a equivocarme, que La bête es uno de los ejemplos más arriesgados y dignos de esta relación que no siempre resulta afortunada: Bonello ha generado una obra cumbre de tal vínculo. El hecho de que películas tan valiosas como esta pasen inadvertidas para la programación comercial habla mucho de la decadencia del espectador contemporáneo: el cine desafiante y enriquecedor, que ratifica un estatus artístico, no interesa al público mayoritario. Para reforzar su espíritu innovador, La bête cierra con un código QR que se debe escanear para poder ver el misterioso colofón de la historia. Bertrand Bonello desconfía de la narración cinematográfica convencional y echa mano de diversos recursos para reventarla en pedazos.
2. Kinds of Kindness, de Yorgos Lanthimos
Brillante y desquiciado, perverso y surrealista: así es Kinds of Kindness, el octavo largometraje del griego Yorgos Lanthimos, construido con ayuda de su coguionista Efthimis Filippou como un tríptico narrativo que fractura la lógica tradicional para internarse en el laberinto de los mecanismos de control. “The Death of R.M.F.”, “R.M.F. is Flying” y “R.M.F. Eats a Sandwich” se titulan las tres partes que se conectan merced a un misterioso hombre que se reduce a tres iniciales y a un grupo de actores que cambian de máscara para integrar un fresco tan grotesco como original: entre ellos se encuentran Willem Dafoe, Jesse Plemons, Margaret Qualley y Emma Stone, quien se ha vuelto la actriz fetiche del director desde The Favourite (2018). Aunque estas tres partes constituyen una sola unidad cinematográfica, mi favorita es la segunda, “R.M.F. is Flying”, por ser muy cercana a la weird fiction y por renovar el tema añejo del doppelgänger en una atmósfera crecientemente mórbida. Kinds of Kindness regresa a los microcosmos sociales que Lanthimos patentó con Dogtooth (2009), la cinta que le comenzó a granjear celebridad, para afianzarlos sobre un cimiento absurdo: el doble y la suplantación, la resurrección y el sexo retorcido, son sus pilares. Entre las muchas cosas que admiro de este cineasta se hallan su manera de sacudirse las convenciones del relato fílmico canónico para trasladarlo a un terreno regido por leyes enteramente personales y su visión desencantada, que en la magistral Poor Things (2023) dio un giro hasta cierto punto luminoso pero que aquí vuelve a aflorar en todo su esplendor. Lanthimos desconfía de las buenas intenciones de la humanidad: el modo en que sus personajes se mueven con normalidad robótica en situaciones absolutamente anómalas refuerza la extrañeza que permea los tres relatos interconectados que captan un mundo donde la amabilidad y la bondad muestran su cara contraria. Kinds of Kindness produce la misma sensación de incomodidad que The Killing of a Sacred Deer (2017), uno de los filmes mayores de Yorgos Lanthimos. El retrato del abuso de poder provoca un horror insidioso que se va colando imperceptiblemente bajo la piel gracias a la labor de este artista iconoclasta.
3. The Seed of the Sacred Fig, de Mohammad Rasoulof
Ganador del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 2024, The Seed of the Sacred Fig del iraní Mohammad Rasoulof es uno de los thrillers políticos más depurados de los últimos años. Mezcla de ficción y documental que exhibe los excesos de un régimen teocrático, se rodó en secreto en apenas setenta días aprovechando múltiples grabaciones hechas con teléfono celular durante las violentas protestas que estallaron en Irán en septiembre de 2022 a raíz de la muerte de la joven Mahsa Amini mientras estaba en custodia policiaca. Con un manejo impresionante de la tensión dramática, The Seed of the Sacred Fig se circunscribe básicamente a un departamento en Teherán donde un hombre recién nombrado juez de instrucción y su familia deben lidiar con los efectos de los disturbios civiles y su consecuente represión. La desaparición de la pistola asignada al nuevo juez, forzado por el sistema a autorizar sentencias de muerte sin revisar cada caso particular, es el hilo que empieza a tejer la telaraña de sospechas familiares que compone el núcleo de la trama. Con envidiable habilidad narrativa, Mohammad Rasoulof va torciendo la historia para mostrar el modo en que el caos social trastoca irreversiblemente el orden familiar, y esta destreza queda patente sobre todo en el tercio final que avanza con paso firme e inexorable hacia la tragedia de bordes griegos.
4. Emilia Pérez, de Jacques Audiard
Audaz, controvertida, exótica, poética, revolucionaria: así es Emilia Pérez, la nueva cinta del veterano Jacques Audiard, que rompe moldes narrativos al optar por el formato musical para explorar el horror sembrado por el narcotráfico en México. El antecedente más inmediato de esta película que no rehúye su filón polémico sino que lo encara con valentía es el trabajo más reciente de otro iconoclasta francés, Annette (2021) de Leos Carax: en ambos casos se trata de acudir a la música para exponer convulsiones contemporáneas. El cuadrángulo protagónico de Emilia Pérez, encarnado con energía admirable por Karla Sofía Gascón, Selena Gomez, Adriana Paz y Zoe Saldaña, es uno de los ensambles femeninos más logrados del nuevo cine: las cuatro se involucran a fondo con el material explosivo que propone Audiard, y por ello no asombra que las cuatro obtuvieran el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 2024. En el cine actual, estandarizado por lineamientos desgastados por los años, son pocas las cintas que se atreven a correr los riesgos patentes en Emilia Pérez. Melodrama, ópera pop, thriller narco: la amalgama de géneros funciona sin tropiezos en este prodigio artístico. Además de entretejer con astucia los números musicales que forman la mayor parte de la narración, Emilia Pérez cuenta con una poderosa propuesta visual que se debe al cinefotógrafo francés Paul Guilhaume, que ya había colaborado con Audiard en la fabulosa Les Olympiades (2021), basada en algunos relatos gráficos del estadunidense Adrian Tomine. El reto que Jacques Audiard se planteó con Emilia Pérez es doblemente encomiable ya que el director no sabía nada de musicales hasta empezar a trabajar en la cinta. Su sensibilidad estética lo lleva a triunfar con una de las obras fílmicas esenciales de lo que va del siglo veintiuno.
5. The Substance, de Coralie Fargeat
El segundo largometraje de Coralie Fargeat es una sátira demencial y oscura sobre el culto desmedido a la belleza y el pánico al envejecimiento que se alzó con el premio al mejor guión en el Festival de Cannes de 2024. De la mano de Demi Moore y Margaret Qualley, quien también figura en el elenco de Kinds of Kindness de Yorgos Lanthimos, la directora francesa ingresa con honores en el canon del horror corporal con una evidente inclinación gore que ya se había vislumbrado en Revenge (2017), su debut, una de las películas recientes sobre venganza que más valoro por su brutalidad extrema. Más allá del coctel de hermosura, sangre y visceralidad que compone el eje de su trama, no obstante, The Substance tiene mucho que decir sobre la manera en que la mujer es presionada por el entorno contemporáneo para mantener cierto estándar físico, ya que fuera de ese estándar sobrevienen la debacle y el ostracismo. La alucinante propuesta visual a cargo del cinefotógrafo escocés Benjamin Kračun se apoya en el contraste entre planos cerrados y tomas abiertas para acentuar la claustrofobia que padece la protagonista encerrada en su propio cuerpo. Un buen programa doble de horror corporal tendría que incluir The Substance y Antiviral (2012), el debut de Brandon Cronenberg, hijo de David Cronenberg, que imagina un mundo contagiado por la fiebre de la celebridad al grado de inyectarse enfermedades de famosos. Ambas cintas miden a la perfección el pulso social actual, y los resultados de tal medición no son nada alentadores.
6. Civil War, de Alex Garland
El infalible cineasta y escritor británico Alex Garland ha creado algo más que una de las mejores películas del año y de lo que va del siglo veintiuno: una sensacional distopía sociopolítica que cuestiona a profundidad la ética periodística, una muestra de cine de denuncia en su más alta expresión artística, un Apocalypse Now para las nuevas generaciones. Cargada de una tensión narrativa en aumento constante, Civil War se siente más como una crónica de nuestro presente ya distópico que como una proyección del futuro inmediato, y el asalto a Washington DC y la Casa Blanca lo constata al ser captado con un realismo bélico que se antoja extraído de las noticias que nos bombardean sin clemencia. Los personajes femeninos son uno de los puntos fuertes del cine de Garland, y los de Civil War no son la excepción: Kirsten Dunst y sobre todo Cailee Spaeny, quien también trabajó en 2024 en Alien: Romulus de Fede Álvarez, se dejan la piel como sendas fotoperiodistas capaces de dar todo, incluso la vida, por conseguir la imagen perfecta. Men (2022), la cinta de Alex Garland anterior a Civil War, resultó bastante incomprendida por el público y la “crítica” (las comillas son fundamentales). A mí me sigue pareciendo una estupenda exploración de la masculinidad tóxica vista a través del lente del horror corporal que no dejaré de recomendar.
7. Love Lies Bleeding, de Rose Glass
Desquiciado, original, salvaje: así es Love Lies Bleeding, el segundo largometraje de la británica Rose Glass, que después de debutar con Saint Maud (2019), una de las grandes obras de terror religioso que ha dado el cine contemporáneo, se confirma con creces como un talento inconformista al proponer un noir con ingredientes de horror corporal que resulta diabólicamente eficaz. Aunque Kristen Stewart y Katy O’Brian se llevan las palmas como las amantes desquiciadas en que se centra la historia de filo lésbico, Ed Harris no se queda atrás en su encarnación de un siniestro capo del crimen en Nuevo México. Por mucho uno de los thrillers más propositivos que se han creado en años recientes, Love Lies Bleeding cuenta con una estupenda labor fotográfica a cargo de Ben Fordesman. La atmósfera de violencia soterrada que estalla de pronto en un pueblo adormilado remite a ciertas novelas del insuperable Jim Thompson. Esteroides, sangre, sexo y un final arriesgado que no se ve venir: Love Lies Bleeding es un tren de alta velocidad que arrolla al espectador.
8. Queer, de Luca Guadagnino
Un portentoso viaje en busca de trascendencia amorosa y espiritual y a la vez un homenaje estéticamente deslumbrante a la literatura y la vida de William S. Burroughs: lo que Luca Guadagnino consigue con Queer, su noveno largometraje, es un delirio de alcances cósmicos envuelto en vapores de ayahuasca. Fantasmagórica y surrealista, es esta una obra maestra esencialmente por la forma en que eleva el sexo a un plano que rebasa lo corporal de la mano de un Daniel Craig en carne viva que concede una nueva existencia palpitante a William Lee, el álter ego de Burroughs. Con ecos de Stanley Kubrick (2001: A Space Odyssey, 1968) y Ken Russell (Altered States, 1980), Queer rehúye toda sensiblería romántica para ofrecer un retrato cargado de pathos y angustia existencial y sobrevolado por el espectro trágico de Joan Vollmer, la mujer asesinada por Burroughs en un extraño accidente etílico en la Ciudad de México en 1951. Filme absolutamente arrebatador, Queer está lleno de rasgos notables entre los que destaca la inteligencia con que Guadagnino y su guionista Justin Kuritzkes entretejen varias de las principales obsesiones que forjaron el mundo alucinado y alucinante del escritor beat: el poder fáustico de las drogas, los experimentos gubernamentales secretos y las posibilidades telepáticas. El espectáculo visual que brinda esta película es algo fuera de serie y se debe al cinefotógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom, cómplice fiel de su coterráneo Apichatpong Weerasethakul, que ya había colaborado con Guadagnino en Call Me by Your Name (2017), Suspiria (2018) y Challengers, otra de las mejores cintas de 2024. Es esta una mancuerna creativa hecha al parecer en las estrellas. Es Luca Guadagnino un director que ha trazado una intachable carrera cinematográfica contra viento y marea, corriendo riesgos que no son comunes en el panorama contemporáneo.
9. Joker: Folie à Deux, de Todd Phillips
Una secuela audaz y heterodoxa, visualmente fastuosa, que traiciona de cabo a rabo las expectativas del consumidor de supervillanos para ser fiel a la trama de abuso físico y psicológico que le dio origen gracias a un Joaquin Phoenix que reitera su pericia en el descenso al infierno mental. El estadunidense Todd Phillips es un cineasta lo suficientemente inteligente para diseñar una suerte de espejo cinematográfico: al concluir la fantasía criminal de Joker (2019) comienza la realidad de Arthur Fleck, un hombre quebrantado que no refleja lo que exige el espectáculo que según se dice debe continuar y que por ende es vituperado por la sociedad —y el espectador— que solo quiere más de lo mismo. Desde mi punto de vista, la Harley Quinn encarnada por Lady Gaga es la representante del público fanático de superhéroes y supervillanos: en cuanto su objeto de admiración/deseo se despoja del disfraz y deja al desnudo su vulnerabilidad, la decepción se instala sin más. La llamada fuga disociativa o psicógena es tratada con brillantez por Phillips y su coguionista Scott Silver a través de los números musicales que Joaquin Phoenix y Lady Gaga interpretan con soltura en una película que se niega a hacer concesiones. Quienes se rasgan las vestiduras porque el director no les dio lo que querían —Arthur Fleck y Harley Quinn se burlan de esto en su imaginario show televisivo— jamás captaron el propósito real de Joker: siempre fue la historia rota de Fleck y no del Guasón. Me parece de una enorme sagacidad el hecho de que Todd Phillips haya aprovechado a uno de los antihéroes más populares del universo de Ciudad Gótica para exhibir los trastornos mentales y los abusos de las instituciones psiquiátricas ante un público mayoritario. Joker: Folie à Deux es una victoria estética apuntalada por un prólogo elocuente y simbólico en forma de cortometraje dirigido por el francés Sylvain Chomet, responsable de ese par de joyas de la animación que son Les Triplettes de Belleville (2003) y L’Illusionniste (2010).
10. A Different Man, de Aaron Schimberg
Si existiera la justicia artística, Adam Pearson y Sebastian Stan recibirían los principales premios de interpretación masculina por A Different Man, el segundo largometraje del estadunidense Aaron Schimberg. Pero ¿qué es en realidad esta cinta magistral: comedia de humor oscurísimo, estudio clínico en torno de la apariencia y la identidad, muestrario irónico de horror corporal, puesta en abismo sobre la deformidad física y su impacto social, thriller psicológico? Las etiquetas, hay que decirlo, salen sobrando en este caso, y lo que importa es la fusión de todas ellas en un conjunto magnífico. Auténtica montaña rusa de la narración cinematográfica, A Different Man pasa por tal cantidad de registros cómicos y dramáticos que acaba por convertirse en un viaje en nada parecido a lo que se filma hoy día en Estados Unidos, una rara avis que vuela con su propio impulso extravagante. Schimberg dinamita las convenciones endebles de un mundo edificado sobre los estereotipos de belleza física vendidos por la publicidad, y entre los escombros de la explosión construye una historia de cimientos profundos y sólidos que deviene material para la reflexión. Como esperaba algo totalmente distinto, A Different Man me tomó desprevenido y me mantuvo fascinado sin interrupción. Cada giro de la historia es un golpe de genio que se aleja de la órbita políticamente correcta para crear su propio territorio comanche.
BONUS FILMS
Strange Darling, de J. T. Mollner
Lo que el estadunidense J. T. Mollner hace por los asesinos en serie con Strange Darling, su segundo largometraje, es algo en verdad increíble: un thriller retorcido que se vuelve un vértigo cinematográfico gracias a la ruptura con la temporalidad lineal que es genial y maquiavélica a la vez. El desempeño de Willa Fitzgerald en el rol protagónico debe quedar como una de las grandes interpretaciones en la historia de este género, y para reforzar lo anterior está la secuencia final que es un tour de force actoral que quita el aliento. En deuda con el mejor noir de los años setenta y ochenta, la estética de Strange Darling se debe a la impecable labor visual del actor Giovanni Ribisi, que debuta como cinefotógrafo para crear la atmósfera enrarecida, de brutalidad en aumento, que es indispensable para la historia.
I Saw the TV Glow, de Jane Schoenbrun
El/la director/a estadunidense Jane Schoenbrun entrega no solo una de las películas del año sino una de las obras más complejas del cine reciente sobre el acto de crecer: I Saw the TV Glow es un canto brillantemente oscuro a la vida compuesto en el corazón de la noche. A través de una teleserie weird para adolescentes (The Pink Opaque) que introduce el elemento metacinematográfico, el segundo largometraje de Schoenbrun urde una amistad bella y dolorosa entre dos desterrados del orden “normal” que buscan un sentido ulterior en su tediosa existencia suburbana. Con una clara influencia tanto de David Lynch como del horror de los años setenta y ochenta, I Saw the TV Glow retrata la angustia, el pesar y la soledad que implica construir una identidad sexual y social en un mundo adverso. Apoyada por una fantástica banda sonora que transmite toda la fuerza de la melancolía de la juventud, la cinta es una aportación esencial a la exploración de la madurez en el cine, una obra lacerante que tiene dientes y muerde y cuenta con un final estremecedor que no es fácil de olvidar. Varias de las preocupaciones que Jane Schoenbrun depura en I Saw the TV Glow se hallan presentes en We’re All Going to the World’s Fair (2021), su debut, en un estado más crudo, más experimental, a través de una propuesta incómoda pero sumamente interesante. Como pocas películas recientes, We’re All Going to the World’s Fair revela el grado de alienación y desconexión psicológica que puede causar el exceso de vida virtual y se plantea como evidencia de horror atípico: se diría que alguien ha decidido grabar una extensa pesadilla juvenil.
Imagen portada: Especial / Captura