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Por Francisco Villarreal

No he visto “Nosferatu”, la reciente película de Robert Eggers. Espero que sea como la de 1979, de Werner Herzog, respecto a la primera, la de Friedrich Wilhelm Murnau en 1922; es decir no un simple “remake” sino una obra sólida, con valor propio, y a la vez un homenaje. Sí he visto que se ha hecho polémica por… ¡el bigote del Conde Orlok! He visto algunas fotos de la caracterización que hizo Bill Skarsgård. Impresionante, irreconocible el actor no el personaje. Hace años que no voy al teatro, pero creo que esa es la idea. Estos Skarsgård rara vez me decepcionan. A Alexander, “The Northman”, lo acabo de ver en un cameo en la serie, de vampiros, “What we do in the shadows” (referencia a su papel de vampiro hipersexuado en “True Blood”). A Gustaff, lo disfruté como “Floki”, en la serie “Vikings”. El menos conocido, tal vez por ser más joven, es Vater, que he visto actuar una sola vez, en “Arn: The Kingdom at Road’s End”, donde compartió créditos con Gustaff, Bill y Stellan, el patriarca Skarsgård, con larga trayectoria, el camaleónico actor que recién caracterizó al obeso barón Vladimir Harkonem en “Dune: Part Two”. En general noto que esta dinastía se acomoda con mucha facilidad a las más exigentes caracterizaciones, incluso cuando éstas desfiguran la imagen del propio actor. Un gran mérito si se piensa en que los rostros del actor y actriz son su carta de presentación en el mercado del cine. Así que al ver las imágenes del Conde Orlok no encontré a Bill por ninguna parte, pero sí me llevó más allá de los Cárpatos, a los valles de Transilvania, y a los húngaros sículos asentados en el corazón de Rumanía. Lo curioso es que fue precisamente el bigote tupido del conde lo que me remitió a aquellas antiguas tribus guerreras. Interesante referencia visual si se recuerda que el Conde Orlok es un avatar tramposo del Conde Drácula quien en sus charlas con Jonathan (o Thomas) Harker, presume orgulloso sus orígenes szekelios (sículos).

El autor de “Drácula” fue Abraham Stoker, y fue muy cuidadoso en no identificar claramente al conde. Lo llama Drácula, que no es un nombre sino un apodo, y que igual remite a una orden de caballería que a una personalidad diabólica. Stoker sí describió brevemente al conde. En el mítico castillo, lo primero que vio Harker luego de que la anciana sordomuda abriera la puerta fue: “Dentro había un hombre alto y viejo, pulcramente afeitado, salvo por un bigote blanco y largo, y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin una sola nota de color en parte alguna”. Más adelante, ya a la luz de una chimenea, también notó: “la frente, amplia y abombada; y el pelo, escaso en torno a las sienes, aunque abundante en el resto de la cabeza. Las cejas eran pobladas; casi se encontraban sobre la nariz, con un pelo espeso que parecía rizarse por su propia abundancia. La boca, a juzgar por lo que podía verse bajo el bigote, tenía una expresión fija y bastante cruel, con dientes blancos sumamente afilados; estos sobresalían por encima de los labios, de un rojo notable…” A propósito de dientes, en alguna vieja traducción leí “incisivos”, pero en otras he leído “caninos”, lo que es más adecuado para la velada ferocidad el anciano. Velada porque, contra lo que debía esperarse en un monstruo, Stoker pintó a un noble rumano amable, ameno y rudo pero culto. No sé si esta personalidad fue rescatada por Eggers. Ya lo veré algún día.

Si bien Stoker lo lleva a los extremos, la abundancia de pelo y prominencia de dientes y uñas tiene explicación. Los campesinos supersticiosos debieron abrir muchas tumbas en busca de vampiros, y debieron ver cadáveres con el pelo y uñas más largos, y los dientes más expuestos. Un efecto normal al desecarse el cuerpo durante la descomposición. No quiero arruinar las ilusiones de muchos vampirofílicos, así que dejemos esto por la paz. El tema es que Eggers debió revisar cuidadosamente la versión de Murneau y reivindicar el plagio de la novela… Sí, Murneau plagió a Stoker. Supongo que habrá que buscar en otro sitio el origen de la distorsión del personaje. ¿Qué tal en el propio Abraham Stoker? En efecto, antes de publicar la novela, Stoker preparó un descuidado texto dramático para una lectura de salón, una especie de muestra para complacer a la censura oficial de la novela adaptada para teatro. Se presentó el 31 de mayo de 1897, duró cinco somníferas horas, pero fue autorizado. Años después (1924, Derby, UK), el director de teatro Hamilton Deane llevó al escenario una adaptación del mamotreto teatral de Stoker, pero con muchas licencias. Una de ellas fue que Edmund Blake y después Raymond Huntley, los dos actores que representaron al conde, eran hombres jóvenes, encantadores y vestidos de etiqueta. No sé si usaron bigote, pero su elegancia desmerece al orgulloso guerrero szekelio y con el tiempo lo acercó más a la imagen de un mago de circo (con Bela Lugosi es insoportablemente refinado). Un divorcio total con el tenebroso conde de Murneau (Max Schreck) y del asmático conde de Herzog (Klaus Kinski).

No paró ahí la destrucción de la imagen original de Drácula. En 1927, el productor teatral estadounidense Horace Liveright, llevó a Broadway la obra inglesa, también con algunos “retoques”. El conde fue representado por el actor húngaro Bela Lugosi, de todos los que hicieron ese personaje, tal vez el más cercano étnicamente al Drácula de Stoker. Lo malo es que salvo por el acento, Lugosi repitió la imagen de mago de circo creada por Deane, imagen que luego llevaría a a pantalla en 1931. Eso sí, ya metido en el papel, se permitió algunas licencias como aquella que repitió Gary Oldman donde el conde se excusa por no acompañar a Jonathan Harker a cenar: “Yo nunca bebo… vino”. ¡Brillante! Personalmente me gusta más la versión alterna, para Hispanoamérica, que protagonizó el español Carlos Villarías, y con el inolvidable actor mexicano Eduardo Arozamena como Van Helsing. Así que rápidamente se olvidó la capa gris que cubría al conde cuando reptaba por las paredes del castillo, su mal aliento, su aspecto repelente. Quedó el dandy frívolo de las tertulias decimonónicas inglesas. Nadie protestó cuando, Christopher Lee en los años 50, y Frank Langella y Raul Julia en los años 70, le rasuraran el bigote al conde. Ellos, junto con Willem Dafoe en Shadow of the Vampire, compartieron depilación con el Conde Orlok de Murneau. Curioso caso el Drácula de Gary Oldman quien, si bien sorprende con un extravagante peinado y sin bigote, luego exhibe a un joven elegantemente británico, pero esta vez con el orgulloso bigote sículo. Es de notar que Christopher Lee, durante una entrevista a fines de los 90, se lamentaba que cada vez más se estaban alejando del Drácula original. Es director español Jesús Franco trató de respetar el texto de Stoker, con un Drácula bigotudo incluso (Christopher Lee), pero no derrotó las limitaciones de un bajo presupuesto.

No tengo idea de qué tan buena sea el “Nosferatu” de Eggers. Confío en su criterio. Sí me parece ridículo que se enfrasquen en polémicas por un simple bigote. En lo personal he disfrutado de todas las versiones y perversiones cinematográficas y televisivas del Drácula de Stoker. Unas mejores que otras, sí, pero todas reforzando el intrigante mito del no-muerto que Stoker llevó a alturas épicas, la descripción de un supuesto estadio humano mejor que la muerte pero peor que el infierno. Confieso que, deliberadamente, he hecho un batiburrillo incluyendo referencias de “otro” Drácula, que tal vez pondría de nervios a los fanáticos de la depilación y las minucias. También es de Abraham Stoker, sólo que fue publicada por entregas en un diario islandés entre 1900 y 1901, que a su vez “desciende” de una publicación sueca en el diario Aftonbladet, en 1899. Se trata del misterioso “Makt Myrkranna” (“Los poderes de la oscuridad”). Un caso muy singular de textos que son lo mismo pero no son iguales. Para rematar esta divertida y a veces lampiña capirotada, y disculpando a la cuestionable traducción, cito al mellizo sueco-islandés:

Cuando Jonathan (en este caso es Thomas) llega al castillo: “Apareció una mujer de edad avanzada, vestida con lo que me pareció un traje típico de Hungría (o de algún otro país de la región). Hizo una reverencia, mirándome con una extraña sonrisa que me hizo sospechar que era sordomuda, como más tarde pude confirmar.”

La descripción del conde, iluminado a contraluz por el fuego de la chimenea: “Tenía una frente amplia que emergía de la cabellera gris que le llegaba a los hombros, un mostacho blanco que le cubría la boca, en la que detecté cierta dureza, o incluso crueldad, pero esa sensación desaparecía cuando hablaba o reía; dientes impecables, con la excepción de unos caninos inusualmente grandes; y manos elegantes y pálidas, aunque más velludas que las de cualquier otro hombre que hubiera conocido”.

¡Y cómo no!, el conde hablando acerca de una de las tres “novias” clásicas: “Sí, vive aquí, y es familiar mío, preciosa como una diosa, pero loca de remate (…) Eso, sin embargo, no significa que deba tenerle miedo. Ella cree que es su propia bisabuela. Por eso es por lo que siempre viste con las mismas ropas que se ven en el retrato de su bisabuela. Otra tarde le mostraré los retratos de mi familia, y estoy seguro de que las mujeres le resultarán muy parecidas. Por supuesto, no es más que una locura inocente. Normalmente la mantengo bajo vigilancia, pero de vez en cuando se escabulle al anochecer y pasea por los pasillos del castillo”.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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