Por Carlos Chavarría
Todo los días se publican noticias que denotan nuestras pobres habilidades para construir visiones sobre futuros alternativos que terminan siendo solo tercas repeticiones del pasado, atrapándonos en una especie de retromanía. Todo el tiempo el poder en todas sus formas, publico y privado, por su inherente naturaleza de formar opinion son ejemplos cristalinos de que la nostalgia nos tiene atrapados.
Los medios de ataque y defensa que usan los contendientes politicos estan circunscritos al pasado repetido en el presente, incluyendo enormes contradicciones graves contra sus mismas políticas actuales.
Recurrir a pasados asimilados como gloriosos nos hace sentir tranquilos pues el pasado es algo conocido, pero olvidamos que nada es igual que ayer y estamos obligados a la creatividad continua. Hoy somos ya 9000 millones de habitantes y la sola magnitud de las cosas convierte en inoperante tratar de aplicar mecanismos del pasado que solventen las necesidades actuales.
Como muchas personas, trabajé desde casa durante la mayor parte de 2020 a 2022, me moví entre Zoom, Teams y demás medios que me hicieron recordar los 1970´s cuando empezábamos a tirar código y mucho nos lamentábamos de lo poco cooperativos que parecían no solo, colegas sino los usuarios en general de las tecnologías de información de aquella época.
En los 1990´s empezó con fuerza el concepto de trabajo cooperativo asistido por computadora y durante la pandemia nos movimos sin mayor problema en reuniones de todo tipo compuestas por personas que estábamos teniendo experiencias similares mientras permanecíamos todo el tiempo físicamente en el mismo lugar.
Paradójicamente, parece que me he puesto al día con una visión tecnológica del pasado. Desde esta perspectiva, la idea de lo que un futuro podría contener o de hecho futuros, se ha vuelto cada vez más difícil de imaginar. En respuesta a esta dificultad, me encontré mirando más hacia el pasado.
Imperceptiblemente, mis feeds de redes sociales se llenaron de términos como retro y vintage, y estas imágenes curadas del pasado proporcionaron una sensación de nostalgia en tiempos inciertos. ¿Cuál es el atractivo de la nostalgia y por qué algo que es imposible de lograr continúa teniendo tal dominio sobre nosotros? A medida que nuestras vidas avanzan, aparentemente cada vez más rápido, ¿no se siente natural que a veces debamos detenernos y desear que pudiéramos recuperar alguna parte de ella? La nostalgia sigue sucediendo, aunque sea imposible, y es en esa dualidad donde reside parte del atractivo.
Constantemente miramos hacia adelante y como diseñadores siempre nos preguntamos cómo mejorar nuestros futuros cuando no siempre nos damos cuenta de que el verdadero poder proviene del pasado. El pasado puede ofrecer nostalgia, y solo cuando aceptamos el pasado podemos avanzar adecuadamente. El diseño especulativo, en muchos sentidos, se trata tanto de comprender el pasado, como de imaginar futuros.
El concepto de hauntología acuñado por el filosofo Jaquea Derrida, a manera de enmarcar cómo las visiones de futuros posibles están continuamente ligadas a las preocupaciones del presente, las cuales, a su vez, están conectadas con el pasado a través de los «espectros de futuros perdidos». Más recientemente, los críticos han discutido la hauntología en el contexto de describir la persistente reutilización de la estética retro en la cultura contemporánea y la subsiguiente incapacidad para escapar de las viejas formas sociales.
Este concepto sugiere que los eventos pasados, las ideas y experiencias continuan ejerciendo una fuerte influencia sobre el presente aunque no esten visibles o tangibles. esas señales del pasado convierten a nuestras visiones hacia delante en “fantasmas” que distorsionan nuestro entendimiento de lo que ocurre en el presente e influencian nuestros alcances del futuro.
Lo que se quiere expresar con este término, fantasmas, es que el presente está perseguido por los «fantasmas» metafóricos de futuros perdidos, de futuros que no fueron. El concepto plantea la cuestión de cómo los «espectros» de futuros alternativos influyen en el discurso actual e histórico y si la «persecución» tiene efectos reales en cómo concebimos posibles futuros mejorados. En resumen, nuestras visiones de futuros posibles siempre están ligadas a nuestras preocupaciones del presente, las cuales, a su vez, están conectadas con el pasado a través de estos «espectros».
Un ejemplo de futuros perdidos a la luz del Siglo XXI, el 68 representó la irrupción de una juventud posterior a la Segunda Guerra Mundial, la denominada demográficamente como el baby boom, que a pesar de estar recibiendo un nivel de formación educativa muy superior a la de sus padres, quiénes se la estaban proporcionando confiados en su capacidad de generar un ascenso social, parecía no compartir los valores de estos, ni encontrar sitio en una sociedad que percibían como encorsetada, llena de convencionalismos arcaicos y necesitada de cambios. Se ha llegado a decir que «por primera vez una clase de edad adolescente y juvenil, tomó el relevo de las clases sociales».(Henri Weber, sociólogo y él mismo joven del 68, citado por Joseph Ramoneda Protagonistas del siglo xx, op. cit. p. 497).
Estamos viviendo tiempos de cambio aparentemente constante, pero la dirección del viaje es incierta. La tecnología alimenta esta ilusión de progreso, donde el cambio parece equivaler a iteraciones cada vez más rápidas de los mismos productos, servicios y experiencias.
Esta no es toda la historia, detrás de las herramientas tecnológicas se encuentra el recurso de los datos. Año tras año, la cantidad de datos almacenados crece exponencialmente, a medida que se crean y consumen cantidades cada vez mayores de ellos.
Los dispositivos que utilizamos para atravesar el paisaje de datos requieren más capacidad de memoria para hacer frente a la escala de datos. Esto, junto con la próxima generación de aplicaciones hambrientas de datos que cosechan nuestros datos a escala industrial, es un círculo vicioso del que, lejos de tratar de evitarlo, parecemos empeñados en correr de cabeza mientras subimos, comentamos y retuiteamos, creando vastos conjuntos de datos para terceros vendedores.
Pero volvamos a la idea de nostalgia y cómo el pasado continúa ejerciendo influencia y embaucando nuestra imaginación de futuros. Simón Reynolds acuñó la frase «retromanía» para describir lo que él veía como la creciente influencia de la nostalgia en la cultura popular y la mercantilización del pasado (Reynolds, 2011).
El impacto de la tecnología digital en la memoria cultural es muy fuerte, en particular Internet y su poder para democratizar y hacer accesibles vastos recursos de datos que alguna vez fueron de suministro limitado y ahora están disponibles para la manipulación y la nostalgia. Resume la obsesión del siglo XXI por curar el pasado como un intento sintomático pero fútil de controlar el tiempo que solo se ha intensificado a medida que las nuevas tecnologías se convierten en un facilitador de la nostalgia, proporcionando acceso instantáneo a interminables franjas nuevas del pasado .
La presión proviene del cambio tecnológico o, quizás con mayor precisión, de la aplicación de técnicas existentes pero manifestadas en nuevas formas. La IA es un terreno fértil para los fantasmas de futuros tecnológicos perdidos y gran parte de la retórica asociada con los Sistemas Expertos de los años 80 y 90 se hace eco en el discurso actual sobre IA que impregna el discurso sobre la interacción y su impacto más amplio en la sociedad.
Estos misteriosos algoritmos realizan selecciones y predicciones que afectan nuestras vidas. Desde lo relativamente trivial, como elegir dónde nos colocan en las colas telefónicas según nuestra ubicación y comportamientos anteriores, hasta la selección de candidatos a empleo y la predicción de calificaciones académicas.
El sesgo inconsciente de alguna manera se encuentra un paso más allá a medida que impregna el código, distanciando la responsabilidad de los actores humanos. ¿Acaso la promesa de la IA habla de alguna manera de nuestros futuros perdidos, su vaguedad aumenta el atractivo y la promesa a medida que este fantasma particular en la máquina monitorea silenciosamente en segundo plano, tomando decisiones invisibles? Esto se establece en un contexto de un mayor despliegue de IA en la industria (Industria 4.0 y 5.0) y el medio ambiente (Internet de las Cosas) que ha reformulado el papel de los artefactos tecnológicos y sus relaciones con los humanos.
Aunque no podemos saber exactamente cómo se desarrollará el futuro, podemos explorar las formas que podría tomar porque estas se originan en las tendencias y patrones actuales, la investigación exploratoria y las discusiones y soluciones en curso que ocurren hoy.
Esas anticipaciones pueden ayudar a moldear un mejor presente al permitirnos considerar los posibles impactos en nuestras vidas como seres humanos, nuestras relaciones entre nosotros y nuestra relación con el medio ambiente. Históricamente, hemos asumido que comprender el pasado es necesario para anticipar el futuro.
El historiador Yuval Noah Harari dice que el propósito de aprender historia no es predecir el futuro sino ampliar nuestros horizontes y comprender que nuestra situación actual no es ni natural ni inevitable y que tenemos muchas más posibilidades ante nosotros de las que podemos imaginar. Como tal, la práctica de la anticipación, o la capacidad de imaginar y planificar escenarios futuros potenciales, es crucial. Esto requiere tanto la capacidad de utilizar el futuro para guiar nuestras acciones en el presente como la habilidad de hacer del presente un tiempo en el que consideremos y trabajemos activamente hacia los futuros deseados.