Por Enrique Cárdenas
Durante la conferencia matutina del miércoles 15 de enero, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó el segundo capítulo de la miniserie sobre la historia del fentanilo, un tema que el Gobierno de los Estados Unidos y los medios de comunicación internacionales han evitado abordar desde el ángulo de responsabilidad y complicidad de las autoridades sanitarias estadounidense frente a la industria farmacéutica.
Esta narrativa ha sido alimentada desde varias trincheras, el Congreso estadounidense, la Casa Blanca y los grandes medios de comunicación, como el -pseudoreportaje- publicado por el New York Times hace unas semanas, en el que mostraba un supuesto laboratorio de producción fentanilo en Sinaloa.
La información revelada en su reportaje dejó de lado unos cuantos “detalles técnicos” que evidenciaron su mentira: el fentanilo y sus precursores son sustancias químicas que podrían ocasionar la muerte al estar en contacto con ellas, y, aunque el diario y sus “periodistas” crean lo contrario, los criminales en el norte de México no tienen superpoderes ni son inmortales.
Esto es un claro ejemplo de la narrativa que, sin importar los colores del partido, los políticos estadounidenses y sus medios de comunicación han impulsado: “el problema del tráfico de fentanilo está en México”. Hipótesis que ha permitido desviar la atención y la responsabilidad del Gobierno estadounidense.
Entonces, ¿estamos ante una mentira de Estado o de una política para evitar hacerse responsable de sus opacas políticas públicas y su histórica corrupción sanitaria?
En la realidad solo hay dos aristas comprobadas de este problema: que mientras la Presidenta Claudia Sheinbaum sostiene sus argumentos en datos y evidencia, en Estados Unidos se sigue promoviendo una mentira oculta al mismo tiempo que se busca culpar a los demás, cuando en realidad es en Estados Unidos anualmente mueren más de 70 mil personas solo por sobredosis por fentanilo; que en su territorio hay ciudades “zombieficadas” y; que los esfuerzos por señalar y culpar al Gobierno de México de sus problemas, solo han permitido que la crisis de salud cada día sea más grave.
Su narrativa está llena de inconsistencias; por un lado, tenemos a congresistas señalando a narcotraficantes mexicanos como si estuvieran por encima de todo, y por otro, a la Drug Enforcement Administration (DEA, por sus siglas en inglés) admitiendo que a Estados Unidos sí llegan precursores químicos e incluso fentanilo en polvo directo de China e India, listo para empastillar.
Todo indica que en Estados Unidos no entienden que esta droga es sumamente rentable, prácticamente indetectable, adictiva y casi imposible de sacar de las calles, y lo peor, con la llegada de Donald Trump, nuevamente a la Casa Blanca y su línea discursiva tan agresiva, todo apunta que la estrategia no cambiará.
En conclusión, mientras en México se habla de la atención a las causas como la estrategia adecuada para prevenir una crisis de salud, en Estados Unidos, donde diariamente mueren personas por sobredosis, se continuará disfrazando la información, desviando la atención, y estigmatizando a los migrantes, es decir, ocupando la crisis como un arma política.