Por Guadalupe Alonso Coratella
Comprometido con su entorno y consciente de que solo el conocimiento permite entender el mundo y actuar en consecuencia, Eduardo Terrazas ha llevado a cabo una labor interdisciplinaria que incluye la arquitectura —con especial interés en el urbanismo—, las matemáticas, la física y el diseño. Estos saberes y sus derivaciones se alinean alrededor de un centro donde todo confluye: el arte como principio y destino de su quehacer. La idea del cosmos, la interacción con técnicas y tradiciones antiguas, sobre todo huicholes, y la visión social implícita en su labor, lo sitúan como un referente en la escena cultural de México y más allá; publicó MILENIO.
Caminé al estudio de Eduardo Terrazas en la calle de Orizaba, en la colonia Roma. El espacio es amplio, mira hacia una de las plazas más bellas de la ciudad. Los amplios ventanales provocan que se inunde de luz; hay cuadros y bocetos colgados en las paredes. Un grupo de mujeres jóvenes que asisten al maestro ocupan distintas habitaciones. El proceso de realizar un cuadro requiere de personas que dominen la técnica y materialicen los diseños imaginados por él.
“Hago las obras de arte con hebra de lana, con la técnica huichol, porque después de las Olimpiadas de México, en 1968, me puse a buscar a alguien que me enseñara cómo se hacía la hebra y buscando, buscando, me presentaron a un huichol que se llama Santos. Todavía tenemos amistad. Él está en Valparaíso, Zacatecas, en la subida a la montaña huichol”.
Las Olimpiadas resultaron, para Terrazas, una plataforma de interacción entre distintas disciplinas. El diseño, por ejemplo, esos círculos concéntricos que derivaron en líneas para formar el logotipo de México 68, fue inspirado en el arte huichol. El urbanismo fue un tema relevante, concebir vías de acceso, transporte, vivienda en una ciudad extensa y compleja. Esa pasión por lo urbano ha sido sustantiva en la trayectoria del arquitecto. Comenzó a cultivarla desde joven, cuando cursaba la carrera en la UNAM. “Fue la última generación que estudió en San Carlos, en la vieja Escuela de Arquitectura, en el Centro Histórico. Estuvimos un año y el resto lo hicimos en Ciudad Universitaria. Esa transición fue uno de los proyectos fundamentales y más bien hechos en este país. En 1948, un grupo en el que estaban Jaime Torres Bodet y Miguel Alemán, entre otros, veían la posibilidad de hacer la mudanza. Entonces llegó Mario Pani. Venía de Francia, donde ya se habían llevado a las afueras unos edificios de la Universidad de la Sorbona. Pani le dijo a Miguel Alemán: Vamos a sacarla. Y así se fueron al Pedregal de San Ángel. Imagínate lo que eso representaba: la Universidad de México, fundada en 1553, se iba a convertir en Ciudad Universitaria. Aquello significó una planeación urbanística mayor y todo lo que hicieron fue fantástico. La Olimpiada fue también un reto urbanístico porque tenía sedes en el norte; la alberca olímpica en Churubusco; la Villa Olímpica en el sur, en Tlalpan; el estadio en Ciudad Universitaria. Fui el encargado de hacer los mapas para la Ciudad de México. Establecimos unos planos magníficos para que la gente se pudiera orientar. Colocamos banderolas en las principales vías: las rojas a todo lo largo de Insurgentes; en el Circuito Interior eran de color rosa, y, en Reforma, azules. La gente se orientaba sin problema. Después salió el programa cultural en el que participaron Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Huberto Bátiz, Alí Chumacero y otros tantos, para redactar las publicaciones sobre la historia de México, pero con un tinte social. La UNAM estuvo también muy involucrada, se hicieron las esculturas de la Ruta de la Amistad con las que colaboraron Mathias Goeritz y Helen Escobedo, entre otros”.
La modernidad a la que México daba paso en esos años se hacía notoria en diversos ámbitos. En el urbanismo, por supuesto, pero también en el arte, con la eclosión de una juventud que rompía paradigmas. Ante la exigencia de una población que iba en aumento, sobre todo en la capital, comenzaron a planearse obras que respondieran a esa demanda. Cuando Eduardo Terrazas se sumó al proyecto de las Olimpiadas, en 1968, tras una larga estancia en el extranjero, la Ciudad de México se había transformado. El conjunto Nonoalco Tlatelolco, en la zona norte, se alzaba como uno de los proyectos urbanísticos más ambiciosos. Fue inaugurado en 1964.
“El primer conjunto de vivienda urbana popular fue el Multifamiliar Juárez, en 1924. Lo hizo Mario Pani. Después, él mismo planeó el conjunto Nonoalco Tlatelolco que se ubicó en los patios de los ferrocarriles y toda esa zona de la colonia Guerrero. Es un conjunto de vivienda fantástico, el primero con esa dimensión de vivienda popular. El urbanismo bien concebido tiene que ser social, porque estás haciendo los espacios para la gente que vive en una ciudad y la ciudad va a crecer, a evolucionar. Hay muchos ejemplos de aquella época. Yo había estado fuera casi diez años. El arte, la modernidad, se me abrió en Europa. Primero me fui a Roma y ahí me encontré con Fernando Gamboa. Había llevado una exhibición titulada Obras maestras del arte mexicano que iba a presentarse en Leningrado, en el Museo Hermitage, y me invitó a hacer la museografía. Las piezas ocupaban once vagones de ferrocarril entre arte prehispánico, colonial, arte moderno y artesanías. Fue en 1960. Yo andaba allá, cargando la cabeza olmeca, imagínate. Luego me fui a París con la misma exhibición y cuando eso terminó, decidí quedarme a trabajar con el arquitecto Le Corbusier. Él había hecho la vivienda para una compañía francesa de aviones, un conjunto que debía alojar a cien mil trabajadores. En México, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez había construido, por ejemplo, más de 150 mil escuelas rurales prefabricadas, esto en 1948. Había una institución, como parte de la Secretaría de Educación, el Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (Capfce), que se dedicaba a eso, a hacer escuelas. Más tarde, cuando regresé de Europa, Ramírez Vázquez estaba acabando el Museo de Antropología, otra construcción fantástica en un lugar urbanísticamente ideal, Chapultepec”.
La vinculación entre arte y progreso social que se dio entonces alrededor del mundo derivó en proyectos singulares que siguen vigentes. En México, sucedió lo mismo, quizá por la coincidencia que se dio entre un grupo de profesionales con una clara visión de futuro y una política de Estado que los animó y les brindó apoyo. “Por supuesto. Se juntaron, por ejemplo, los arquitectos y los ingenieros. Carlos Lazo estuvo a cargo del proyecto de Ciudad Universitaria con Miguel Alemán como presidente. Luego se fundaron grandes empresas de la construcción. Se hizo el Metro. Hacerlo representó dos o tres años estudiando todas las líneas, hacia dónde iban, dónde era conveniente tener una estación; los túneles, en un subsuelo como el nuestro, donde tiembla, los calcularon perfectamente bien. En 1969 teníamos Metro en México. Los artistas también participaban. Ahí están Carlos Mérida en el multifamiliar Juárez y Juan O’Gorman en la Biblioteca Central. Hicimos la Villa Olímpica para los deportistas, pero más adelante tenía que funcionar como apartamentos para los profesores de Ciudad Universitaria o cualquiera que quisiera vivir ahí. Se hizo con mucha planeación, pensando: de qué sirve ahora y para qué servirá después, como debe ser. Se volvió el lugar más interesante para vivir en el sur y así se fueron haciendo muchos proyectos”.
Sobre cómo se perfilan las ciudades hoy en día y cuál debería ser la ciudad del futuro, Eduardo Terrazas reconoce que cada época tiene sus características y eso determina lo que debe hacerse. “Ahora estamos en una época en que los pueblitos se vuelven ciudades; las ciudades se vuelven regiones; las regiones se vuelven naciones; las naciones se vuelven comunidades. Cuando en París empiezan a construir la Catedral de Notre Dame y luego el Palacio de Versalles y las ciudades satélites, entiendes cómo cada época te demanda ciertas maneras de proceder. Además, tienes también una instrumentación, una tecnología diferente. Hay que entender bien de qué se trata esta época y qué se requiere. Ahora andamos con la cuestión del agua. Los aztecas ya tenían la visión del agua, pero cada época nos demanda distintas soluciones. Con Marcus du Sautoy, profesor de matemáticas de la Universidad de Oxford, fuimos a Teotihuacan. Descubrimos cómo la orientación está determinada por las estrellas. Las catedrales góticas y las egipcias tienen también su razón de ser en el cosmos, con referencia en las estrellas. Entonces, uno se va dando cuenta de que las cosas no son tan sencillas. Estamos pasando por una crisis de no mirar más, porque si no tienes conciencia de que estás viviendo en un mundo de tales dimensiones y nada más percibes que existes como un ratoncito que anda por ahí, entonces te falta mucho. La gente está metida en su pequeño mundo y cree que eso es todo. Lo que me ha interesado es dar su dimensión a las cosas. De ahí el interés de vincular ciencia y arte”.
Hacia dónde lleva esta confluencia entre ciencia y arte. “Mi búsqueda está en la belleza, en las matemáticas, porque son una materia viva que respira. Eso es lo que me hace levantarme por la mañana, las cosas que no entiendo. Y la hipótesis más importante es tratar de entender los números primos. Hay una serigrafía que hice en 1970 donde establecí o creé un concepto: Las posibilidades de una estructura. Son más de 750 obras realizadas a partir de esta matriz que se llama Cosmos. La construyo de una manera y de otra y de otra, como si fueran las variaciones de una pieza musical, las variaciones de Bach. Y esto también es monumental, como en mis proyectos de arquitectura. Aquí, con horizontales y verticales, estoy jugando con la estructura y las posibilidades al infinito. Luego también con los colores y los materiales”.
Podríamos decir que en Las posibilidades de una estructura se define el trabajo de Terrazas, el binomio ciencia-arte que sostiene un proyecto de vida. Ahí se cifra todo su quehacer, desde las primeras tablas que hizo de la mano de Santos, el huichol, hasta proyectos monumentales como cuatro centros culturales en Tamaulipas: Ciudad Victoria, Tampico, Nuevo Laredo y Reynosa; la embajada de Francia en México o el Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad. “La fachada del Centro Cultural en Reynosa está hecha por las X (equis) y las Y griegas, los ejes del infinito. En el diagrama del Cosmos, la Tierra está en el centro, sostenida por las fuerzas de gravedad y las energías nucleares y electromagnéticas. Todo rodeado por la bóveda celeste. Eso representa la estructura del cosmos. Ahí se encuentra todo el arte”.
En el intento de crear imágenes que encontramos en el cosmos, Eduardo Terrazas sigue indagando sobre las posibilidades del arte, la técnica, las tradiciones que lo llevaron a la hebra y el color. Procede como lo habría hecho en un principio, hace más de cinco décadas, con la certeza de que un simple diagrama puede crecer de manera exponencial, como ha sucedido en el mundo actual, en el universo, en plena expansión. La ciencia y el arte lo impulsan, son una vía para acceder a la belleza, al tiempo que se aproxima a su entorno desde una dimensión social.
Imagen portada: MILENIO | LABERINTO.