A un año de su muerte (16 de enero de 2024), iniciamos esta serie de cuatro entregas dedicada a las visiones del futuro del autor que publicó su primera novela en 1964, a los veinte años.
Por José Agustín Ramírez Bermúdez
El espíritu de mi padre está inquieto, ha vuelto, toca en puertas y ventanas de mi refugio, y ahora que se conmemora un año de su muerte, desde que emprendió su viaje al más allá, mientras más me sumerjo en las profundidades de sus expedientes secretos, entre los cajones en su escritorio y los archiveros de su estudio, lo siento llamarme, más fuerte que nunca. Me guía hacia sus apuntes y recuerdos, me permite asomarme y asombrarme, vislumbrando a través de una cerradura, en las puertas de una percepción infinita. Está pulsando por renacer, en diferentes formas, y no sería la primera vez que regresa de entre los muertos, él que nació en La tumba. Excelente ópera prima, para un chamaco precoz o preexitencialista, un éxito literario que, por cierto, también se acaba de reeditar con bombo y platillo, colaboraciones y comentarios de su familia y reconocidos colegas, en la aventura de su celebrada y controvertida primera novela. Cada vez que alguien lee sus libros, él vuelve a la vida, como un efrit de las Mil y una noches, ese libro colosal que mi padre leyó estando en la cárcel del Palacio Negro de Lecumberri, y después nos contaba de memoria algunas de esas historias, a mis hermanos y a mí, siendo yo solo un escuincle de cuatro o cinco años. También nos contaba que había leído El Quijote en prisión, tal como ese libro legendario fue escrito, y tal como mi padre escribió Se está haciendo tarde, tras las rejas, como Cervantes y Dostoyevski; publicó MILENIO.
Ahora sueño que se transforma en diferentes personas, criaturas y artefactos, retroalimentando varias posibilidades de transmigración y renacimiento. Te ofrendo una rosa, a un año de tu despedida de este mundo, sobre la reedición conmemorativa de La tumba, tu primera novela, pues irónicamente no tendrás sepulcro, tuvimos que cremarte y no pudimos cumplir tu voluntad, de ser enterrado en tu propia casa, en el gran cementerio de mascotas que es tu jardín, o en el camposanto de Tetelcingo, el territorio indígena donde viviste y formaste una familia, hace ya mis cuarenta y nueve abriles. Allí fue donde yo entré a su historia, así sea como un personaje silueta, terciario o cuaternario, por algo me llaman el Tinieblas yunior, pues soy el más joven de tus hijos, el más pequeño de los tres, un cochinito lindo y cortés, diría don Gabilondo; O como en los cuentos de los hermanos Grimm, que también solías relatarnos cuando éramos niños, sacando algún libro mágico de entre tu librerinto encantado. Soy yo el que invoca tu espíritu, está noche tan oscura y tormentosa, te leo y despierto la llama de tus palabras, de tus letras ardientes, escritas en las lenguas del fuego. Mantenemos viva tu fogata de cuentacuentos, leyendo tus libros mantenemos viva esta brujería, tan antigua como futurista.
Enciendo un toke, bebo un trago de aguardiente, y trato de escribirte esto, de cantarte algo digno de escuchar.
Quiero platicarle a tus lectores y lectoras, o del sexo que prefieran ser hoy, acerca de tus visones del futuro cercano y lejano, aquel desde cuyo amanecer ahora les escribo. Es un alba oscura, entre neblina y lluvia, pero con tu antorcha, que puede ver más allá de lo evidente, quisiera iluminarles algunos recuerdos del porvenir que tú nos profetizaste, tú que desde mi punto de vista parecías un gigante, o bien yo siempre fui un enano hundido en un pozo. Pero montado en tu hombro, alcancé a ver contigo el horizonte de los eventos que, a fin de cuentas, se han cumplido tal como lo previste, como solo tu mirada visionaria podía comprender hace tantos ayeres, cuando solían acusarte de insensato, exagerado, alucinado o delirógeno, por tus insólitas visiones, en la aurora de los tiempos, pero como se han desenrollado las cosas, resultaron acertadas tus predicciones. Pero por el bien de los mitos y los héroes, llamemos a estos, otrora disparates descabellados, tus profecías, las profecías de José Agustín.
Quizás algun@s lectores (as, o x), sospechan que exagero, que solo heredé su locura o que lo admiro en demasía, por ser mi progenitor, pero se equivocan, y el objetivo de las letras que ordeno a continuación es demostrar la veracidad de estas visiones del futuro cercano, que acaso sin proponérselo o con plena consciencia, escribió y publicó y quedaron grabadas en las páginas más revolucionarias de sus libros, uno de los aspectos naturalmente brillantes de su obra tan genial, y que, en mi opinión, aún no ha sido reconocida en toda justicia, a pesar del indiscutible triunfo de su enorme labor literaria, sobre sus detractores y demás infieles, yo diría que tú ganaste, querido padre.
Pues bien, como les estaba diciendo, continuó diciendo el Wub (una especie de enorme cerdo intergaláctico, con poderes telepáticos y de transmigración), pareciera que mi padre no hubiera muerto, no solo porque me motiva a escribir esto, sino porque está tan vivo en sus obras, y sus palabras tan vigentes como siempre, desde que se editaron por primera vez. Pero revisemos estas presuntas predicciones, voy a enumerarlas y tratar de demostrarlas a continuación. Permítanme recordarles, y esto lo sé de primera mano, que José Agustín, como muchos miembros de su generación, estaba profundamente interesado en la historia de las religiones, la filosofía internacional, y todo lo esotérico y místico, la exploración de conocimientos y tradiciones orientales como el zen, el budismo y el hinduismo, entre muchas corrientes más, que en la década de los sesentas tuvo una explosión cuya onda aún continúa expandiéndose. Cuando lo conocí, y aún era joven, estaba en sus treintas, le encantaban toda clase de métodos de adivinación, como la astrología (nos trazaba nuestras correspondientes cartas astrales a mano y hacia progresiones año con año), el Tarot (tenía siempre su baraja a la mano, no la de Marsella que pregona Jodorowsky y los puristas, sino el de Rider-Waite, con diseños más estéticos, menos medievales; aunque ya no lo practicaba, como se puede comprender tras leer Se está haciendo tarde y las peripecias dantescas de su protagonista, que se dedica precariamente a esta forma de oráculo: “Desde pequeño Rafael había tenido visiones en las que el futuro se revelaba, y por esa razón estudió Ciencias Ocultas en templos y asociaciones teosóficas”. Así mismo, amaba la quiromancia (solía leernos las líneas de la mano y tenía un gran póster sobre su escritorio, de una mano con líneas misteriosas y símbolos que me fascinaban, de astrología y etcétera); así como veneraba el I Ching, o Libro de las mutaciones, la versión de Wilhelm, of course, y se podían escuchar siempre las monedas, chinas de preferencia, cantando su canción metálica, en su cuarto, la sala, la cocina o el estudio, parecía decidir todo lo que consideraba importante con la ayuda de los viejos sabios chinos y su libro más añejo que la Biblia, no por nada usó nombres de los hexagramas en epígrafes como el de Se está haciendo tarde, o de plano el título de la novela El rey se acerca a su templo. Incluso escribió un pequeño ensayo sobre este querido Book of changes, que se convirtió en una conferencia y un curso exprés, impartido en el Cenart en el 98, que permanece inédito. Tuvo una breve conversión cristiana (no por nada mi hermano Jesús lleva ese nombre), y se comportó buenos años de mi infancia como católico, acompañando a mi madre a la iglesia, él que de adolescente había tenido unas tarjetas de presentación que solo rezaban: “ATEO”. Pero alguna vez le comenté del término que proponía Jodorowsky, quien se autodenominaba “místico anarquista”, y tanto mi padre y mi tío Guti (Augusto), el pintor, parecieron estar de acuerdo con esa definición de sus búsquedas metafísicas, ellos que alguna vez habían participado incluso en el nacimiento del Partido Comunista, con los años, el consumo de alucinógenos y su mente y alma siempre abierta al tiempo y la evolución, terminaron por ser creyentes de algo que no querían definir, me enseñaron a rezar ante el altar de un Dios desconocido.
Lo recuerdo comprando un boleto de lotería, que no ganó, la única vez que compró uno, porque había soñado con un número preciso, la noche anterior. Lo vi encender un círculo de fuego, una noche, con su máquina de escribir adentro, porque no funcionaba correctamente y le urgía seguir escribiendo. También trató de predecir el día de su propia muerte, con resultados tragicómicos, pero esa es otra historia y no tenemos tiempo de ver el pasado, vinimos a ver sus futuros posibles, algunos ya perdidos y otros encontrados. Fue amigo personal de Carlos Castaneda y por poco lo convence de unirse a su congregación de supuestos chamanes, nahuales y antropólogos sobrenaturales. Una vez soñó que temblaría, y con lo que había visto en su sueño escribió el cuento En la madre, está temblando, que iba a incluir en Cerca del fuego, pero como efectivamente, poco después ocurrió el trágico temblor del 85, lo retiró del libro antes de su publicación, y solo años después lo publicó, como parte de la edición de sus Cuentos completos. Amaba la alquimia, estudiaba el libro de Jung al respecto y buscaba formas de aplicarla a su vida, de obtener el oro en la cocina de su alma. Y no por nada tradujo completa la canción “The Future”, de Leonard Cohen, en su libro 50 grandes discos del Rock (1951-1975).
Amaba toda clase de autores y autoras, de todas las épocas y nacionalidades, que aún conservo en el librerinto de su estudio, y así también disfrutaba de todos los géneros considerados literatura menor, o juvenil, no para intelectuales serios, como la novela negra o policiaca, algunas de terror, eróticas, de fantasía y muy especialmente, de ciencia ficción, precisamente porque en estas clase de libros se encontraban predicciones del futuro, que muchas veces resultaron acertadas, como los submarinos y etcétera de Julio Verne, o algo muy parecido a lo que la internet se está convirtiendo, en el Neuromancer de William Gibson. Pero adoraba a los clásicos del género y no se cansaba de recomendarme libros de Ray Bradbury, Arthur C. Clark, Stanisław Lem, Theodore Sturgeon, Olaf Stapledon, Robert E. Heinlein, Philip J. Farmer, Alfred Bester, y muy especialmente, Philip K. Dick, del cual coleccionó más libros que de casi ningún otro autor, incluidos Dostoyevski, Kundera o Nabokov, santos de su devoción, acaso solo menor que su sección de obras completas de C.G. Jung, sin duda el Bob Dylan de sus obsesiones literarias. Sucede también que la obra de K. Dick es muy prolífica, así como rica en desvaríos precognitores, si bien no todos esos books son de la misma calidad o interés. Pero ya volveremos a Dick, permítanme poner pausa a esa ventana, y en un rayo x, también rebotaremos a las predicciones del Gran Jefe.
Imagen: MILENIO | CUARTOSCURO.