Por Jenaro Villamil Rodríguez
Donald Trump, el presidente número 47 de Estados Unidos, no sólo repite la dosis de megalomanía que lo caracterizó en su primer periodo en la Casa Blanca. Ahora, también es una especie de “iluminado” con una misión especial de Dios: “volver a hacer de Estados Unidos un país grande de nuevo”. El sobrevivió a “una bala que voló por mi oreja y lo sentí”, al hacer referencia al atentado en su contra en un campo de Pensilvania.
La referencia al atentado de Pensilvania no fue casual en su discurso de toma de protesta. Trump también ya desplazó al legendario líder negro Martin Luther King porque “vamos a conseguir que su sueño se haga realidad”. “Vamos a forjar una sociedad que sea ciega ante el color y que se basa en los méritos”, dijo, al mismo tiempo que definió, por decreto, que en el gobierno de Estados Unidos “sólo hay dos géneros: hombre y mujer. Masculino y femenino”.
Trump puede lograr todo con solo enunciarlo. Cambiará el nombre del Monte Denali, el más alto de Estados Unidos ubicado en Alaska, al del ex presidente expansionista William Mc Kinley. El Golfo de México ahora se llamará “Golfo de América” porque reclamará “ser el país más poderoso y respetado de la Tierra”. Va a recuperar el canal de Panamá, pasando por alto los acuerdos Torrijos-Carter. Va a eliminar la inflación con un decreto de “emergencia nacional energética”. Y va a nombrar “organizaciones terroristas” a los cárteles de la droga, pero sólo a “las bandas extranjeras” sin mencionar que sucederá con los cárteles internos que operan en Estados Unidos.
La megalomanía de Trump tiene una connotación diferente a la de 2017 porque ahora no sólo venció al establishment político sino a la misma muerte.
Por eso, lo mismo mencionó que habrá una “revolución del sentido común” que el resurgimiento de Estados Unidos como un país industrial “porque tenemos algo que ninguna otra nación tiene: la mayor cantidad de gas y petróleo de la Tierra”.
Trump creará un servicio de ingresos externos, una Hacienda Exterior para cobrar “esos arancales e impuestos que van ser masivos y que van a entrar en nuestro tesoro, que van a venir de fuentes externas”, al mismo tiempo que acabará como política del gobierno “utilizar el género y la raza como armas de ingeniería social que hasta ahora ha entrado en todas las facetas de nuestra vida”.
Trump desplegó en su discurso todo su estilo desiderativo, es decir, cuando los deseos se vuelven políticas de Estado con sólo pronunciarlas, sin expresar los cómo ni los por qué. Decretó que “el declive de Estados Unidos ha terminado”. Que “vamos a restaurar la competencia y la lealtad del gobierno de Estados Unidos”. Que con su liderazgo “vamos a restaurar una justicia igual, imparcial, bajo el imperio de la ley y bajo la Constitución”. Que “la llamada de la siguiente gran aventura resuena dentro de nuestras almas”.
Con el inicio de esta “nueva era de oro en Estados Unidos” inició también el segundo mandato de un empresario inmobiliario que ya tiene su Torre Trump en el cielo y que, como Moisés, sus decretos de emergencia serán como nuevas tablas de la ley… y el orden.