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El regreso de Donald Trump al estilo de un show deportivo

“Papi ya volvió a casa”. El regreso de Trump se convirtió en un espectáculo de emoción y discursos incendiarios. Miles de seguidores hicieron fila para festejar el “sueño americano”.

Por John Gibler

Son las 4:50 am y hace -4 grados cuando salgo a la calle. Capas de hielo y nieve del día anterior cubren el suelo. Camino al metro para tomar el tren hacía el centro de Washington D.C. Subo y veo a las primeras personas con las claras insignias de quienes vienen a celebrar: Make America Great Again (MAGA), Trump, la bandera estadounidense y todo tipo de diseños con estrellas y rayas; publicó MILENIO.

Hace tres días el presidente electo Donald J. Trump anunció que, por las condiciones extremas del clima, iba a mover de lugar tanto la inauguración presidencial y el tradicional desfile. Este 20 de enero, al mediodía, la ceremonia se llevará a cabo en la Rotonda del Capitolio. Y el desfile se programó para la tarde en el Capital One Arena. La expectativa es grande. Escuchar el mensaje del hombre que polarizó a este país, ver lo que dirá en su segunda investidura, rodeado de sus aliados y amigos tecnológicos.

Ahora, más de 250 mil personas que ya tenían boletos para la ceremonia al aire libre se encaminan al estadio para verla en las pantallas gigantes que se instalaron y esperar la llegada de su ídolo, Donald Trump, el hombre que amenaza con imponer aranceles y deportar a millones de migrantes.

Asistentes con entradas para la inauguración tuvieron que acudir a otros eventos en lugares cerrados | EFE/Cristobal Herrera - Ulashkevich
Asistentes con entradas para la inauguración tuvieron que acudir a otros eventos en lugares cerrados | EFE/Cristobal Herrera – Ulashkevich

En el metro, un hombre sostiene una carpeta de cuero entre sus manos. Le dice a una mujer con gorra invernal MAGA que sus boletos ya no sirven para el estadio, el cual tiene capacidad sólo para 20 mil personas, que la mayoría que vinieron hoy se quedarán afuera. La mujer responde: “Van a abrir las puertas a las ocho”. Pero el hombre contesta derrotado: “La fila va a ser de unas veinte cuadras”. 

Pronto cambio de tren en Gallery Plaza, una estación cerrada hoy. Aquí los trabajadores madrugadores y las masas trumpistas se funden. Un empleado del metro grita: “¡Tomen la línea roja hastaJudiciary Square y vuelvan caminando!”. Las gorras invernales y las bufandas MAGA llenan el tren.

El regreso de Donald Trump para “salvar América”

Miles de 'trumpistas' arribaron al Capital One Arena desde la madrugada del 20 de enero del 2025 | REUTERS/ Mike Segar
Miles de ‘trumpistas’ arribaron al Capital One Arena desde la madrugada del 20 de enero del 2025 | REUTERS/ Mike Segar

Salgo con la multitud y camino hacia la salida. Soldados esperan del otro lado de los torniquetes. Soldados esperan en la salida. Las calles están todas cerradas. Circulan patrullas, vehículos militares, policías con perros. Un río de personas sale del metro y fluye hacia a una calle cerrada con vallas metálicas, entre las cuales, más vallas en zigzagalbergan miles y miles de otras gorras, bufandas y banderas.

Camino rápido y logro meterme justo antes de que la multitud se amontone, se atore, gritonee y tape por completo la entrada de las vallas. Son las 5:40 am, la media luna brilla en el cielo, la temperatura ha bajado a -6 grados y estoy todo apretujado. He venido a esto, a estar físicamente entre ellos –las personas que le dieron el voto el pasado 5 de noviembre–, a observarlos y escucharlos e intentar aprender algo útil sobre la insistencia humana en perseguir su propia destrucción.

Una mujer dice: “Intenté abordar el Metro a las 4 am, pero no estaba abierto”. Un hombre dice: “Llegamos justo a tiempo”. Detrás de mí dos mujeres comentan su llegada:

–Nos estacionamos por aquí cerca y venimos caminando.

–¿Cuánto te costó?

–No sé, no lo he pagado todavía.

–¿Viven aquí?

–No, venimos de Colorado. ¿Y ustedes? 

–Vivimos aquí. Está muy bien, aunque peligroso. Hay muchas pandillas.

Un hombre, la pareja de la mujer preocupada por las pandillas, que sí son activas en varias áreas de la zona metropolitana, entra en la conversación. “Hace algunos años vino una ola de gentrificación aquí y estuvo muy bien”, dice sonriente y emocionado.

–Vivimos cerca de Denver –dice la de Colorado– y ahí está realmente terrible –dice sobre Denver, donde hubo 60 homicidios en 2024, nueve menos que el año anterior.

–El mercado laboral del gobierno federal aquí es increíble –sigue el hombre a favor de la gentrificación. La mujer de Colorado alaba la oportunidad que tienen ahora, con el regreso de Donald Trump para “salvar América”. 

"Fui salvado por Dios para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grandioso", afirmó Trump en su discurso inaugural | REUTERS
«Fui salvado por Dios para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grandioso», afirmó Trump en su discurso inaugural | REUTERS

Las tribus ‘trumpistas’ que intentaron tomar el Capitolio

Estamos parados. La fila se mueve unos metros cada diez minutos y se vuelve a parar. En cada curva del zigzag los grupos se mezclan y se acomodan. Pasa un vendedor ambulante gritando: “¡Bufandas Trump! ¡Veinte dólares!”. Escucho de dónde vienen –Carolina del norte, Arkansas, Washington, Ohio, Michigan, Virginia, Oklahoma, Missouri, California, Texas–, cuántos pares de calcetas traen puestos (dos), qué tan larga fue la fila ayer en el último rally (3.6 kilómetros) y qué tan larga será hoy, si vamos a lograr entrar o no, qué frío hace.

Miro alrededor. Si quitaran las gorras MAGA y las bufandas Trump, esta podría ser la fila a cualquier estadio o aeropuerto de cualquier ciudad en este país. Veo a un hombre con la cara pintada de la bandera y otro vestido como soldado de la Revolución Americana de 1775, pero la mayoría de las personas aquí –jóvenes, adultos mayores, amigos, parejas, grupos, familias– no parecen fanáticos.

Parecen la gente que llenan las plazas comerciales, los eventos deportivos y los aeropuertos. Y eso es lo terrorífico. Son ellos los que gritan: “¡a construir el muro!”, los que dos veces eligieron presidente a un hombre millonario y mediocre que miente, asalta mujeres, comete todo tipo de delitos sin enfrentar consecuencias y construye su fuerza política a base de diatribas racistas contra inmigrantes y, ahora, proclamaciones imperialistas: tomar Groenlandia, anexar Canadá, tomar el Canal de Panamá, enviar al ejército a la frontera con México. 

Donald Trump se convirtió en el primer Presidente de los EU convicto tras ser declarado culpable de 34 cargos menores | REUTERS
Donald Trump se convirtió en el primer Presidente de los EU convicto tras ser declarado culpable de 34 cargos menores | REUTERS

​​Pienso en Hannah Arendt y su perspicacia al nombrar la banalidad del mal. Aquí están formados, emocionados, bien portados y platicadores, los que cuatro años antes intentaron tomar por asalto al Capitolio.

Avanzamos otra vuelta y volvemos a parar. Un hombre a mi lado dice: “Hoy es el día más grandioso. Es el día que el Señor hizo para que pudiéramos regocijarnos en la alegría”. En su grupo un hombre dice “Amén” y una mujer agrega, “Reagan 2.0”, refiriéndose a ese otro actor que se hizo presidente de dos periodos y llevó la muerte a millones de víctimas de las guerras frías y “contra las drogas”.

Pasa una cámara de televisión con una luz para alumbrar las caras en la oscuridad y todos empiezan a gritar: “¡USA! ¡USA!”. Avanzamos otra vuelta y vienen unos empujones fuertes detrás. “¡No empujen!”, “¡hay niños!”, “¡cuidado!”. Un grupo de seis ‘trumpistas’ fornidos con abrigos de camuflaje militar forma una cadena humana y frena los empujones.

Unas 40 mujeres y hombres vietnamitas intentan mantenerse juntos. Vienen de todo el país como parte de la Asociación Vietnamita para América Primero y lo primero que uno ve en su página web es: Trump 2024Make America Great Again. Un hombre que lleva la clásica gorra MAGA roja le cuenta a una pareja que él, como pocos en la fila, es de aquí y que durante los últimos años no podía venir al centro con su gorra puesta: “No puedes llevar esto puesto. Te disparan, es terrible”.

“¡Papi ya volvió a casa!”, gritan afuera del Capital One Arena

Simpatizantes del magnate hicieron fila a las afueras del recinto desde un día antes de la toma de posesión | REUTERS/ Amanda Perobelli
Simpatizantes del magnate hicieron fila a las afueras del recinto desde un día antes de la toma de posesión | REUTERS/ Amanda Perobelli

Pronto amanece. Seguimos en espera de pasar por un puesto de seguridad del Servicio Secreto y policías locales antes de ingresar al Capital One Arena. En todo momento, el río de gente sigue llegando desde la estación de metro para buscar el final de la fila. Detrás de mí, un hombre le pregunta a una mujer: 

–¿Vives aquí?

–Yo soy del otro Washington.

–El Estado de Washington.

–Y tengo amigos de todos lados aquí, de Washington, California, Michigan.

–Yo vengo de la ciudad de Oklahoma. ¡Esto es todo un fenómeno!

–Sí. Y no sólo para este país. ¡Pero para todo el mundo! En mi país tenemos una pequeña guerra y tenemos que levantarnos y pelear –dice levantando su puño.

Y hace eco del momento en que Trump se paró después de los disparos mientras daba un mitin en Butler, Pennsylvania, ensangrentado, rodeado de agentes federales, alzó su puño y dijo para las cámaras: “Fight! Fight! Fight!”. Este fue el momento que dio la imagen del triunfo de Trump y llevó a Joe Biden a desistir en su reelección, para que Kamala Harris asumiera el papel.

–¿Cuál es tu país? 

–Vietnam.

–¿De dónde eres en Vietnam? ¿Ho Chi Minh City? ¿Hanoi?

–Saigon. No digo Ho Chi Minh City. No me gustan los comunistas.

Se ve en el cielo la primera luz del amanecer. Pasan los vendedores: “¡Gorras diez dólares! ¡Calcetas diez dólares! ¡Vamos! ¡Papi ya volvió a casa!”. Empiezo a perder la sensación en mis dedos. Cierro mi libreta, subo la capucha de mi abrigo, meto las manos en los bolsillos y espero el amanecer.

Asistentes al Capital One Arena hicieron largas filas soportando temperaturas de hasta seis grados bajo cero | EFE/Anna Rose Layden
Asistentes al Capital One Arena hicieron largas filas soportando temperaturas de hasta seis grados bajo cero | EFE/Anna Rose Layden

Un hombre extiende una bandera que dice “Trump 2028”

A las ocho abren las puertas. La fila se empieza a mover. Veo los desechos de los trumpistas más comprometidos que llegaron a las cuatro y los que aparentemente se quedaron desde ayer: bolsas de McDonald’s, latas de refresco, botellas de plástico, vasos de Starbucks, café con leche derramada y congelada sobre la calle. Luego, mientras nos acercamos al puesto de revisión: cobijas, bolsas, mochilas, termos, y una colección de sillas plegables para acampar suficiente para equipar toda una escuela.

Escuchamos los gritos de los policías: “¡Abran sus abrigos, quítense las gorras! ¡No se permite el ingreso de botellas, bolsas, paquetes, mochilas, u objetos grandes de ningún tipo!”. Una mujer pregunta, “¿qué hago con mi cartera?”, mientras la gente a su alrededor empieza a sacar sus cosas y tirar sus bolsas y mochilas.Dos mujeres acomodan sus pertenencias para cruzar el punto de revisión | REUTERS

La energía crece. Llego al puesto de revisión. Saco mis cosas: libretas, plumas, barritas y un librito de bolsillo que llevo como talismán secreto. Coloco todo en mi gorra de lana gris y lo entrego a una mujer policía que saca y revisa todo sobre una mesa. Paso por el detector de metales. La policía me quita un encendedor y regresa todo lo demás. Alguien reparte boletos y tomo uno: sección 218. Entro al estadio.

Miles caminan por todos lados. El staff me dirige a unas escaleras. Subo. Llego a un pasillo que rodea el área del espectáculo. Un par de puestos de comida están abiertos con filas que superan las cien personas. Echo un vistazo a los precios: una botella de agua, 150 pesos mexicanos; una hamburguesa con papas, 360 pesos. Me contento con mis barritas y agua del grifo. Entro a mi sección. Elijo el asiento. La arena tiene tres niveles de gradas para el público y uno de salas especiales. Bandas de luz roja rodean los bordes. Unas con estrellas que circulan sin parar, otras anuncian la sexagésima inauguración presidencial con letras blancas sobre un fondo rojo. 

Hay cuatro pantallas gigantes colgadas del techo, una para cada dirección. Al fondo hay un templete para los medios ya repleto con cámaras y luces. Frente a las cámaras, al otro lado de la cancha y justo debajo del área donde estoy, está el templete principal para Trump, su familia y los invitados especiales. 

Aquí llegarán algunas figuras de la derecha a comulgar con la base trumpista: Peter Navarro, Kellyanne Conway, Glenn Youngkin, Byron Donalds (un favorito del público que despotrica contra “la locura de la izquierda”), Elon Musk (celebrado con sus saludos Nazi) y Kash Patel, el hombre elegido por Trump para dirigir el FBI.

​Abajo, en la segunda fila, un hombre con una larga barba cana se para y extiende una bandera que dice “Trump 2028”. La ley estadounidense no permite más de dos periodos presidenciales. De inmediato llega un agente del Servicio Secreto a decirle que la guarde. El momento encapsula algo que estamos viendo aquí: la petición libre y democrática de la destrucción de las normas de la democracia.

El espectáculo de Trump como cualquier partido de fútbol americano

Son las 9:30 am. El azar parece haberme entregado a un ángulo propicio: agentes del Servicio Secreto están justo frente a mí, una jovencísima mujer rubia, y al final del pasillo, un hombre calvo y musculoso. Los dos se ven pulcros, serios, alertas. 

La agente me ha estado viendo tomar apuntes. Toma un paso adelante, se inclina hacia mí y me pregunta si voy a escribir algo. Espero que sí, le digo. Me pregunta si tengo un blog. Le digo que soy periodista y estoy escribiendo para un periódico en México. “Ah”, dice. Aprovecho para preguntarle qué tipo de entrenamiento tuvo para entrar al Servicio Secreto. “Tuve nueve meses de entrenamiento, pero ya venía del ejército”. 

Vive y trabaja en Cleveland, Ohio. Dice que para la inauguración trajeron agentes de todos los estados y de otros países. Me pregunta cómo logré entrar con plumas. Las presenté con todas mis cosas a los filtros de seguridad y las dejaron pasar. Regresa a su posición y después camina hasta su compañero musculoso y le habla al oído.La ceremonia de transición se transmitió en las pantallas del Capitol One Arena | EFE/ Allison Dinner

Suena “Just Like Heaven” de The Cure. Imagino a Robert Smith asqueado. Prenden las cámaras y empiezan a mostrar personas sentadas en el primer nivel en las pantallas. La gente se ve gritar y saluda. El azar me entregó al Servicio Secreto, pero me salvó de las cámaras que sólo se enfocan en el primer nivel.

El estadio se sigue llenando. Suena “Jump” de Van Halen. Trump aparece en la pantalla bajando de un coche con su esposa Melania y caminando hacia el Capitolio. El público explota con aplausos y gritos. Los Biden aparecen en la pantalla para recibir a los Trump. El público lo abuchea. Así inicia lo que será la dinámica binaria de las siguientes nueve horas: 20 mil personas gritando y aplaudiendo a sus héroes y abucheando a sus enemigos cuál pulgar neroniano colectivo.

Trump es el héroe mayor, el jefe. Cada que aparece en pantalla estallan los aplausos. Pero este público también alaba a los militares en uniformes de gala, a Elon Musk, a la familia Trump y en especial al hijo adolescente de dos metros de altura, Barron. Desde luego, odia a Joe Biden, a Kamala Harris, a Hillary y Bill Clinton, a Mike Pence, a George W. Bush y a Barack Obama. 

Estoy viendo en directo lo que ha sido evidente por tanto tiempo: esto es un espectáculo. La transferencia del poder como un partido de fútbol americano. Las ceremonias de la democracia fusionadas por completo con las de cualquier evento deportivo, megaconcierto, función de la WWE. El cambio de la inauguración y el desfile al Capital One Arena les queda como anillo al dedo. Es la arquitectura perfecta para recibir a Trump y sus fans. Las luces, las pantallas, el equipo de sonido, la larga espera en fila para entrar, la venta carísima de mala comida, la parafernalia: esto es un ‘show’.

Trump dice que llevará la bandera de Estados Unidos a Marte

La cámara pasa por los invitados llegando al Capitolio y sus imágenes llenan las pantallas. Vemos a los ejecutivos de Silicon Valley. Javier Milei también está al fondo, pero nadie le grita ni aplaude. No me detengo en una descripción de la ceremonia de inauguración vista en las pantallas. Esas noticias vuelan por el mundo mientras yo apunto todo en mi libreta: las canciones, las ponencias, el semblante miserable de Joe Biden.

Trump hace el juramento y da su discurso. Dice que la edad dorada de América ahora comienza. Dice que la soberanía será retomada, que el declive llega a su fin, qué él ha sido puesto a prueba como ningún presidente, que Dios lo salvó para que él pueda hacer que América sea grandiosa otra vez, que el 20 de enero de 2025 es el Día de la Liberación y será recordado como el día más importante en la historia de la nación. Dice que hoy es también el Día de Martin Luther King Jr. y que juntos harán su sueño realidad, que nunca olvidaremos nuestro país, nuestra historia ni a nuestro Dios.

El público se levanta en masa a gritar y aplaudir. Dice que declarará una emergencia nacional en la frontera sur. Aplausos. Dice que empezará el proceso de deportaciones de millones de “criminales ilegales”. Gritos. Dice que declarará una emergencia energética nacional y que explotarán todo el petróleo, baby, que puedan. Más aplausos. Dice que cobrará aranceles a los productos extranjeros y dejará de cobrar impuestos a los ciudadanos.

Dice que construirá el ejército más grande del mundo. Más gritos. Dice que cambiará el nombre del Golfo de México al Golfo de América. Fuertes gritos y aplausos. Dice que tomará el canal de Panamá. Más. Dice que incrustará la bandera de Estados Unidos en Marte. Dice: “Estamos al inicio de los mejores cuatro años en la historia de América”. 

Los gritos y los aplausos son eufóricos. A esto vinieron y lo están disfrutando a tope. Luego, en un momento de silencio, una mujer grita: “¡Palestina libre!” Y se desata un furor: gritos furiosos, estampida, silbidos, caos. Alguien lanza: “¡Sácala!” Luego el estadio se une al mismo grito. En el Capitolio un tenor empieza a cantar “America The Beautiful” y estos patriotas guardan silencio. En cuanto termina, la arena retoma su consigna: “¡Sácala! ¡Sácala!” Al otro extremo alcanzo a ver unos a agentes trajeados del Servicio Secreto que van por ella, y la sacan finalmente. El público aplaude.

Siguen oraciones a favor de Trump. Un pastor afroamericano cita a gritos el espiritual negro: “¡Libres por fin!” Termina la ceremonia. Trump y su familia salen seguidos por Biden y su esposa. Minutos después vemos a Trump llevando a Biden a un helicóptero presidencial. Cuando toma vuelo y atraviesa el cielo sobre Washington, el público estalla en aplausos y canta: “Na na na na, hey hey, goodbye”.

“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, escribieron Karl Marx y Friedrich Engels en 1848. Estoy sentado en medio de este mar de gorras MAGA escuchando a Donald Trump, nuevamente elegido presidente de Estados Unidos; Donald Trump que alzó su puño en el aire y gritó “¡Lucha! ¡Lucha!”; Donald Trump dos veces impugnado y condenado por decenas de crímenes federales; Donald Trump que gritó “¡a construir el muro!”; el millonario, el violador; Donald Trump parado en el Capitolio que intentó asaltar hace cuatro años diciendo que él y sus seguidores harán realidad el sueño de Martin Luther King Jr. 

Pienso: todo significado se desvanece en el aire. Nada está a salvo. La gente con poder puede apropiarse de las palabras de quien sea y torcerlas hasta convertirlas en lemas de lo que sus autores más repudian. Y el público aplaude a gritos.

La fila de los que han emigrado a Estados Unidos

El agente musculoso que hace horas cambió de lugar con la agente de Cleveland y disimuló no fijarse en mí, ahora se acerca y me pregunta qué estoy haciendo. Se vuelve a repetir las preguntas y respuestas de antes. Pero esta vez, cuando le digo que estoy escribiendo para un diario en México me dice: ¿les interesa nuestra política allá?”. La pregunta alumbra capas de ignorancia. Después evade mis preguntas y luego yo las de él. Llegamos a un impasse, se aparta y no volvemos a dirigirnos la palabra.

Salgo a caminar por el pasillo que rodea el segundo nivel. Cientos de personas siguen formadas para comprar refrescos, palomitas, papas fritas, salchichas y hamburguesas. Veo a cuatro adolescentes blancas que llevan cuatro gorras idénticas, todas con la bandera de la Confederación, el ejército que combatió en la guerra civil para defender la esclavitud de personas negras. ¿Libres por fin? He visto a muy pocas personas negras aquíEl público parece ser un 90 por ciento blanco.

La gran mayoría de afines al magnate eran personas blancas; pocos asistentes se observaron de la comunidad negra | REUTERS
La gran mayoría de afines al magnate eran personas blancas; pocos asistentes se observaron de la comunidad negra | REUTERS

Trump da un segundo discurso, improvisado, ante un grupo de invitados especiales –gobernadores, influencers y billonarios– en la entrada del Capitolio. Habla de su tema favorito: sí mismo. Hace referencia a las mil 600 personas detenidas por asaltar a ese mismo edificio, la sede del poder legislativo, hace cuatro años como “los rehenes del 6 de enero” y dice que los va a perdonar a todos. La arena estalla en aplausos y gritos. Pero muchas personas están viendo sus teléfonos y conversando con sus amigos durante este discurso improvisado para las élites.

Después viene otra espera de horas y empieza el programa en vivo de las celebridades de la derecha mencionadas arriba. Al final, Kash Patel, el hombre elegido para dirigir el FBI, toma el micrófono. Dice que él y Musk comparten algo: “Amamos al sueño americano,” dice. “Y hoy hemos recibido un regalo de Dios para conducirnos hacia una nueva dinastía porque acabamos de inaugurar a Donald J. Trump como nuestro cuadragésimo séptimo presidente”. Fuertes aplausos. “Y lo hicimos porque el sueño americano está sano y salvo. Porque ustedes eligieron que ese sueño puede ser el sueño de nuestros hijos y el sueño de nuestro mundo”. Gritos.

Cuenta cómo su padre huyó de “una dictadura genocida” en Uganda, se casó con su madre y juntos se formaron en la fila –“porque América merece formarse en la fila”– para migrar legalmente a Estados Unidos. “Estoy parado aquí como resultado del sueño americano. No estoy aquí por el color de mi piel. Estoy parado aquí porque me gané el derecho de estar aquí”. Aplausos y gritos eufóricos. “Soy hijo de inmigrantes legales que trabajaron duro, como todos ustedes, para ganar el derecho de estar aquí”. Fuertes gritos y aplausos. “Este sueño americano le pertenece al mundo”.

Kashyap 'Kash' Patel ocupó cargos en el Departamento de Defensa e Inteligencia Nacional durante el primer mandato de Trump | REUTERS
Kashyap ‘Kash’ Patel ocupó cargos en el Departamento de Defensa e Inteligencia Nacional durante el primer mandato de Trump | REUTERS

Algunos aplausos confundidos. En la pantalla gigante aparece una mujer rubia que hace una mueca que parece preguntarse: “¿Le pertenece a quién?”

Después de Patel, termina el programa de animadores del intermedio. Son las 3:15 pm. Suena “Sweet Home Alabama” de Lynyrd Skynyrd. Toca esperar otro par de horas antes de la llegada de Trump. Doy otra vuelta por el pasillo. Noto que el Capitol One Arena tiene baños separados para “todos los géneros”. Trump y su base son intensamente anti-trans. Vuelvo a mi asiento. Suena “Should I Stay or Should I Go” de The Clash: ya nada tiene sentido. El tiempo pasa dolorosamente. Anhelo irme de aquí corriendo, pero decido quedarme hasta el final.

El disco viejo del sueño americano

Hace unos diez años se pusieron de moda los conciertos nostálgicos: bandas que salen de gira para tocar algún disco célebre que sacaron hace veinte o treinta años. El éxito masivo de estos conciertos llegó al grado de provocar ensayos en su contra. Peter C. Bakerescribió hace poco en The New York Times un artículo titulado, “Ya basta con los conciertos de nostalgia, por favor”.

Baker argumenta que lo que parecía novedoso hace veinte años, tocar un disco viejo en vivo, se ha vuelto predecible y aburrido. Esos conciertos, escribe, “se sienten como la aceleración continua de una industria cultural perturbadoramente dedicada […] a monetizar nuestro apego nostálgico a productos mediáticos del pasado”.

Creo que así puede entenderse las presidencias de Donald Trump, que surgió en la política estadounidense como candidato en 2015, justo cuando los conciertos nostálgicos empezaron a convertirse en giras masivas. Desde entonces,Trump ha estado de gira permanente tocando el disco del sueño americano.

Para él y para los más de 77 millones de personas que votaron por él en 2024, el sueño americano significa perseguir, mantener y defender a muerte un modo de vida que siempre ha dependido estructuralmente de la explotación, del despojo y la desgracia de quienes no son “americanos”. Toda persona que se esfuerza por señalar, documentar, analizar, entender o denunciar esa dependencia es su enemigo.

Donald Trump gobernará EU por segunda ocasión, siendo el periodo 2017-2019 su primer mandato presidencial | Especial
Donald Trump gobernará EU por segunda ocasión, siendo el periodo 2017-2019 su primer mandato presidencial | Especial

Es fácil empatizar con los conciertos nostálgicos. “Para los fans que construyeron sus vínculos con estos discos cuando fueron sacados originalmente, los conciertos funcionan como senderos directos y poderosos de regreso a recuerdos conmovedores”, escribe Baker.

Trump representa un sendero directo al recuerdo de un país dominado por hombres que se veían como él, como su hijo de 18 años. Y ahora, en este mundo de pantallas y algoritmos, este mundo tan lleno de Facebook, Instagram, Twitter, Tik Tok, iPhone, Apple, Google, Gmail, YouTube, Amazon y sus congéneres, movilizar ese apego nostálgico sigue ganando elecciones y llenando estadios. 

Al final llega Trump. Unas 20 mil personas se paran, aplauden y gritan con frenesí y devoción. Es el momento que han estado esperando por casi doce horas, por lo cual viajaron desde todo el país. Yo me quedo sentado. Se hace el desfile –varias bandas de guerra de fuerzas policiales y escuelas, que dan una vuelta por el estadio–, el tercer discurso del día, los mismos aplausos y gritos del público. 

Cuando Trump dice que Dios sólo hizo dos géneros recibe otra respuesta eufórica. (En sus tres discursos dice demasiadas cosas violentas para incluirlas todas aquí.) Como bis, llega la firma de ocho órdenes ejecutivas . Trump tira las plumas que acaba de usar al público, como guitarrista echando su púa a los fans y sale con el puño en alto ante más gritos y más aplausos; informó MILENIO.

Imagen: MILENIO.

Fuente:

// con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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