Por Carlos Chavarría Garza
Al margen de todos los calificativos que se deseen aplicar a un personaje como Trump; al fin agente social de actualidad, lo cierto es que no muestra nada nuevo excepto que descorre la realidad del mundo en el que vivimos siempre expuestos ante el poder y sus vaivenes, sobre todo siendo vecinos de la economía más poderosa del orbe.
Ante los desencantos que se acumulan en los grupos sociales por los pobres resultados de las narrativas que siempre venden los políticos y lideres, cada cierto tiempo logran llegar al poder público actores que ofrecen recobrar glorias pasadas para sus electores potenciales.
No es privativo de algún país o época, la historia está llena de ejemplos y hasta se les bautiza con total ligereza como rupturistas, porque se presume a-priori que introducirán medidas que acabarán de golpe con las tendencias degradantes o chocantes, ofertas que estimularan todo tipo de emociones expectantes en sus públicos electorales.
Ofrecen alcanzar el mejor futuro que pueden ver y cuya fuente es el que consideran igual su mejor pasado, como si en el mundo no hubieran ocurrido sucesos que demuestran que esa narrativa es falsa, pues si algo es cierto es que como decía Heráclito : “…nadie se baña dos veces en el mismo río”.
Nada nuevo hay en la apropiación que hacen de la historia y la dialéctica los populismos de todo signo, las malas izquierdas, y todas las variantes que pretenden seducir mediante nacionalismos mesiánicos, introducidos a través de narrativas que empujan a la beligerancia invencible maniquea y que polariza la voluntad social.
Las tecnologías de la información se han encargado de achicar el mundo de tal suerte que las elecciones en algún país del Grupo de los 8 parecen hoy una elección mundial, y estamos más atentos a sus problemas que los nuestros y que si podemos controlar.
Los países más poderosos siempre buscan en cierta forma cambiar y hasta desechar todas las reglas que ellos mismos promovieron como estructura del mundo económico y social occidental vigente al término de la Segunda Guerra Mundial. Recordemos cuando Nixon en los 1970´s eliminó el patrón oro como base de la valuación relativa de las monedas.
Toda la historia de la civilización está inscrita en forma reglas prudenciales e instituciones asociadas para reducir la incertidumbre y mejorar la eficacia de la acción colectiva, hoy sin embargo la narrativa es “al diablo las reglas” y con ello al garete la confianza.
El auge del populismo y el nacionalismo en diversas partes del mundo, que a menudo se caracteriza por un desprecio hacia las instituciones internacionales y los acuerdos multilaterales. Por ejemplo, la crisis financiera de 2008, puso en evidencia la falta de regulación en el sistema financiero global y la necesidad de fortalecer las instituciones internacionales.
Douglass North, Premio Nobel de Economía, en su influyente trabajo de 1993, “THE NEW INSTITUTIONAL ECONOMICS AND DEVELOPMENT” establece que las instituciones, conformadas por reglas y normas, son el armazón sobre el que se edifica toda interacción humana. Destaca el papel fundamental de las normas informales, señalando que para explicar el desempeño económico es necesario profundizar en cómo estas normas, junto con las reglas formales y los mecanismos de cumplimiento, moldean los incentivos y los resultados, a menudo de manera inesperada.[https://gpde.direito.ufmg.br/wp-content/uploads/2019/08/NewInstE.North_.pdf].
Las normas informales expresan los códigos morales de los sistemas de creencias que pueden tener elementos comunes en todas las culturas, pero también específicos a cada sociedad. Lo crucial de las normas informales es que mientras las formales pueden ser cambiadas por decreto, aún no se entiende suficientemente como se modifican las informales puesto que no se prestan a la manipulación deliberada.
Las instituciones, es decir las reglas del juego, tienen por propósito central generar certidumbre y eso se logra a partir de la confianza. Gobiernos previsibles, gobiernos confiables. “Dado que son las normas las que proporcionan la ‘legitimidad’ esencial a cualquier conjunto de reglas formales, el cambio revolucionario nunca es tan revolucionario como lo desean sus partidarios y el desempeño será diferente al esperado.” (North,1993).
Hoy en día la brecha entre las principales naciones industriales, desarrolladas, ricas y las no desarrolladas y pobres, es tan abrumadora como nunca. Hemos evolucionado hacia regiones y sociedades con características radicalmente diferentes (étnicas, culturales, políticas, económicas, etc.).
A pesar de ser cierto el hecho de que existe convergencia entre algunas naciones, las divergencias resultan aún más perturbadoras cuando la teoría estándar del comercio internacional, daban por sentado que las economías que comerciaban bienes, servicios y factores productivos al mismo tiempo, convergerían gradualmente (North, 1993). Para eso los EEUU promovieron la OMC reguladora del comercio, hoy al parecer inservible ante el poder.
Hoy arriba a los EEUU una nueva administración que ofrece a sus públicos desmantelar las instituciones que fueron creadas e impulsadas por sus predecesores como medio para asegurar la estabilidad política mundial y el crecimiento económico sobre la base de la globalización del libre comercio y cimentado en las reglas negociadas bajo el Consenso de Washington.
Las nueva regla es que no habrá ninguna o al menos respeto por algunas en cuanto obliguen a que ese país se someta a ellas, por ejemplo, uno de los países que según el IPCC produce más gases de efecto invernadero (el propio EEUU) decide alejarse de los compromisos concretos de reducirlos e invita tácitamente a que todos los hagan.
En cuanto al comercio mundial, se propone regresar al esquema arancelario proteccionista que ya probo su inoperancia, en lugar de someterse al juicio de las instituciones que el mismo EEUU promovió, como fueron la OMC, OECD, etc.
La conclusión es automática, ahora debemos reaprender a vivir en un mundo sin reglas que no solo es regresivo sino peligroso para la estabilidad política y el manejo de conflictos entre naciones y bloques económicos.
En un mundo con 9,000 millones de habitantes, la mitad de ellos viviendo en la pobreza, con el agotamiento disparejo de recursos en el planeta, así como una crisis endémica del modelo de bienestar que se sostiene en el consumo, como que regresar al imperialismo expansionista no será precisamente la fuente para incentivar la acción colectiva mundial en busca de un mejor futuro.
Por más fuerza y poder que se quiera aplicar, dos posiciones contradictorias no serán correctas al mismo tiempo, en lugar de solo una posición, la del poder, deben existir varias para problemas diferentes. Los problemas globales son problemas comunes con raíces que se entrelazaron desde que se lanzó la iniciativa globalizante y el tema de las drogas es el ejemplo más claro. No es racional suponer que los problemas comunes se resolverán mediante la división y el maniqueísmo.
Parafraseando a Vaclav Havel, es incomprensible como es que se busca instalar y fortalecer el odio nacionalista, racismo, fascismo incipiente, la demagogia, corrupción, ambición desmedida y fanatismo, que de por si son los males que plagan a nuestras sociedades, sumidas en una lucha sin cuartel por el poder y el interés personal, donde la tolerancia, el entendimiento y la razón han sido reemplazados por la sospecha y la mentira.
Así pues, la desconfianza, el odio, la intolerancia y la corrupción han corrompido el tejido social, dando lugar a un clima de violencia y deshumanización, que combinadas con la búsqueda desenfrenada del poder y el enriquecimiento sin moralidad, han socavado los principios fundamentales de la convivencia pacífica y la justicia.
Que razón tuvo Octavio Paz, cuando en su emblemático ensayo ‘Los hijos de la Malinche’, anticipó una realidad que hoy nos resulta familiar: el miedo y la desconfianza que envenenan las relaciones humanas. Más allá de la especificidad del contexto mexicano, la afirmación de Paz sobre el mexicano que «se encierra y se preserva» tras una máscara revela una condición humana universal. La soledad, el disimulo y la negación del otro son desafíos que trascienden fronteras y culturas.