Aficionada a la música clásica, a Pearl Jam y a Kerala Dust, Pilar Adón (Madrid, 1971) es una prolífica escritora y editora que cultiva la prosa en sus modalidades de novela y cuento, habiendo desarrollado una habilidad para invocar esos géneros aún a bordo de un tren, y la poesía, que por el contrario llama a la autora en el momento indicado; publica MILENIO.
Adón se dice “controladora y perfeccionista” con sus personajes y tramas, prefiere mujeres en los roles principales y antes que distópica, considera que su obra es utópica. Sobre el papel del escritor en el mundo contemporáneo, opina que debe limitarse a ser lo mejor que pueda, sin aspirar a ser cronista de la época ni aleccionar a nadie.
Esta es la conversación con MILENIO en la pasada FIL de Guadalajara.
—Leía un poema tuyo en el que hablas de la musa, pero una con características muy peculiares, como “tierna, polar, procaz”. Aprovechando eso, cuéntame sobre tu proceso creativo. ¿Crees en la inspiración?
—Hay una frase que repito mucho, es de la escritora Cynthia Ozick. Dijo que sí existen las musas, pero que son muy fastidiosas, porque te agarran y hasta que no obedeces, no te sueltan. Y eso me llamó la atención y creo que es verdad. O sea, las musas para mí son esos temas, esa materia que te agarra de alguna manera y no puedes parar.
—Cuando dices en otro poema que “el horizonte se divisa mejor desde el encierro”, ¿tiene algo que ver con tu oficio de escritora?
—Mis temas son el miedo, el deseo de estar en otra parte, muy relacionado con la huida, y sí, ciertas obsesiones también por el encierro, el aislamiento. La musa para mí es esa necesidad de atender la llamada de la literatura.
—Parte de tu obra narrativa tiene algo de distópica, como las tramas de De bestias y aves y de Las efímeras, no en el sentido del fin del mundo, pero sí de escenarios, de tramas sofocantes…
—Yo lo asocio más a lo utópico que hemos comprobado históricamente, a cómo siempre fracasa cualquier intento del ser humano por generar una sociedad utópica, perfecta. Lo distópico yo lo asocio siempre a un entorno más relacionado con la ciudad, con regímenes totalitarios donde hay algún tipo de dictador que impone de forma drástica una serie de pautas en lugares normalmente oscuros, contaminados, relacionados a eso con lo urbano. El ser humano siempre quiere huir de lo distópico.
como individuos somos esencialmente imperfectos“En cambio, a mí me atrae más lo utópico, lo que termina fracasando. Y digo que no puede ser de otra manera, porque no dejamos de empeñarnos como seres humanos en general en crear sociedades perfectas cuando como individuos somos esencialmente imperfectos. Tenemos un montón de vicios, ambiciones, deseo de poder, y todo eso lleva de alguna manera a que la sociedad, pretendidamente perfecta, fracase. Y las comunidades en las que yo me centro beben un poco de ahí. También de las sociedades tolstoianas, de ese deseo de vivir en comunión con la naturaleza, de celebrar ciertos ritos con los ciclos de la naturaleza, que parece muchas veces que como seres humanos vivimos de espaldas a eso y no nos damos cuenta de lo necesario que es para no enfermar, para no sufrir demasiado.
“Pero de una manera literaria. Ese horizonte que se menciona ahí no es tanto físico, no es tanto geográfico como literario, como un horizonte de lecturas, de escritura, por supuesto. Y se ve mejor desde el encierro, porque normalmente el trabajo del escritor es de puertas hacia dentro y yo cada vez lo veo más también como un oficio de cuerpo hacia dentro, no tanto de viajar geográficamente, sino de hacer un viaje interior”.
—La mitad de la población está dividida entre hombres y mujeres y es natural, creo, que haya tantos personajes masculinos como femeninos, pero sí predominan las mujeres en tu obra. ¿Es una elección deliberada?
—Sí, todas las protagonistas son mujeres. Cuando yo empecé a publicar, uno de mis primeros libros de relatos fue en Páginas de Espuma. Empecé a hacer promoción, tuve entrevistas y una periodista me preguntó por qué todos los protagonistas eran mujeres en todos los relatos. Me quedé sorprendidísima, porque yo no me había dado cuenta. Me pareció algo tan natural y me lo hizo ver ella. A partir de ahí ya empecé a ser consciente y a hacerlo de una manera voluntaria.
—Personajes principales femeninos ha habido en la literatura, heroínas trágicas en el siglo XIX, pero llama la atención…
—Sí, sí, pero lo que ha ocurrido durante muchos años es que esas heroínas de las que hablas eran las excusas para que actuara el héroe, es decir, el que salía, viajaba, batallaba y la mujer era la excusa para que los hombres se pelearan, que tuvieran sus actividades mientras la mujer esperaba en casa.
—Como Marguerite Gautier, Ana Karénina o Madame Bovary.
—Claro, casi siempre se le castigaba y el final trágico que comentas, casi siempre una mujer libre, era castigada. ¿Con qué? Con la soledad o el destierro o la muerte directamente.
—Ahora con el woke y la cancelación quisieran borrar algunas obras que no responden a los estándares actuales. Como sucedió con la película Lo que el viento se llevó por tener una servidumbre negra. Ni modo que fuera sueca…
—Tenemos que conocer cada época, cada periodo histórico, y la literatura que lleva asociada y a partir de ahí crecer. Dentro de unos años quién te dice que quienes nos lean no piensen también que somos cancelables. No, vete tú a saber, pero lo importante es ir avanzando, mejorando en derechos, en condiciones socioeconómicas en general. Y, por supuesto, no olvidar lo que fuimos y a partir de ahí aprender.
—Tú trabajas todos los géneros: poesía, novela, cuento. ¿Hay uno que consideres el máximo?
—No, no me atrevería a poner en una escalera a unos más elevados que a otros. Para mí todos son importantes. Yo empecé escribiendo cuento y me considero más narradora que poeta. Lo primero fue relato en un momento en que en España tampoco se cultivaba demasiado. Nací en 1971 y sí hubo una generación en los años cincuenta que cultivó muchísimo el género, pero luego cayó.
“Los que nacimos en los setenta teníamos unos referentes literarios de relato muy vinculados a lo anglosajón, a lo hispanoamericano, pero no tanto a lo español. Y de repente, quizá por la actividad de editoriales como Páginas de Espuma, que empezó a publicar sólo relato de una manera muy atrevida, muy valiente, el género empezó a leerse y escribirse de manera consciente, vocacional y militante. Ahora, no vamos a negar que el género rey en narrativa sigue siendo la novela, por decirlo de alguna manera, en ventas…
—Es el género más joven…
—Sí, es curioso. Por ejemplo, si pensamos en la tradición oral, está muy vinculada al relato. En los cuentos que leíamos de niños, los de hadas, está todo muy relacionado con la narración oral. En el pueblo de mis padres, cuando yo era muy niña, las mujeres se juntaban frente a la lumbre en invierno o en el patio o al fresco en verano y se contaban historias todo el tiempo. A veces cambiaban el final, a veces la excusa esencial, pero el cómo y esa magia que se establecía en el círculo de narradoras al final eran lo que deriva también en los relatos.
—Tú que cultivas los dos géneros, tanto la novela como el cuento, ¿cómo los diferencias más allá de la obviedad de la extensión? Julio Cortázar decía que el cuento era como una foto y la novela como un largometraje.
—Creo que el relato da más juego para la experimentación, para atreverte, para ofrecer al lector argumentos y modos de contar que en una novela son más difíciles, porque debes tener zonas valles, zonas cumbre, un argumento que ha de mantenerse de alguna manera y normalmente hay más personajes. Pero todo esto es muy relativo. Tampoco se puede generalizar, pero en el relato es verdad que el chispazo, la seducción por parte de la autora para el lector permite eso, como la experimentación de una manera más directa. En mi caso, desde el principio tengo muy claro si lo que voy a escribir va a ser un relato o una novela, nunca permito detener un argumento inicial que se estire y se estire hacia una novela.
—Es decir, ¿ya tienes armada la historia y la desarrollas?
—Sí, soy muy controladora, perfeccionista y necesito saber la primera línea de un cuento o de una novela, saber hacia dónde va, cuál va a ser el final y, por supuesto, si va a ser un relato o una novela. Eso desde el principio, el fogonazo, ya sé si va a ser una cerilla o va a ser una lumbre.
—¿Cuáles son tus influencias?
—Yo leía muchísimo de pequeña y ahora lo miro con perspectiva y me sigue pareciendo extraño, porque en mi casa, en mi familia, no había tradición literaria. Soy la única escritora en mi familia. Tampoco había una gran biblioteca. Mis padres son de 1941, la Guerra Civil del 36 al 39. Nacieron justo recién terminada, eran niños de posguerra. Pero mi madre nació en el lado de los ganadores y mi padre en el de los perdedores, él con una educación muy básica, pasó hambre de niño, mientras que mi madre fue todo lo contrario. Yo sobre todo leía los libros que tenía mi madre en su estantería. Había una colección que se llamaba Reno y ahí estaban Cumbres borrascosas, Jane Eyre, Que el cielo la juzgue, Sinuhé El Egipcio, ahí había de todo, lo mejor y lo peor. Luego ya cuando empecé a elegir fue en la biblioteca, unos libros me llevaban a otros.
“Ahí te puedo hablar de Turguéniev, Bowles, Duras, Woolf, luego ya vinieron Cortázar, García Márquez, las poetas Sylvia Plath, Anne Sexton y Alejandra Pizarnik. Fue un proceso de aprendizaje y de lectura caótico, de picar de acá y allá e ir haciéndome un imaginario muy global, pero a base de ir picando.”
—Cuéntame sobre tu proceso de escritura.
—Escribo todo siempre con ordenador. O bien con una tableta o un portátil. Y hay algo que me sucede ahora, que si nos hubiéramos encontrado tú y yo antes ni lo habría imaginado, pero desde hace un tiempo, quizá por la editorial (su labor como editora en jefa de Impedimenta), escribo todo el tiempo, normalmente prosa, y de repente me entra un correo o una llamada. Yo trabajo en casa, no voy a la editorial, respondo si es algo urgente y sigo escribiendo.
“Jamás habría imaginado que yo pudiera hacer algo así. Pero esto me pasa con la prosa, con la poesía no. Yo puedo llamar en cualquier momento a la prosa y escribir prosa. La poesía, en cambio, me llama a la poesía, es una llamada que yo obedezco”.
Imagen portada: Fernando Carranza / MILENIO