La literatura es un espacio donde la realidad y la ficción han dialogado durante siglos. Sin embargo, en las últimas décadas, un género particular ha cobrado gran relevancia: la autoficción. Desafiado a críticos, ha generado una amplia discusión sobre los límites entre lo vivido y lo imaginado; publica MILENIO / LIBROTEA.
De la autobiografía a la autoficción
En los últimos años, la autoficción se ha consolidado como una de las tendencias más destacadas en el panorama literario. Este género, que combina elementos de la autobiografía con la ficción, ha ganado popularidad tanto entre los escritores como entre los lectores, desafiando las fronteras tradicionales entre lo real y lo imaginario. Pero, ¿qué es exactamente la autoficción?, ¿quiénes son sus principales exponentes? y ¿cómo ha sido recibida por la crítica?
La autoficción es un género literario que se sitúa en la intersección entre la autobiografía y la ficción. A diferencia de la autobiografía tradicional, donde el autor se compromete a narrar hechos verídicos de su vida, la autoficción permite la incorporación de elementos ficticios, reinterpretando la realidad desde una perspectiva subjetiva y creativa. El término fue acuñado en 1977 por el escritor francés Serge Doubrovsky en la contraportada de su novela Fils, donde describió su obra como una «ficción de acontecimientos y hechos estrictamente reales».
En la autoficción, el autor se convierte en un personaje más dentro de la narrativa, jugando con la identidad y la veracidad de los hechos. Este enfoque permite explorar temas como la memoria, la identidad y la subjetividad, cuestionando la idea de una verdad única y objetiva.
Desde su origen en Europa, la autoficción ha tenido un desarrollo notable en diversas latitudes. En Francia, autores como Annie Ernaux, premio Nobel de Literatura 2022, han sido pioneros con obras como Los años, que mezclan recuerdos personales y memoria colectiva. En Noruega, Karl Ove Knausgård conmocionó al mundo literario con su monumental serie Mi lucha, una exploración exhaustiva de su vida.
La autoficción ha florecido en Latinoamérica con voces potentes que desafían las convenciones del relato autobiográfico. El escritor guatemalteco Eduardo Halfon la
ha utilizado en obras como Duelo y El boxeador polaco, donde mezcla su propia historia familiar con elementos ficticios, creando un relato híbrido que desafía las categorías literarias tradicionales.
En México ha ganado popularidad en las últimas décadas con autoras y autores que han explorado esta narrativa híbrida. Algunas de las principales exponentes son Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Cristina Rivera Garza, Ethel Krauze, Brenda Lozano y Tamara Trottner.
El Premio Biblioteca Breve, en España, ha sido otorgado a obras de carácter autoficcional, como Ordesa, de Manuel Vilas. Asimismo, el Premio Goncourt, uno de los más prestigiosos en Francia, ha reconocido trabajos en esta línea narrativa.
La narrativa del yo
Sin embargo, la autoficción no ha estado exenta de controversias. Mientras algunos críticos celebran su capacidad para capturar la complejidad de la experiencia humana, otros la ven como un género egocéntrico y narcisista. La crítica literaria Michiko Kakutani ha cuestionado la proliferación de textos autoficcionales, considerando que a veces sacrifican la imaginación en favor de una «terapia pública disfrazada de literatura».
En el ámbito académico, sin embargo, estudios recientes destacan el valor de la autoficción como herramienta para desentrañar discursos históricos, políticos y culturales. Revistas literarias como L’Arc y The New Yorker han dedicado artículos al fenómeno, analizando cómo responde a una sociedad obsesionada con la autenticidad y la exposición.
La autoficción no es simplemente una moda pasajera, sino una manifestación literaria que responde a las inquietudes de nuestro tiempo. Es un reflejo de nuestra era: fragmentaria, personal y profundamente humana.
Imagen portada: Especial