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‘El mal no existe’: la fuerza visual y la simplicidad clásica de Ryūsuke Hamaguchi

Descrita como “una experiencia sensorial apasionante”, esta cinta es una fábula ecológica que reflexiona sobre el lugar del humano en la naturaleza.

Por Fernando Zamora

El mal no existe (disponible en MUBI) tiene la fuerza del gran arte visual. La sensibilidad que tiene el director japonés Ryūsuke Hamaguchi le permite construir escenas como ésta: un aldeano mira el agua que viene del manantial de su pueblo. Es cristalina y se antoja beberla. El hielo se disuelve y a lo lejos hay un volcán. En el país del sol naciente está atardeciendo.

El mal no existe se alinea a la perfección con lo que considero lo más esencial del arte, una invitación a explorar todo aquello que “habita” en el instante previo al lenguaje, lo que se siente, lo que se intuye, lo que se sabe, pero no ha sido pensado. Y esta provocación se sugiere desde el título: ¿Es verdad que no existe el mal?

La historia en esta película gira en torno a un hombre y una mujer. Son compañeros de trabajo y han tenido que venir a un pueblo japonés en el que aún se vive en alineación con la naturaleza. Los protagonistas llegan para anunciar al pueblo este nuevo concepto: campismo de lujo. En pocas palabras, van a poner un hotel en los manantiales de los que brota el agua que bebe la gente. Evidentemente es un debate difícil y, a nivel simbólico, el conflicto se intensifica en torno a lo que cada uno entiende por progreso y tradición, entre la promesa del desarrollo económico sin fin y la certeza de nuestra propia mortalidad; señala MILENIO.

Durante la charla en que los protagonistas explican lo que sucederá desde el punto de vista ecológico, la gente comienza a reír nerviosa cuando se habla de fosas sépticas. “Nos vamos a beber la porquería de los turistas”, espeta un aldeano. Los profesionales del camping insisten: la empresa tratará el agua y la dejará limpia al noventa por ciento. Más risas. “Solo el diez por ciento será porquería”, gritan. Científicamente, nada mal. El asunto cobra relevancia con la imagen al inicio de este texto: el agua que brota pura, apenas disuelta al atardecer.

En México debería resonar especialmente. La Revolución comenzó en Morelos porque las haciendas robaban el agua de Anenecuilco y hoy, en Guerrero, los hoteles tienen piscinas con agua cristalina, mientras que la gente debe comprarla para beber. Y, sin embargo, dice el título de Hamaguchi que el mal no existe.

Para problematizar esta idea, el director captura todos los ángulos de esta tensión entre progreso y tradición con simplicidad clásica. La cámara se mueve poco, la belleza está en el ojo del espectador. Como si Tarkovski hubiese encontrado a Ken Loach y juntos hubiesen construido un montaje minimalista que resuena tanto artística como políticamente. Que Hamaguchi es un autor muy sofisticado quedó claro con Drive My Car. Es una obra maestra. Como en ella, el final de El mal no existe no es un cierre, es una fractura. Atónito, frente a la pantalla, es imposible no preguntarse: ¿en serio no existe el mal?

La película inició como cortometraje, pero Hamaguchi introdujo la música en vivo de Eiko Ishibashi y poco a poco la banda sonora se volvió un personaje que requirió de más tiempo para desarrollar un drama que no admite tibiezas, que es una fiesta en la que bailas o no bailas. O te dejas atrapar por la estructura y te transformas como los contratistas que comienzan a entender lo que sucede más allá de su ciudad, o te quedas cómodamente sentado discutiendo lo que la mercadotecnia ha dictado para ti. Pensemos en cine como este que abre para nosotros el universo de la espiritualidad de oriente. Un cine que desde el título nos muestra el camino del tao.

El mal no existe

Ryūsuke Hamaguchi | Japón | 2023

Imagen portada: Especial

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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