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Crónica del Reclusorio Norte: El terror de la primera noche

Al temblor de la quijada le siguió el llanto, golpes, zapes, burlas, “la licuadora”. ‘El 18’ no olvidará su primera noche en prisión, tampoco sus compañeros de la Celda 4-3.

Por Alejandro Suverza

El sonar de la cadena de la celda nos alertó. Era la medianoche de un junio cualquiera, reciente. Con el paso de los días comencé a darme cuenta de que al sonido de los eslabones gruesos, le sucedía un silencio inquietante. Y la mayoría de las veces eran malas noticias: un cateo inesperado, los custodios que entraban a golpear a alguien que los burló, un traslado o la reubicación de un compañero; informó MILENIO.

Todo esto alteraba la serenidad, pero lo que realmente hacía que el miedo se anidara en el estómago, hasta el punto de pensar en ir al WC, era el traslado a otro penal a otra celda porque ambos significaban perder el poder y el respeto ya ganados. Era aterrador quedar a merced de compañeros en otra prisión o en una nueva celda. Eso resultaba humillante y en algunas ocasiones demasiado peligroso. Cualquiera que dijera que un cambio de celda o penal no le daba miedo, simplemente mentía. La palidez que pronto subía al rostro lo evidenciaba de sobremanera.

Gracias a Dios, esa noche nada de eso ocurrió para ninguno de los 17 que vivíamos en la celda 4-3 del anexo 8 del Reclusorio Norte en la Ciudad de México. Este respiro de tranquilidad nos invadió a todos, pero desgraciadamente no contemplaba al que estaba a punto de convertirse en el compañero número 18 y que desde el otro lado de la puerta de la reja esperaba su ingreso a una noche de terror. 

Todos lo sabíamos. Sentíamos alivio por no ser afectados directamente, tristeza por el nuevo que está por ingresar, pero también vergüenza del tan humano instinto de supervivencia que señala la crueldad una vez más. Tras la cortina que escondía la intimidad de mi camarote escuché la voz del custodio decir a alguien: “Vas, aquí te toca”. La celda se cerró y con la pinza que hacen el índice y el pulgar jalé un poquitito la cortina para ver la silueta del joven y su bolsa de plástico recargados en la reja de la celda. El recién llegado ni siquiera se percató de que lo veía. 

El instinto de supervivencia de los recién llegados y la crueldad de los internos impregnan el ambiente de la estancia | Mauricio Ledesma
El instinto de supervivencia de los recién llegados y la crueldad de los internos impregnan el ambiente de la estancia | Mauricio Ledesma

El 18 no se movió, permaneció con la cabeza abajo. La quijada le temblaba y parecía no poder contenerla. Le descubrí el miedo en el rostro, no porque yo fuera muy observador sino porque ya lo había experimentado en mi primer día de cárcel en el área llamada “Población”; sobre todo porque custodios e internos se encargaron de aumentar el miedo al asegurar que en “Población” –donde se cumplen las condenas impuestas– se viviría el verdadero infierno

No quise revivir el recuerdo de mi llegada. Solté la cortina, cerré los ojos y volví a agradecer en silencio por no ser yo el de la silueta. 

El recuerdo del miedo de la primera noche es algo que no se olvida jamás. Te acompañará todos los días en prisión y te volverá a crucificar cada vez que llegue algún nuevo, sobre todo en aquellas noches cuando los compañeros encarcelados sueltan a sus peores demonios. Incluso aun después en libertad, ese desamparo reaparecerá en los sueños o en una tarde cualquiera en la que adviertas la mirada de maldad en alguien que se cruza en tu camino. El instinto de supervivencia

Este es un relato de “Mis días en prisión”, una serie que publicaré cada mes en DOMINGA. Aquí contaré mis vivencias carcelarias, basado en una reflexión que tuve años después de salir de prisión y que surgió cuando un amigo periodista me preguntó qué fue lo más brutal que viví en la cárcel y rápidamente le respondí: convivir y conocer las historias de mis compañeros. 

Los primeros minutos en prisión: el interrogatorio

Una serie de preguntas al 'recién llegado' son parte de la rutina en las estancias de 'Población' del Reclusorio Norte | Mauricio Ledesma
Una serie de preguntas al ‘recién llegado’ son parte de la rutina en las estancias de ‘Población’ del Reclusorio Norte | Mauricio Ledesma

La peligrosidad de cada celda dependía de sus inquilinos y su nivel de violencia sin importar que fueran asesinos, ladrones, secuestradores, violadores o defraudadores. La peligrosidad no estaba en las etiquetas sino en los momentos de alto estrés producto del encierro y de la insoportable convivencia día con día. 

Pensé en que algunos de los 17 compañeros preferían no ser parte del recibimiento del nuevo pero también que otros lo disfrutarían, una suerte de venganza por lo que en su primer día les tocó vivir. En lugar de haber empleado la palabra “celda” debería usar “estancia” y el término “reo” debería suplirlo por el de “interno”, pero para ser sincero siempre odié esas modificaciones lingüísticas con pretensiones. No me molestaba que se refirieran a mí como “reo” o “recluso”, me daba lo mismo.

El cerebro es así, pasa de una idea a otra, la palabra “celda” me desvió. Pero ya regresé. En esa reflexión estaba, cuando de repente vi otra silueta que se acercó al recién llegado. Era mi colega de cama, el más Chaparrito de la celda, no rebasaba el 1.55. Ni siquiera sentí como se deslizó rápidamente.

–¿Por qué vienes? –le dijo al nuevo como si fuera un juez.

–Por el robo de un estéreo.

Si ya has estado aquí, ya te la sabes –le dijo el Chaparrito que lo miraba amenazante en espera de alguna reacción y, como ésta no llegó, aprovechó para alzarse de puntitas y darle coscorrones en la cabeza. 

El nuevo aguantó el maltrato sin emitir sonido alguno. Desde el fondo de la celda alguien más continuó con el interrogatorio: 

–¿De dónde eres? –preguntó Ismael después de incomodarlo por más de siete minutos con la mirada a unos centímetros de distancia de su rostro. Lo podía observar muy de cerca, pero no lo podía oler porque mantenía la nariz dentro del puño inhalando solvente.

–De Azcapotzalco, por el deportivo Reynosa. 

–¡Oi carnal es de tu barrio! –le dijo a otro compañero que desde el rincón, sentado en la parte baja de una litera, también inhalaba solvente. Ismael y el otro del fondo rieron por un buen rato.

Chaparrito siguió: “Ahí quédese”, “No, mejor muévete para allá”. “No, mejor aquí quédate”. Uno, dos, tres golpes con la mano abierta sobre el pecho. “¡Ni te quieras dormir!”, le advirtió. Y aunque hubiera querido, no había espacio donde acomodarse: 11 dormíamos en cinco literas (10 camarotes), seis acostados en el piso de la celda e incluso metidos completamente debajo de los camarotes de planta bajauno más enroscado alrededor de la taza del baño. 

La sobrepoblación en los reclusorios de la CdMx es un problema recurrente | Mauricio Ledesma
La sobrepoblación en los reclusorios de la CdMx es un problema recurrente | Mauricio Ledesma

El Reclusorio Norte se componía de las áreas de “Ingreso” y del “Centro de Clasificación y Observación”, más “Población” con 10 dormitorios y seis anexos, con capacidad para cinco mil 600 internos, pero habíamos más de 13 mil. La celda en la que vivíamos era para 10 internos y, aunque había siete de más, estábamos muy conformes. Otras celdas llegaban a tener más de 25 residentes. 

Cerré la cortina, intenté dormir, pero no pude. Desde el camarote escuchaba, revivía el terror. No quise abrir la cortina, ni ver el rostro del recién llegado porque ya para entonces otros también habían encendido la luz de sus camarotes. Algunos comenzaron a hacer preguntas más generales que relajaban el momento, que cuántos habían llegado con él, que si les habían robado todo, que por qué lo habían enviado a este dormitorio. 

Al 18 le tocó nuestro anexo, el ocho, que era para jóvenes delincuentes, muchos de ellos multireincidentes. Por seguridad siempre estábamos alertas a la llegada de los nuevos, pero Ismael, que tenía otros intereses que nada tenían que ver con la convivencia de la celda, continuó con el interrogatorio intimidatorio

–¿Cuánto dinero traes? 

–Nada.

–¿Ni un toque?

Todo nos lo quitaron.

–¿O sea que nada?

–No tengo nada. 

–¿Qué traes en la bolsa? 

–Mi cobija.

–¡No la saques! 

Otros compañeros de celda no abrieron sus cortinas, pero escuchaban desde las sombras de sus camarotes. Pensé que ellos tampoco querían revivir los momentos de su llegada a “Población”. Aun así, todos, unos con cortinas cerradas o abiertas o con los ojos cerrados o abiertos, desde el piso o en las alturas, estábamos pendientes porque en esta cárcel la tragedia podía llegar en cualquier momento

Así era el ‘bullying’ en la celda 4-3. 

La novatada a los recién llegados a 'Población' contemplaba agresiones físicas y psicológicas | Mauricio Ledesma
La novatada a los recién llegados a ‘Población’ contemplaba agresiones físicas y psicológicas | Mauricio Ledesma

Me animé a abrir la cortina y entonces observé al 18No tenía más de 25 años, tenía el cabello corto, quebrado, color castaño, los ojos miel claro muy redondos, y los labios rosados muy delgados. Su rostro parecía amable, pensé, si no fuera por su piel que lucía demasiado pálida, acorde al momento. La quijada le seguía temblando. El sonido que hacían sus dientes al rozar podía escucharse. Ismael, a quien por desgracia o fortuna se le había acabado el solvente, ya más recuperado siguió: 

–¿Cómo te llamas?

César –apenas pudo responder El 18

–¿Y cómo quieres que te digamos, César o Cesarín?, ¿cómo te decía tu abuelito? –preguntó, y una mano detrás le dio un mazapán, un manotazo en la cabeza, y se escondió. El nuevo tartamudeó más y apenas le salió un chorrito de voz:

César

Alguien en uno de los camarotes de arriba dio un salto. César se encogió de hombros y trató de esconder la cabeza. Esperaba más golpes. Éste le sujetó la cabeza y se la dirigió hacía los camarotes superiores donde estaba un compañero ya sentado, el jefe de la celda que vivía en el segundo piso. La Mamá, le nombran aquí; La mamá estaba cansada, fastidiada. Así que habló firme y brevemente. Le dijo que no podía robar, que debía cooperar. César le contó que su familia ya estaba cansada de él porque era la segunda vez que llegaba a la prisión y, por eso, desde hacía 20 días no lo habían ido a ver y por eso no tenía dinero

Pero sus argumentos no importaron. Antes de cerrar su cortina, La Mamá le exigió dos bolsas de jabón en polvo, dos escobas y dos trapos y, por supuesto, asearía la celda, lavaría los trastes, haría los mandados, hasta la llegada de otro nuevo. 

El término 'fajina' en la cárcel se refiere al trabajo de limpieza que es adjudicado a los recién llegados | Mauricio Ledesma
El término ‘fajina’ en la cárcel se refiere al trabajo de limpieza que es adjudicado a los recién llegados | Mauricio Ledesma

Otros platicaban entre sí, dudaban que El 18 ya hubiera estado en prisión. Por su comportamiento todos intuíamos que no, pero muchos nuevos mentían para tratar de ganar respeto. Por eso Ismael lo puso a prueba:

–Cómo ves 500 pesos: 250 para el carnal [La Mamá] y 250 para mí, el próximo jueves –le advirtió. 

César sólo dijo que sí con la cabeza. 

–¡Órale pues mi Cesarín, ya súbete a dormir porque mañana te espera la chinga temprano, hermanito –le ordenó. 

–¿A dónde me duermo? 

“Pues allá arriba”, Ismael le señaló el camarote del rincón, arriba del baño. El 18 dudó. No subió. Arriba en lo oscurito se escuchó moverse un cuerpo debajo de las cobijas. “¡Súbete carnal qué esperas, llegaste con la vara alta, que te subas!”. César miró otra vez al rincón y volvió a dudar. 

¡Que te subas o te doy en tu puta madre! –le advirtió Ismael. 

El 18 se apuró a dejar su bolsa y regresó al fondo de la celda para subir la escalerilla y apenas iba a entrar al rincón oscuro, cuando se escuchó el reclamo: “¡Ora qué hijo de tu puta madre, a la verga de aquí!”. Se escucharon risas, carcajadas. La patada que recibió El 18 lo tiró de la escalera hasta pisar a otro compañero que estaba acostado en el suelo, quien lo recibió con un puñetazo.

Algunos que no participábamos preferíamos no mirar, ni siquiera nos mirábamos entre nosotros. Los códigos se imponían. Nadie puede interceder por otro. El nuevo, por sí mismo, debía imponer su respeto. Sobre todo porque nadie sabe hasta dónde uno es capaz de llegar. Con el paso de los meses me di cuenta de que un primer día de cárcel puede acabar en asesinato o en lesiones de alto grado

Los códigos en la cárcel están establecidos para que cada quien se gane su propio respeto | Mauricio Ledesma
Los códigos en la cárcel están establecidos para que cada quien se gane su propio respeto | Mauricio Ledesma

Pensé entonces en que la Celda 4-3, con su pestilencia desbordante de un WC sin paredes y 17 vidas con sus malos hábitos en tan solo un espacio de tres por tres, era el escenario predilecto de La Señora Crueldad. 

El del camarote, al que había intentado entrar César, bajó en puro calzón para amenazar y defender su territorio al que dijo nadie puede acceder. El 18aguantó que tenía ya los ojos llenos de lágrimasEl Encalzonado regresó a su esquina, subió la pequeña escalera y desapareció en la oscuridad. Cerré los ojos como si eso ayudara a acabar con la situación que estaba viviendo César, pero no fue así. 

Ismael volvía a cuestionar que ya hubiera estado en prisión. César ya no respondía. En mi mente le grité al 18: mejor di la verdad, di que no es cierto, confiesa que no has estado aquí. ¡Mentir no te ayuda! Pero no era capaz de ver más. Cerré la cortina del camarote, alcancé a ver su mirada hacia mí como pidiendo una intervención. Me incomodó mucho la impotencia

–Ya estuvo Cesarín, ya ahorita nos dormimos. Ya nada más hazme el paro, pídeme otra mona. Grítale, grítale por la reja –le exigió Ismael. 

–¿A quién? –respondió El 18 y dejó en evidencia que no había estado en prisión porque nadie en este penal podía gritar “monas”, debías pedir “agua” para que se acercara el que proveía de solvente. 

–Tú grítale por la reja.

Monaaas –se escuchó la voz tímida, insegura, de César. 

–¡Más fuerte carnal!

Monaaas…

–¡Que más fuerte hermanito!

¡¡¡Monaaas!!!

–¡Cállate hijo de tu puta madre, no dejas dormir! –vino una voz del pasillo. 

Se hizo un silencio, luego se escucharon pasos firmes que se acercaban. Volví a jalar la cortina para ver, algo iba a ocurrir. El brazo y la mano de alguien entraron por entre los tubos de la reja y agarraron con fuerza el cabello de César y pegaron su cabeza hacia la reja: “¡Sigue gritando y te vamos a dar en tu pinche madre!”. Luego le hicieron lo que aquí llaman una “licuadora”: le arremolinaron la cabeza y lo soltaron.

En prisión somos más los buenos que los malos

Los custodios no suelen intervenir en los "asuntos" de los internos, incluyendo los recién llegados | Mauricio Ledesma
Los custodios no suelen intervenir en los «asuntos» de los internos, incluyendo los recién llegados | Mauricio Ledesma

No hubo más risas. Pensé en que siempre somos más los buenos que los malos. Pensé también en que la mayoría experimentaban incomodidad y tristeza por El 18, pero nadie, nadie, incluidos los custodios, pueden intervenir en la intimidad de la celda a menos que alguien muera o esté herido de muerte, harían algo al respecto.

Ismael le hizo señas a César para que regresará a su lugar, a la entrada de la celda y luego se metió en su camarote, apagó la luz y cerró su cortina. Poco a poco la penumbra invadió la celda. Se escucharon bostezos, alguno que otro resoplo como señal de descanso emocional. 

Ahí volvió a quedar la silueta del 18 parada ante la reja. Esperé que pasaran unos segundos y le hice la señal con mi mano para que se sentara. Recordé que después de la tempestad viene la calma y también pensé en que no sólo se había acabado el sufrimiento para César, El NuevoEl 18, sino también para varios que también sufrimos con él, su primer día de cárcel en el área de Población; reportó MILENIO.

Imagen: MILENIO.

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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