Por Francisco Villarreal
Últimamente sueño mucho con mis muertos. Son una buena compañía. No me distraigo en interpretar mensajes o adivinar premoniciones, sólo disfruto…, disfrutamos la compañía. En todo caso es un plus onírico a la costumbre familiar de considerar a nuestros muertos como una compañía viva y cotidiana. Algo tendrá que ver el arraigo a la tierra que los recibió, a las ancestrales memorias que atesoran. Además, nos ilustran la forma cómo echamos raíces, a veces adaptando el entorno geográfico y humano, a veces adaptándonos a él. Supongo que los primeros Villarreal y los primeros Chapa que llegaron a estas tierras se sintieron abrumados, fuera de contexto, un poco parias de Europa más que conquistadores. Desde donde hayan venido, así fuera con títulos e ínfulas, eran unos desarraigados. Aunque los bautizara la corona española como súbditos de un reino, creo que entendieron de inmediato que no eran como Nosferatu, que acarreaba su feudo en un ataúd lleno de tierra. Tuvieron que reconstruir su consanguinidad con la nueva tierra y con la nueva gente. Supongo que así construimos nuestra estirpe mestiza, así creamos una patria, no remendando los harapos de la vieja Europa, sino hilando las fibras de una nueva cultura. Sin embargo, tengo la impresión que desde la creación de las “Trece Colonias” inglesas, el impulso colonizador de Estados Unidos era sólo hacia el despojo de tierras y recursos.
De hecho, el historiador mexicano, Gastón García Cantú, escribía que “El móvil nacional de los Estados Unidos no partió de la necesidad de aplicar los ideales de la Declaración de Virginia, sino de la urgencia de ampliar los límites del primitivo país, el orgullo racial y la justificación supuestamente moral para organizar la esclavitud; todo lo cual se expresó en la frase: ‘destino manifiesto’; verdadera convocatoria para ejercer la violencia dentro y fuera del país”. Aquí habría que destacar que la mentada “Declaración de Virginia” (1776) precisa la soberanía popular por encima de todo y contiene la base de todas las declaraciones posteriores relacionadas con los Derechos Humanos universales. Sin necesidad de revisar toda la historia de ese país, basta con revisar las acciones del actual gobierno estadounidense para notar una que otra “contradicción”. En lo que toca a la expansión territorial, su freno está implícito en ese documento, pero no explícito. Y por supuesto que en ningún momento de su historia Estados Unidos tuvo necesidad de requerir una jueza solícita como “Norma Piña” para interpretar a modo los postulados fundacionales: ningún freno para expandirse con la fuerza militar, la potencia económica, y la injerencia política.
Viene a cuento esta monserga mía porque un joven me aseguró que el presidente de Estados Unidos quiere apropiarse de Canadá pero no de México, porque le tiene miedo a Claudia Sheinbaum. Celebro y comparto la confianza del joven en nuestra presidenta, pero no hay tal miedo. Los locos son audaces, sólo temen a sus propios fantasmas. En todo caso, no creo que a Donald Trump le interese apropiarse de un país lleno de personas con la misma gama étnica de los que está deportando. A estas alturas es una necedad negar la horma racista, supremacista y fascista de este sujeto. Su solución ideal para apropiarse de México sería la que quiere aplicar a los palestinos, pero como empresario sabe que aquí no tendría la “ayuda” de Netanyahu, y que las arcas de su gobierno, aún con el “sabio consejo” de Musk, no podrían pagar un pogromo contra casi 130 millones de almas… incluidas las de sus aduladores locales que ya le han vendido las suyas. Por ahora, y en vías de otro tipo de intervención, el demente de la Oficina Oval tiene que conformarse con su “golfo de américa” y alguna otra payasada. Celebro, eso sí, la posición de la agencia de noticias AP, que se niega a aceptar una orden ejecutiva que no tiene validez internacional, y que tampoco convence a muchos estadounidenses. Y aunque no lo celebro, espero que AP se sostenga frente al veto que le impuso Trump, un atentado evidente a la libertad de expresión; por cierto, una libertad consagrada también en aquella “Declaración de Virginia”.
El expansionismo verbal de Trump, nieto de Frederick, un inmigrante y además un deportado de su propio país (Baviera), ha tenido respuestas muy ingeniosas. El gobernador de Illinois, Jay Robert Pritzker, quien se ha opuesto abiertamente a las redadas antinmigrantes en su estado, dijo que pidió a Google que cambiara el nombre del Lago Michigan por el de “Lago Illinois”. Además, ya que Trump quiere comprar Groenlandia, buscará que Illinois se anexione Green Bay, ciudad de Wisconsin, “para protegerse contra enemigos, extranjeros y nacionales”. Ya antes una legisladora canadiense Elizabeth May había sugerido un referéndum en California, Oregon, Washington, Maine, Nuevo Hempshire y Vermont, para decidir su anexión a Canadá. Además, ahora los daneses quieren comprar California. Claro que es ironía, como la de la doctora Sheinbaum sobre la América Mexicana, pero no deberíamos bajar la guardia… y en el plural incluyo al mundo entero. Lo que sale de la boca de Trump es mentira y suena ridículo, y él lo sabe, pero nadie sabe qué tenebrosos planes maquina su desquiciado cerebro. Sí estoy seguro que ninguno de los planes que trama respecto al mundo o a México tiene qué ver con la plaga del fentanilo que padecen sus compatriotas y que fue causada por las empresas farmacéuticas, y tampoco con los brazos migrantes que Estados Unidos necesitará si quiere reconstruir la industria y mantener la producción agrícola. No será fácil ser un país productivo luego de tanto tiempo de ser un país consumidor/depredador. Si la idea es deportar delincuentes, se debería empezar por el que preside la Oficina Oval… a ver quién lo recibe.
A estas alturas, no sólo México sino todas las naciones deberían estar preocupadas por la tensión que ha generado Trump. Es evidente que no tiene límites y no permite que nadie, ni las leyes, lo limiten. En lo personal me preocupa mucho lo que pasa dentro de Estados Unidos. No se trata de un cambio cultural sino de un adoctrinamiento forzado. En una nota reciente, del 10 de febrero, la vocera militar, Madison Bonzo, declaró a un medio especializado: “En cumplimiento de las directrices del Departamento de Defensa y del Cuartel General del Departamento del Ejército, el Comando de Reclutamiento del Ejército de los Estados Unidos no participará en el próximo evento BEYA… Los miembros del servicio y los civiles pueden asistir a este evento de manera no oficial/personal si así lo desean”. Esto no nos dice nada en México, pero dice mucho para los estadounidenses, porque el BEYA, Black Engineer of the Year Awards, es un evento donde se expone a lo más destacado de especialistas negros en Matemáticas, Ciencia, Tecnología e Ingeniería. Esta reunión anual siempre ha tenido reclutadores militares estadounidenses, por la calidad y capacidad de los asistentes. Añadamos que, según el mismo medio militar, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ordenó hace un par de semanas eliminar de las celebraciones militares al Black History Month (Mes de la Historia Afroestadounidense) y al Women’s History Month (Mes de la historia de la Mujer). Creo que no peco por exceso de desconfianza si veo en esto una continuidad para la política segregacionista de Trump que, pian pianito, va más allá de su tirria contra el feminismo y la diversidad sexual. ¿Un ejército blanco? No sé a qué personaje me recuerda este orate.
Ceterum censeo: Como exiliado del gremio periodístico, me tomo muchas libertades a la hora de adjetivar mis textos. Sé que los adjetivos pueden ser una plaga en los textos periodísticos, tanto en los informativos como en los de opinión. Pero aunque en mi exilio a veces abuso, siempre me impongo límites que no transgredo. Sin embargo, confieso que con Donald Trump sufro para autocensurarme. Prometo no divulgar la florida y nada devota letanía de adjetivos e insultos que se me ocurren cuando escribo y escucho ese nombre. Un poco de paranoia me provoca, pero siempre he creído que el paranoico tiene razón al presentir el peligro, aunque se equivoca al identificar la forma como se manifestará. Pero, aclaro, lo mío no es odio, es sólo repugnancia.