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‘El reino de Dios’: una cinta conmovedora sobre la fe y la infancia

El reino de Dios es una obra que resulta reflexiva y conmovedora. En tiempos de acelere fílmico vale la pena darse el tiempo para introducirnos en la vida de un niño mexicano que vive en el campo y que no sufre ni de violencia ni de mafia ni de narcotráfico; publica MILENIO.

Hay en la película de Claudia Sainte-Luce infancia y Dios. No es necesario nada más para construir una relación entre Neimar, este niño, y la divinidad. Y es que, aunque tal vez él no lo sepa, la película parece insinuar que el reino al que refiere el título ya está en estos tres grandes amores: su madre, su abuela y una yegua.

“A mí no me importa que gane”, dice Neimar, “a mí me gusta verla correr”. En esta afirmación resuena la forma apacible en que el niño vive su vida: boteando para comprarse dulces, jugando con su hermana en las ruinas de un avión y afrontando a su padre en el campo de futbol. Si no me saluda él, pues yo tampoco. Neimar es un hombre. O al menos eso cree, pero tiene once años y todavía le faltan muchas experiencias por asimilar, así, el personaje de Claudia Sainte-Luce resulta, en este sentido, paradigma de una inocencia a la que están por transformar las verdaderas preguntas existenciales.

Sin necesidad de truculencias, la directora nos hace ver que la existencia aún sin crimen organizado es suficientemente compleja y que la fe pasa también por aquello que llaman los místicos, la noche oscura del alma. Al igual que en San Juan de la Cruz, el tema de la película es la ausencia de fe, la oscuridad. Cuando no vemos a Dios. Así, llega el momento en que Neimar debe hacer su primera comunión, el niño se vuelve a formar. “A ti ya te di el cuerpo”, dice el cura. “Es que no sentí a Dios”, contesta él. El sacerdote vuelve a otorgarle la comunión, le acaricia el cabello con ternura y dice: “ya lo sentirás”. Hay que ver la película con esta afirmación en mente. ¿No será que Neimar, sin darse cuenta, ya ha sentido a Dios? La forma en que termina la película parece confirmarlo.

En otro orden de ideas, es de notar que El reino de Dios padeció todos los problemas del cine nacional. Ganó en el Festival de Cine de Guadalajara, pero no consiguió distribución. Sainte-Luce tuvo que recurrir al streaming para conseguir que su obra llegara a un público capaz de abrirse a la excepcional actuación de este niño que parece unificar los universos de Abbas Kiarostami y de Ryūsuke Hamaguchi. Con ese guion y esa interpretación, la directora consigue transmitir temas tan profundos como la infancia y Dios. No son necesarios ni golpes de teatro ni efectos especiales. Se necesita, eso sí, de imágenes que llamen a todo aquello que en arte se llama conciencia pregramatical, ese universo de amor, dolor e introspección que sucede en algún sitio de nuestra mente.

Antes de que podamos decir “me gusta” o no, es aquí donde la última secuencia cobra una relevancia muy especial. El muchachito se aleja por un camino polvoso. Y cuenta la directora que cuando miraban las tomas, se dieron cuenta de que en la arena aparecía un símbolo de la divinidad. Este detalle, cuenta Sainte-Luce, cambia por completo el sentido del filme. Desde el título: El reino de Dios está en Neimar. Ha estado siempre. En este niño y en su infancia llena de posibilidades, dudas y problemas inevitables. En el dolor, claro, y también en su felicidad.

Imagen portada: Laberinto / MILENIO

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: Staff
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