En un mundo donde la animación suele ser sinónimo de infancia, Memorias de un caracol (Memoir of a Snail) se abre paso con su delicada melancolía y su feroz honestidad. La película de stop-motion, dirigida por Adam Elliot y nominada al Oscar a Mejor película de animación, es una historia sobre las pérdidas acumuladas, sobre aquellos duelos que se convierten en objetos, de cicatrices visibles, pero, también las invisibles; señala MILENIO.
“El stop-motion ha existido por mucho tiempo y es utilizado por directores maravillosos, como Guillermo del Toro; en su discurso del Oscar, cuando ganó por Pinocchio, nos recordó a todos que la animación no es un género, ni es solo para niños. Creo que hemos sido condicionados por Disney, Pixar y DreamWorks, que han dominado el mercado con películas infantiles, pero la animación también es para adultos”, dijo Adam Elliot a MILENIO.
Elliot, maestro de la plastilina, construyó un universo en el que cada detalle palpita con humanidad. Su protagonista, una caracola introvertida, navega las mareas del duelo, la depresión y los ecos de la terapia de conversión, una práctica cruel que aún persiste en el mundo. La historia, lejos de ser un cuento de hadas, es una carta abierta al dolor y la resiliencia, moldeada con la misma paciencia con la que se modela la arcilla.
En Memorias de un caracol, las terapias de conversión no son solo un recuerdo doloroso, sino una cicatriz que el personaje lleva consigo, como tantas otras acumuladas en el tiempo. Elliot aborda el tema con la sensibilidad que caracteriza su cine, exponiendo la crueldad de una práctica que intenta moldear identidades como si fueran plastilina. “No funciona”, explicó el cineasta, “es como intentar cambiar el color de los ojos de alguien”.
“Ha sido interesante recibir correos y mensajes de jóvenes que han pasado por la terapia de conversión y me han contado que no funcionó. Para ellos, es importante que se hable de este tema y que se genere conciencia sobre esta práctica horrible, que por suerte ya está siendo criminalizada en Australia y otros países están empezando a seguir ese camino. Es 2025, y me cuesta creer que esto siga siendo legal en algunos lugares”, agregó.
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Para Elliot, la historia nació de una pérdida: hace ocho años, “mi padre falleció y dejó tras de sí un caos de garajes repletos de objetos”. Entre el enojo y la nostalgia, el director encontró una pregunta: ¿Por qué acumulamos? Su búsqueda lo llevó a psicólogos, libros y testimonios, descubriendo que la acumulación extrema es a menudo un refugio para quienes han sufrido la pérdida de un ser querido. E hizo una historia sobre ello.
Memorias de un caracol no solo habla de duelo, sino también de la resiliencia de quienes han sido marginados, como su amiga que nació con labio leporino y encontró su camino en el mundo del diseño de moda, “cuando era niña, tuvo que someterse a muchas operaciones y sufrió de acoso escolar”, explicó el realizador, “pero creció y se convirtió en una adulta segura de sí misma y exitosa. Ahora es diseñadora de moda en Londres”.
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A pesar de competir con gigantes como Inside Out 2, Elliot sabe que su lugar en los Oscar “es el de David contra Goliat”, pero su cine, con la misma paciencia con la que se moldea la arcilla, ha resistido el paso del tiempo. El corto animado Harvie Krumpet le dio su primera estatuilla hace 21 años y Mary & Max lo convirtió en una referencia del cine animado para adultos. Hoy, Hollywood le ofrece proyectos, pero él prefiere crear sus propias historias.
“Nuestro presupuesto fue de solo siete millones de dólares, mientras que Inside Out 2 y The Wild Robot tuvieron presupuestos de más de 200 millones. Es una diferencia abismal. Pero sus películas también son hermosas. Ha sido un gran año para la animación, con una selección muy diversa. Es genial ver que hay dos películas de stop-motion, dos producciones independientes y dos películas de grandes estudios. Es un buen equilibrio”, dijo.
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“Cuando los Oscar terminen, comenzaré a escribir mi nueva película, que será otro largometraje. Probablemente me tome unos dos años escribirla y luego comenzaremos la producción. Recibo muchas ofertas para dirigir películas en Hollywood, pero prefiero hacer mis propias películas en lugar de trabajar en las de otros. Creo que la mayoría de los directores dirían lo mismo: prefieren contar sus propias historias”, agregó.
Su nuevo proyecto es una road movie en plastilina, su propia versión de Thelma & Louise, Tal vez, incluso, con la voz de Meryl Streep, “eso si ella acepta el personaje”, dijo Elliot con una enorme sonrisa. Mientras ese futuro llega, Memorias de un caracol sigue su camino: una película hecha de recuerdos, pérdidas y supervivencia, que nos recuerda que la animación no es un género, sino una forma infinita de contar historias.
Imagen portada: Especial / MILENIO