Por Carlos Sánchez
Escribo ahora del historiador, el maestro, el escritor, el amigo; hablo de Alfonso Torúa Cienfuegos (Cananea, 22 de octubre de 1958-Hermosillo, 17 de febrero de 2025) a quien debemos gran parte de la reconstrucción de la historia de esos movimientos sociales que se gestaron en Sonora. Especialista en el tema del magonismo, y en el carácter revolucionario de la tierra que lo vio nacer: Cananea.
Desde la investigación, Torúa Cienfuegos se caracterizó por escudriñar respecto de la vida de esos seres trascendentales que nacieron en la sierra, allá donde él vivió su infancia y adolescencia.
Vinieron luego las otras búsquedas, el prepararse para enfrentar y desarrollar la vida, desde el interior de un aula, desde las hemerotecas y la calle, desde un ordenador para construir los títulos de sus libros: Cananea roja, El magonismo en Sonora, Cuatro ases y un comodín, Frontera en llamas: los yaquis y la revolución mexicana, Fernando Palomares, indio mayo, entre otros.
Anduvo sus mundos con los libros bajo el brazo; la pasión por enseñar —me contó un día— le vino luego de que uno de sus amigos le vaticinara la vocación: usted tiene pinta de maestro. “Y un día, mientras trabajaba en una silla de bolear, la hija del patrón, quien estudiaba la primaria, tuvo un problema de matemáticas, le expliqué con detenimiento y la niña aprobó la materia, ahí me dije: creo que sí se puede”.
A manera de remembranza, un día compartió que trabajó como ayudante de albañil y también de bolero: “Una mañana en la que le estaba limpiando el calzado a un señor, llegó un gringo y preguntó en inglés que si alguien sabía dónde estaba el consulado americano; como había allí algunos encorbatados, pensé que le responderían, y pues nadie dijo nada, hasta que yo le respondí en su idioma para orientarlo. Los encorbatados se miraron unos a otros y dijeron: Ah, bolerito cabrón”.
Quiso la vida que sí se convirtiera en maestro, anduvo los caminos del magisterio (en donde asumió la experiencia sindicalista), consagrándose a las diversas materias que impartió en la Universidad Estatal de Sonora (UES), en la cual brindó su conocimiento y legado hasta los últimos días de labor.
Rompía los patrones, de pronto se apersonaba en la clase y viraba los temas: un poema, un cuento, el fragmento de una obra dramática, la invitación de algún escritor o escritora para humanizar el sentido de la enseñanza.
“Porque para mí la poesía es vital, por eso debe permanecer en las aulas”, aducía en las esporádicas tertulias en cuyos temas de pronto aparecía la docencia y su vocación. “El mejor método de enseñanza es la emoción, no falla”.
Torúa diletante, el rumbo extraordinario cuando las herramientas se optimizan, porque el conocimiento que se adquiere —se dijo a sí mismo— hay que compartirlo. Por eso mismo, tomó el micrófono y en diversas cabinas de radio, en ocasiones desde su casa situada en el campo, y a través de enlaces, ilustraba el día a día con sus efemérides para recordarnos la más trascendental fecha, el más oportuno nacimiento de esa figura emblemática del canto, el cine o la literatura.
Su voz, un estruendo armonioso, porque nació en la cuna de la locución: Cananea, tierra de prestigiados locutores. En la XEFQ anduvo Torúa colaborando en un programa tradicional llamado Barrio viejo, la amenidad al son de las palabras, el dato histórico por demás interesante, la anécdota aquella de Carlitos Pochis, el pordiosero que vivía dentro de una cueva que dejó una casa en derrumbe: “Y dicen que cuando lo encontraron muerto, en el lugar donde dormía tenía latas de manteca llenas de dinero”.
Por la urbanidad, su voz, en el tránsito vehicular de Hermosillo, en la banqueta de una colonia popular, Torúa Cienfuegos de a poco se convirtió en referencia de la radio comunitaria Política y Rock and Roll. De ahí a los estrados, presentaciones de libros, encuentros de escritores, y más allá, sus publicaciones en las bibliotecas de Estados Unidos, consulta obligada para estudiantes e historiadores.
Andar la vida con mirada taciturna, desde la cual lo aprendía todo, incluso la fraternidad, porque cosa fácil le resultaba darse, acompañar a los camaradas, tomar la guitarra e interpretar historias en el género folk o bien una rolita de trova. La versatilidad cuando el talento es un digno apellido.
Después de pensionarse continuó su camino como escritor, investigando y creando, en la inevitable faena de acatar el dictado de su compromiso social, en el cual siempre pugnó por los derechos de los otros.
Hace unos meses el desconcierto tocó a su cabeza, las ideas se enredaron y el tiempo de vida inició la cuenta regresiva. Hoy con gratitud ponemos su nombre en las conversaciones, el mismo que tiene un lugar en la investigación, el periodismo y las aulas, en Sonora.
Imagen portada: MILENIO