‘La habitación de al lado’, el largometraje más reciente del realizador manchego, es una obra maestra que logra abrir conversaciones sustanciales sobre los grandes temas de la actualidad.
Por Fernando Zamora
En La habitación de al lado de Pedro Almodóvar quiero centrarme en dos hechos. El primero es un cuadro. Postal japonesa 2 es una pintura que Almodóvar produjo como parte de la serie Flores junto al artista Jorge Galindo. El cuadro aparece en la casa de Marta, una mujer que muere de cáncer y que es interpretada por Tilda Swinton. Postal japonesa 2 aparece en forma aparentemente casual cuando Marta abre la puerta y encuentra a Ingrid (Julianne Moore). Pareciera una declaración de principios: he aquí el cine: dos actrices y un cuadro. Necesitamos poco más.
¿Qué consigue Swinton con los diálogos de Almodóvar? Algo muy novedoso realmente. Aquí están las frases que hemos escuchado en sus grandes películas, pero también en las más fallidas. Son provocativas, irónicas y están en la frontera entre lo sutil y lo decadente. Swinton, con estos diálogos, recrea algo que no hemos escuchado antes. Su forma de escanciar recuerda a un Lorca traducido al inglés. La herida se ha contenido, pero no por eso deja de doler. Marta está muriendo de cáncer, ya no se pregunta por el sentido de nada. Lamenta, quizá, que su hija no esté interesada en recuperar unos lazos que nacieron rotos. Para contar esta parte, el director viaja al pasado. Allá conocemos a Marta cuando era periodista de guerra, a Ingrid cuando era una chica ilusa que creía que el amor bastaba para sanar al amado de las heridas que le produjeron las guerras de Estados Unidos.
La importancia de estos viajes estriba en que con ellos Almodóvar abre conversaciones sustanciales: el cambio climático, las injusticias económicas del neoliberalismo y la posición oficial de la Iglesia en torno al hecho de que dos hombres o dos mujeres puedan amarse. Pero he aquí lo más importante de todas estas líneas abiertas: Almodóvar no va a cerrarlas. Es aquí donde entra el segundo punto anecdótico que creo que es importante subrayar en una obra maestra como La habitación de al lado.
Tilda Swinton conoció a Pedro Almodóvar en una fiesta. Ambos comenzaron a llevarse muy bien por cierto intercambio intelectual que sostuvieron. Este hecho, conociendo a Swinton, parece contradecir la idea que se tiene de Almodóvar como parte de la cultura pop. No. No lo es. El director en un momento de muchos complejos llegó a pensarlo, lo dice claramente en la columna “Patty Diphusa” que escribió en la revista La Luna de Madrid: que era un gordito aspirante a cineasta con todo lo necesario para el fracaso. Sin embargo, en esas columnas uno se da cuenta de que Almodóvar no sólo es un gran prosista, tiene la capacidad de estructurar historias que son espejos de historias, Patty Diphusa puede adueñarse de la voz de Almodóvar y burlarse de que haya decidido dejar un espacio que le daba cierta fama para volverse autor. Y el director comenzó experimentando y mofándose un poco de sí mismo. En su cine hizo a un mambotaxista y a un vestuarista muy amanerado, pero un día exclamó en una entrevista: “estoy harto de ser Almodóvar”. ¿A qué se refería? Me gusta pensar que se refiere a esta frase de Swinton: nos hicimos amigos porque él es un poeta. Lugar común. ¿A qué se refiere la Swinton? A que Almodóvar ha trascendido las palabras e incluso las imágenes, sus temas no tienen que cerrar porque el arte no enseña nada, no justifica nada, no sirve para nada, por eso es tan poderosa esta película, porque deja atrás todo lo ridículo que es suponerse profundo o irreverente y explora los sentimientos de dos mujeres cuando comienza a nevar.
La habitación de al lado
Pedro Almodóvar | 2024 | España
Imagen portada: Especial