Roberta Flack forma parte de las estrellas que en los años setenta alumbraron a una generación que buscaba nuevos caminos en la música luego de la intensidad de los sesenta; publica MILENIO.
Nació el 10 de febrero de 1937 en Carolina del Norte y murió el 24 del mismo mes en Nueva York, 14 días después de su cumpleaños 88. Los obituarios en todo el mundo han recordado sus canciones, su manera de cantar sentada al piano, su instrumento de siempre. También han recordado su virtuosa asociación con Donny Hathaway (paradigmáticamente en “Be Real Black for Me”), su amigo desde sus tiempos en la Universidad Howard, en Washington, una universidad privada con matrícula históricamente negra a la que ingresó a los 15 años. Era buena alumna y muy joven se convirtió en maestra de piano; más tarde alternaría el magisterio con actuaciones en el club Mr. Henry’s, en el histórico barrio de Capitol Hill, donde la descubre e impulsa Les McCann, el prolífico compositor, pianista e intérprete de temas como “Compared to What” (la versión con Eddie Harris es excepcional). Él la llevó a Atlantic Records para que en 1972 grabara su primer álbum: First Take, del que un año después se desprendería “The First Time Ever I Saw Your Face”, catapultado al ser incluido en la banda sonora de la película con la que Clint Eastwood debutó como director: Play Misty for Me.
Amante de la lectura, defensora de la diversidad sexual (“Ballad of the Sad Young Men” es un buen ejemplo al respecto, una canción sobre el amor entre dos hombres), orgullosa de su raza, Roberta Cleopatra Flack, su verdadero nombre, con su voz “podía transmitir ternura, orgullo, convicción o añoranza, pero casi nunca desesperación”, escribe Giovanni Russonello en The New York Times. “Los críticos —agrega el fundador y editor de CapitalBop— a menudo tuvieron dificultades para describir la fuerza discreta de su voz y la amplitud de su gama estilística. Con su aplomo, su interioridad y convicción, su falta de sentimentalismo o exageración, su canto parecía presionar el botón de reinicio de cualquier expectativa estándar de una estrella del pop. Ella le daba la misma prioridad a la pasión y a la comunicación clara, como un instructor que habla con un estudiante curioso o un amante que promete devoción”.
Después de su primer éxito, llegó la canción que la proyectaría planetariamente, haciéndola inolvidable: “Killing Me Softly With His Song”, de Charles Fox con letra de Norman Gimbel; y en 1974 “Feel Like Makin’ Love”. Esos fueron los tres faros que iluminaron su carrera. Como toda celebridad, recorrió el mundo, realizó extenuantes giras en los ochenta y noventa y en su carrera tuvo pausas pero nunca abandono. En 2012 publicó Let It Be Roberta, homenaje a las canciones de los Beatles y luego, con las enfermedades y los años, se fue apagando poco a poco, sin dejar de ser lo que era: una mujer comprometida con su tiempo, preocupada por la sociedad en que vivía, una artista que dejaba todo en cada actuación, sin preocuparse por nimiedades. En una entrevista con The National Observer en 1970, citada por Russonello, dice: “Quiero que todos me vean como soy (…) Se te quiebra la voz? Vale, cariño, sigue adelante y sigue dando lo que te queda, y el público lo ignora y te sigue el juego. He descubierto que la forma de llegar a la gente es simplemente abrirme la cremallera y dejar que todo salga a la vista”.
Con su muerte, el soul, jazz, el funk… toda la música popular se llenó de luto.
Imagen portada: Especial / Laberinto