Por Félix Cortés Camarillo
A mediados del siglo pasado, cuando éramos más jóvenes todos ustedes, ví en un solo día y en un mismo cine -obvio- cinco o seis veces la película Sunset Boulevard, que hizo en 1950 Billy Wilder, con las maravillosas actuaciones de Gloria Swanson y Erich Von Stroheim.
Ahí quedó mi personal récord de la permanencia voluntaria: de diez de la mañana a la medianoche, en la gayola del cine Monterrey, frente a la Alameda.
Sunset Boulevard es una de las mejores películas de la industria norteamericana del cine, después de El Ciudadano Kane, Casablanca, y el primer tomo de El Padrino. Sólo he visto más veces Casablanca, la adictiva historia de amor que hicieron el chaparro de Humprey Bogart y ese monumento a la belleza de la mujer que se llamó Ingrid Bergman, que Sunset Boulevard. Esa última es la historia de una decadente actriz del cine mudo que se niega a reconocer el paso del tiempo, ejerce el poder de lo queda de su dinero para tener un auto que tods quieren, hacerle funeral a un chango, comprarse un amante, y acabar hundiéndose en su miseria.
De eso va Sunset Boulevard. No es necesario contar la historia.
Pero por encima de cualquier asunto, el tema real de la cinta es el fracaso y el feo fin de una existencia.
El título de la cinta fue en su momento muy atractivo. El bulevar Sunset, que va del mexicano East Los Ángeles a las frías aguas de Malibú que conozco, era entonces sinónimo de Hollywood y sus estrellas. A nosotros no nos decía nada. En las traducciones al castellano, la película se llamó “el ocaso de una vida, el ocaso de una estrella, o el crepúsculo de los dioses”. Yo me quedo con la última.
Lo hago porque, con la excepción del imperio Maya, que al lado de las pirámides de lo que era antes Tebas, sigue siendo uno de los mayores misterios universales sobre orígenes y destino, los grandes imperios se han desplomado justamente cuando presumían de liderazgo proderoso mundial. Todos cayeron feamente.Así le pasó a Roma, al imperio otomano, al austro-húngaro, al azteca, al proyecto de Hitler, al incaíco, o al japonés. A todos los imperios decadentes.
Así le va a pasar al imperio de los Estados Unidos. Donald Trump, si no lo entiende, va a recibir una bofetada de la historia que tendrá que compartir con sus electores. Trump nos va a joder un año o dos, gacho; más tarde o más temprano va a sacar sus chivas de la Casa Blanca.
En la última secuela de la película de Wilder, la hermosa Gloria Swanson, convencida de que las cámaras, que eran de noticias para registrar el asesinato de su amante (William Holden) en la cuadra 10000 de Sunset Boulevard, iban a filmar las primeras escenas de la película Salomé, en su último papel protagónico. Ella se había escrito el voluminoso guión y estaba flrmemente segura de que la iba a dirigir Cecil B. de Mille. La escena inolvidable, que años después vimos en Broadway, descendiendo una escalera inolvidable que luego todas las telenovelas copiaron, siguiendo la sabiduría del chileno Valentin Pimstein.
Mi querido Valentin, desde donde te encuenres, debieras sugerirle a Trump un buen escenógrafo de escaleras.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Señora Presidente: yo no quiero que le declaremos la guerra a los Estados Unidos, ¿qué tal que les ganamos?
Ya usted, solícita y veloz, ha hecho todo lo que le piden allá, pero que no es suficiente; nada le embona, cono se dice por ahí. Lo único que se me ocurre es que cuando el pelipintado pida que nos bajemos los calzones, yo me borró del INE y del CURP.
Le sugiero a usted hacer lo mismo, salvo que tenga otras preferencias.