En el corazón de México se conjugan el barroco, los edificios del poder y la celebración del vacío, el Zócalo. En la penumbra lateral, las ruinas del Templo Mayor enraízan los latidos. Ingente paradoja del vacío, explanada monumental con la aguja patriótica al centro, la bandera. “Donde se encontraban los sitios del poder nahua, el actual Zócalo de la ciudad de México, Cortés cimentó una catedral y erigió un palacio” (Carlos Fuentes, El espejo enterrado).
El Zócalo es la deshabitada losa que empieza a palpitar desde la resistencia (la Marcha del Silencio del ’68 que simbólica y políticamente salió del Museo Nacional de Antropología) y encarna en las grandes manifestaciones en contra de los fraudes electorales del neoliberalismo (1988, 2006). Porque es de nadie, ese vacío se colma con todos. Hasta aquí llegan la Marcha del Orgullo LGBT+ y la del 8M; aquí el coro multitudinario de la democratización del espectáculo con Los Tigres del Norte o Joan Manuel Serrat… y el grito del Zócalo contra el espurio Felipe Calderón en la Noche del Grito.
En el Zócalo, también, “se han alborozado o exaltado tlatoanis y virreyes, obispos y presidentes de la República, caudillos gobernantes de la ciudad, emperadores y plebe liberal, multitudes y turbas, tenderos del Parián y vendedores ambulantes, dictadores al mando de un ejército de medallas y visitantes ilustres, el barón de Humboldt y Charles de Gaulle, Gabriel García Márquez y John F. Kennedy, Enrico Caruso y el papa Juan Pablo II, cobradores de la línea Zócalo-San Lázaro y usuarios del Metro, radicales y granaderos, escritores y lumpen proletarios, indígenas del EZLN y partidarios de Andrés Manuel López Obrador… Ningún mexicano prescinde del Zócalo, so pena de sentirse sólo cosmopolita o ni siquiera local. No aludo a las vanidades chovinistas o nacionalistas, tan anacrónicas, o al snobismo planetario, tan resbaladizo, sino a un sentimiento más complejo, el acceso a las visiones panorámicas del pasado y a las soledades muy concurridas del presente” (Carlos Monsiváis, “El Zócalo, todo cabe, todos caben”).
Por primera vez en nuestra historia, la concentración del Zócalo encarnará la estadística con la democracia participativa. La 4T y el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo tienen un 85 por ciento de aprobación que se vuelve presencia festiva, no sólo por las temporalmente superadas negociaciones comerciales y de seguridad con el decadente imperio gringo sino también por el salto cualitativo de la democracia representativa a la democracia participativa.
Las reformas al Poder Judicial y la próxima votación son un paso inmenso para la democratización de la vida pública del país, liberar para el pueblo este poder secuestrado por la oligarquía delincuencial y por la delincuencia organizada, por fin el derecho a la justicia, en efecto, México como sociedad de derechos, no de privilegios. La renuncia política no está en el aquí y ahora ni en nuestro futuro, la democracia participativa llega para quedarse. Por eso, “el Zócalo es siempre lo irrenunciable. Sí, ni modo, aunque no vayas allí estás presente” (Monsiváis, 2007).
(José Jaime Ruiz: Escritor, poeta y periodista, es autor de los libros La cicatriz del naipe (Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”), Manual del imperfecto político, Caldo de buitre y El mensaje de los cuervos. Es director fundador de la revista cultural PD. y de Posdata Editores. Dirige el periódico digital www.lostubos.com.)