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Por Félix Cortés Camarillo

No tengo certeza de si lo que voy a decir enseguida deba causarme pena o ser motivo de orgullo. Yo no acudo a ninguna marcha; ni de protesta ni mucho menos de celebración. Tengo mucho respeto por lo que los franceses llaman marchands, respetables seres que se dedican al comercio y que en México hemos traducido como marchantes. Sin embargo, renuncié a mi vocación ovina desde hace muchos años. Creo que mi primera y última marcha en la que participé fue en mis años europeos gritando la consigna -que eso era- “Cuba sí, Yanquis, no”, si no me equivoco en 1961, luego del fiasco de Bahía de Cochinos. Yo nací en el 42.

Tampoco me arrepiento de mi juvenil apoyo a la Revolución Cubana, pese a los desvíos, desvaríos, abusos y crímenes cometidos en su nombre. Sigo respetando a todo aquel que se ponga la camiseta que quiera, aunque sea del América,  y tome la calle para hacer público su apoyo o condena a lo que le dé la gana.

Cosa difícil de hacer en Camagüey, Pyongyang o Moscú.

Desde luego que no estuve en ninguna de las marchas feministas del sábado pasado, aunque yo sea orgulloso hijo de mujer, pareja y padre de mujeres, ferviente defensor de sus derechos, y rabioso combatiente (claro, verbal) de la asesina violencia que contra las mujeres ejercen. Especialmente la cometida por sus propias parejas afectivas.

Lo que no acaba de gustarme es el feminismo de salón que peligrosamente me parece una copia del machismo siniestro. Ese del slogan “llegamos todas” para glorificar que mi país tenga al frente de su poder ejecutivo a una mujer, subrayando en esencia que el único mérito de Claudia Sheinbaum es su sexo y no sus calidades, que sin duda tiene.

Pero, en consecuencia, los seres humanos no deben ser calificados por lo que tienen entre las dos orejas, sino por lo que tienen entre los muslos: un machismo a la inversa, que en algunas circunstancias ha llegado a rechazar la presencia de varones bien intencionados, que pretendieron solidarizarse con las marchantes.

Con más razón me opongo a las verbenas para los acarreados enviados por cada gobernador para congraciarse con la señora Presidente, llenando el zócalo capitalino para satisfacción de egos mal domesticados, que se inclinan por tolerar o ignorar evidentes incompetencias en razón de la política de género.

Señora Presidente: la soberanía nacional no ha sido, ni con mucho, rescatada de los ataques del patán de la Casa Blanca. Donald Trump no abandona su acusación repetida, no tan infundada como les gusta decir a los porristas de doña Claudia, de alianzas y complicidades de políticos de ayer y hoy con los delincuentes, particularmente los narcotraficantes. Y no solamente ellos.

La señora Presidente no puede dejar pasar inadvertida la realidad de que una buena parte del territorio mexicano, como dice el pato Trump, no está en manos del gobierno. ¿Habrá que recordarle a doña Claudia el desmadre de Michoacán, Guanajuato, Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Sonora y puntos intermedios? ¿Acaso ella cree en la inocencia del gobernador de Sinaloa, Rocha Moya? O ¿es tan ingenua, y piensa que los mexicanos le creemos a ella cuando lo defiende? Cabeza fría, corazón ardiente.

México está a merced de los caprichos demagogos de Donald Trump, que son aplaudidos por una mayoría de los estadunidenses, que social y políticamente han sido formados -como su presidente- en un ámbito de xenofobia antimigrante, patriotera, racista, y definitivamente imperialista. Los vecinos del Norte están convencidos de que el Canal de Panamá es de ellos, que a los canadienses les irá mejor siendo una estrella más en su bandera y que Groenlandia es esencial para la seguridad nacional de su país. Que se llama América, y que es de los estadunidenses. No de los americanos, que somos muchos.

Trump se ha dado cuenta de que se metió en un berenjenal con la amenaza de los aranceles: a fin de cuentas, los que pagarían esos platos rotos serían sus electores. Pero Trump, que es una figura muy parecida al patrocinador de la señora Claudia, el barón de Macuspana, no sabe decir “me equivoqué”, ni meter reversa, como en los carros de antes, pisando el clutch. Y a base de amenazas y ruptura de tratados, nos va a traer a los mexicanos y su señora Presidente, hasta que le planche el camino al vicepresidente James David Vance, que a sus cuarenta años prefiere que le llamen -como si fuera un whisky de esa edad, JD- para que le suceda.

Yo les aseguro que ese tal JD es pyor que Trump. Que pyor es más peor que pior. Pregúntenle a Zelenski.

PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): si fuera ajedrez, Zelenski está a punto de rendir su dama, que se llama Ucrania, tirando la toalla. Los dineros de Europa, sin el apoyo de los sobrantes de la industria del armamento de los Estados Unidos, no alcanzan para ganarle a Rusia, mientras la leva de efectivos para ir forzados al frente oriental, pierde popularidad. Finalmente, las guerras las ganan los que las cuentan.

felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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