Por Félix Cortés Camarillo
Difícilmente podrá salir Donald Trump del atolladero a que lo han llevado sus amenazas de lanzar una guerra comercial que no beneficiará a nadie. A media mañana de ayer, nadie sabía con certeza si los aranceles al acero y el aluminio mexicanos que le vendemos a su país habían entrado o no en efecto a las diez de la noche y un minuto, hora del centro de México.
La ausencia de Marcelo Ebrard en la sesión matutina de Palacio fue explicada luego: se había ido a Washington en un último intento de disuadir a Trump para que redujera la tasa de tarifas arancelarias o retrasara su implementación hasta el dos de abril, en que supuestamente los Estados Unidos cubrirán su déficit comercial con todo el mundo aplicando aranceles recíprocos a todo país que los aplique a ellos.
La confusión es intencionalmente tremenda: la misma señora Presidente de México entendió que hay una tregua hasta el dos de abril para el castigo. Casualmente, el día primero de ese mes es el April´s fools Day, un equivalente a nuestro día de los Inocentes en que todo engaño y burla se justifica. La caída de los mercados el lunes negro de esta semana fue un mensaje claro de la recesión que se avecina para los Estados Unidos. Precisamente ese desplome empuja a su Presidente a obtener financiamiento de los aranceles del extranjero. Así lo explicó Marcelo Ebrard en un documento que pretendía tranquilizarnos y que misteriosamente desapareció del universo electrónico que nos domina.
El mismo villano de esta película no lo tiene claro.
Los mexicanos pensamos que las exportaciones de aluminio y acero de nuesto país al de enfrente están corriendo ya para los rollos de esos metales que laminados se envían a la frontera. No es así. El gravamen se debe aplicar a todos los productos manufacturados que exportemos para allá, y se fijará según el porcentaje que de aluminio o acero contengan. Una tarea nada fácil; si fuese sólo los metales en bruto, se ponen en la báscula y se acabó. Ahora, cada pieza automotriz, de aeronáutica o de cualquier otra industria que se va para allá y luego regresa a las armadoras gringas que hay en Querétaro, Sonora o el Estado de México para volverse a ir en forma de autos o algún otro producto terminado, tendrá que ser inspeccionada y tasada para su arancel. Lo mismo para el acero que para el aluminio. El fenómeno se repetirá para los productos que no están contemplados en el TMEC, el tratado de libre comercio que ha beneficiado a sus tres países firmantes.
Según creemos, México, Estados Unidos y Canadá no le ponen aranceles a las mercancías que intercambian en el libre comercio que adoptaron gozosos. Pero el TMEC ha de pasar por una revisión o -peor- una renegociación el año que viene. Y entonces sí la batalla será muy difícil de ganar.
La señora Presidente siguió con su estrategia de paciencia y optimismo. Según nos dijo, estamos ganando tiempo. Nada sucederá antes del dos de abril. A mí me parece que tiene razón. Una guerra comercial a estas alturas de la crisis de Occidente tendría para Trump un costo político fatal.
Para la doctora Sheinbaum y su padrino también. No se nos olvide que la señora Presidente se cansó de decirnos que para todas las acciones de Donald Trump ella tenía un plan A, luego uno B y hasta mencionó uno C. El alfabeto castellano tiene 27 letras, si no lo han modificado a última hora.
No hemos visto uno solo de los audaces y confiables planes mexicanos.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Tres años después de una guerra cruenta, resulta que no sirvió de nada. Ucrania aceptó el cese al fuego y espera que Rusia lo acepte también. A cambio de esta rendición, los Estados Unidos reanudarán el apoyo militar y económico a los ucranios y recibirán tierras raras y metales valiosos para las nuevas tecnologías. ¿Valió la pena?