Por Álvaro Arreola Ayala
En nuestro país, existe un proceso acelerado desde lo más alto del poder público, por construir un nuevo Estado. Por supuesto, la transformación que se vive en México está multiplicando cambios en casi todas las áreas de nuestra realidad social y política. Algunos de ellos trascenderán positivamente también a este gobierno federal, como sucedió al inmediato anterior.
Dos procesos renovadores son fundamentales para entender lo que está sucediendo a un ritmo vertiginoso: en primer lugar, está la decisión de los gobiernos morenistas (Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo) por reconstruir y volver a poner de pie la independencia soberana del Estado mexicano a través del fortalecimiento de PEMEX y CFE las dos empresas públicas más emblemáticas de nuestra historia económica; él segundo, es de índole exclusivamente política: tomar decisiones de política pública para preservar, recuperar y volver protagonistas a las clases sociales más desfavorecidas, mediante reformas constitucionales que las protejan y salvaguarden mediante una profunda y cada vez más necesaria reforma al Poder Judicial de la República.
La nueva fase del desarrollo consiste en levantar una nueva estructura social sobre los cimientos neoliberales del abuso y corrupción. La igualdad dentro de la sociedad moderna se acentúa cuando las mayorías sociales tienen la ventaja de sentirse protegidas y libres.
Las consecuencias de esas decisiones estructurales en el sistema político mexicano son profundas, pues al llegar hasta aquí, el gobierno nacional ya alcanza una legitimidad que le permite tomar decisiones independientes las cuales son ampliamente respaldadas por la mayoría social altamente politizada.
La negociación que se lleva a cabo al más alto nivel político, por recuperar el libre comercio, frente al empresario y presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Donald Trump, que insiste en cambiar las reglas del juego del comercio mundial practicado en los últimos cincuenta años, está resultando un ejercicio fundamental del gobierno de Claudia Sheinbaum para defender la soberanía mexicana frente a los intereses de un gran poder empresarial. En última instancia se está observando la disputa, hasta ahora razonada, de dos visiones y enfoques en torno a lo que ambos gobiernos piensan y conciben el “interés nacional”.
La separación del poder político del poder económico que se inició en diciembre de 2018, junto con la elección de un nuevo poder judicial fortalece cualquier tipo de acuerdo y negociación que se efectúe de aquí en adelante.
Por eso, la jugada rudimentaria de la oposición política, que vagabundea en México, difundiendo dramáticamente hasta el mínimo hecho de violencia es cada día más marginal e inocua. La campaña de los medios tradicionales y sus “sabios” y “resabios” comunicólogos es muy simple: negar en su totalidad los actos gubernamentales e insistir a rajatabla en las notas rojas de la información pública, sin tomarse la molestia de investigar con profesionalidad. En la nómina de los medios tradicionales ya no hay reporteros sino “hackers”.
La fortuna del gobierno mexicano es que las administraciones de derecha ya están rebasadas. El aislamiento político de los gobiernos estatales de “oposición” como Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, Aguascalientes, Querétaro, Jalisco y Guanajuato es cada vez más trágico. Su inmovilidad y pasividad acompañadas por la incredulidad ciudadana es solo consecuencia del debilitamiento político de los partidos que encabezan esos gobiernos estatales y poco hacen por sacarlos de su postración, me refiero al PRI, PAN y MC.
El viejo mecanismo de disciplinar y castigar políticamente que se utilizó en nuestro país hasta hace poco tiempo es un dispositivo histórico obsoleto que ya no se aplica a los gobiernos estatales y municipales de oposición ni a los adversarios internos. Cada vez hay menos simulación de la realidad. Desde Palacio Nacional a diario y como nunca, se informa de la actividad gubernamental sin soberbia y con completa transparencia.
Las oposiciones raquíticas siguen viviendo de la mentira de las “noticias falsas”. Solo tienen la obsesión de denostar al gobierno de AMLO y CSP sembrando miedo. La oposición intelectual, que no de clases sociales, se arma solo de los actos violentos reprobables que sucedieron mayoritariamente antes de los gobiernos de MORENA. No tienen otros valores más que defender. En el moderno y complejo proceso político actual es una lástima que se debiliten más y más.