Por Efrén Vázquez Esquivel
Cuando un evento se convierte en tema de opinión pública, como es el caso del presunto abuso sexual en la prepa Tecmilenio, se abren múltiples interpretaciones y perspectivas de análisis. Y aclaro, no me refiero solo a la opinión pública que se genera en los medios y en las redes sociales, sino también a la que se produce en pláticas de corrillos y de sobremesa.
Para unos, este caso es visto como un reflejo de la descomposición social que cada día se incrementa, como consecuencia, a su vez, de la descomposición de la estructura familiar, lo que origina el aumento de conductas antisociales y violentas en la sociedad.
Otros se concretan a señalar que se trató de fallas en el sistema educativo, por no haber previsto este tipo de casos, y porque la respuesta inmediata de la institución fue castigar a la víctima, en vez de haber castigado a los agresores.
Para otros más, sin dejar de considerar la preocupación por el debilitamiento de la estructura familiar y la ruptura de valores, empatía y normas sociales que producen cohesión social, el problema radica en la escuela.
Sostienen que las instituciones educativas deben enseñar a pensar críticamente, no solo enfocarse en la transmisión de conocimientos técnicos. Es fundamental, se dice entre académicos, que no se olviden la filosofía y la ética impartidas por expertos, porque, si se enseñan bien, en estas disciplinas es donde se aprende a pensar.
También se dice que la falta de programas efectivos de educación emocional y la insuficiente atención a la salud mental de los alumnos contribuyen a un entorno donde pueden surgir conductas antisociales y violentas. Por lo tanto, es esencial que las escuelas adopten un enfoque más holístico y proactivo para abordar estos desafíos.
No hay que hacer un juicio paralelo de este caso, en el que la víctima y los presuntos responsables son menores de edad. Pero eso sí, a fin de que las instituciones pongan el ejemplo de pulcritud y honradez, no hay que quitar la mirada en la actuación de la Fiscalía.