Por Martha Herrera
Imagina despertar y que de pronto el mundo se detenga. No hay desayuno en la mesa, ni quien lleve a los niños a la escuela. No hay quien cuide a niños y adultos con discapacidad severa, nadie los alimenta, nadie los baña, nadie les cambia el pañal. Las personas mayores pasan el día solas, sin alguien que les ayude a levantarse, a vestirse o comer. Las empresas pierden productividad porque las personas que cuidan no están para sostener el mundo, para permitir que otros vayan a trabajar.
Si todo el trabajo de cuidados se detuviera por un solo día, la sociedad entera entraría en crisis.
Y, aun así, este trabajo sigue siendo invisible. Históricamente, el cuidado ha recaído sobre las mujeres; atender a una persona enferma, acompañar a alguien con discapacidad o cuidar de mayores: el mundo ha asumido que es nuestra responsabilidad. Lo que pocas veces se dice es que este trabajo, que representa el pilar de la sociedad, no se remunera, no se reconoce y no se distribuye equitativamente.
Las cifras son contundentes: las mujeres en México trabajamos en promedio 30 por ciento más horas que los hombres, sumando el empleo remunerado y el trabajo de cuidados. El 75 por ciento de las personas que cuidan son mujeres y, en su mayoría, sin ningún tipo de remuneración o formación para hacer frente a la vida, cuando su trabajo de cuidados concluya.
Hoy, en el marco del mes de la mujer, les invito a reflexionar: ¿Quién cuida a quienes cuidan?
Solamente en nuestro estado, al menos 3.5 millones de personas brindan o reciben cuidados. Y este cuidado no es un favor ni una obligación impuesta por género. Es un derecho. Sin embargo, ha sido tratado como una labor natural de las mujeres, un sacrificio silencioso que se espera sin cuestionar.
Lo vemos en las madres que trabajan jornadas dobles, en las abuelas que cuidan y crían, en las mujeres que tienen que poner en pausa su vida profesional para cuidar a un familiar, sin remuneración.
El problema no es solo la falta de reconocimiento. Es que el trabajo de cuidados tampoco otorga derechos.
Las mujeres que dedicaron su vida al cuidado de sus hijos, padres o parejas, llegan a la vejez sin seguridad social, sin pensión y sin un ingreso propio. Cuando terminan de cuidar a alguien porque falleció o porque creció, caen en un limbo laboral: sin experiencia formal, sin estudios y sin oportunidades para obtener un empleo digno.
Esta realidad no solo afecta a las adultas. Hay niñas de apenas siete u ocho años que ya cuidan a alguien en su familia y, por ello, dejan de ir a la escuela. Crecen sin la oportunidad de imaginar un futuro distinto, atrapadas en un ciclo que perpetúa la desigualdad.
Es urgente transformar esta realidad. Nuevo León está dando pasos firmes para construir un Ecosistema de Cuidados, donde el cuidado deje de ser una carga individual para convertirse en una responsabilidad compartida entre el Estado, la sociedad y el sector privado, que garantice el derecho a cuidar, ser cuidado y al autocuidado.
Necesitamos un sistema integral de cuidados para que todas las personas tengan acceso a este derecho. Esto significa fortalecer estancias infantiles, centros de atención para mayores, esquemas de trabajo flexible, capacitación y remuneración a cuidadoras para crear una economía del cuidado.
Hoy es el momento de abrir los ojos y actuar. El reconocimiento de los cuidados no es solo un acto de justicia con las mujeres, es una apuesta inteligente para el crecimiento económico y el desarrollo empresarial.
Cuidemos a quienes cuidan. Porque el futuro de Nuevo León y su economía dependen de ello.