¿Cuántas veces se ha dicho que no existe la ciencia ficción mexicana? Las personas que opinan de esta manera, tienden a buscar en la literatura mexicana a una Mary Shelley o un Julio Verne. Sin embargo, el canon nacional dista mucho de parecerse al de Francia o Inglaterra, sobre todo porque los mejores escritores de la ciencia ficción mexicana se desmarcan de los moldes y tradiciones europeas; publica MILENIO.
El canon literario es una lista de títulos, de extensión variable y naturaleza arbitraria, que sirve como una especie de guía de los libros más ‘‘valiosos’’ de una tradición literaria. Para entender mejor este aspecto cultural, Yuri Lotman propone el concepto de semiosfera (La semiosfera, 1996): un espacio abstracto que nos rodea y acompaña siempre (similar a una esfera para hámster), y a través del cual interpretamos cualquier signo o expresión cultural. Así, el acto de eructar, por ejemplo, es sinónimo de mala educación en Occidente, mientras que en algunas regiones orientales, es un elogio a las capacidades culinarias del chef: lo importante no es el acto en sí, sino el significado que se le da. Al ubicar la cultura en términos espaciales, Lotman propone que el canon es el espacio que ocupa el centro de la cultura. Entonces, una obra puede volverse canónica al acercarse al centro, aunque anteriormente haya sido desconocida o relegada a la periferia (por ejemplo, Fernando Pessoa). Y también puede ocurrir a la inversa: una obra o autor pueden dejar de ser canónicos (véase el caso de la escritora mexicana María Enriqueta Camarillo), es decir, que se trasladen del centro a la periferia.
Asimismo, cada país y género literario selecciona su canon particular. En la ciencia ficción mexicana se cuenta con uno bastante breve, pues ésta excluye a grandes escritores ya que los considera como ajenos al género, por no usar estrategias narrativas tan explícitas como, por ejemplo, el canon del sci-fi francés, estadounidense o inglés.
El primer caso que se presenta es el Primero sueño (1692) de Sor Juana Inés de la Cruz, poema barroco que comienza con la caída de la noche, momento idóneo para el escudriñamiento de textos según la voz poética del texto. El eje central del poema es el profundo amor que puede despertar la búsqueda del conocimiento, pero, sobre todo, el drama paradójico e inherente de este amor: queremos leerlo todo, pero es imposible leer todo lo que queremos. Gabriela Damián utiliza un término botánico para representar la forma en que Sor Juana inaugura la ciencia ficción en el territorio nacional: “Como experimentaron tantas otras antes, siento la necesidad de reconstruir nuestra propia genealogía, la de las escritoras mexicanas de ciencia ficción, (…) un deseable punto de partida por no pocas razones. El intento de superar las limitaciones del cuerpo (específicamente, las del cuerpo femenino en una sociedad masculina), del espacio y del tiempo, de romper las fronteras físicas y mentales impuestas por el orden jerárquico” (La mano izquierda de la ciencia ficción mexicana, 2018). De igual manera, el proyecto editorial Aparato Cifi, (Beneficiario del FONCA en 2018), el cual tiene como objetivo poner en circulación “Ciencia Ficción escrita entre el río bravo y el río suchiate de 1692 a 1947”, propone en su página web una línea del tiempo del género en el territorio nacional, en donde Sor Juana figura como la piedra angular.
De esta forma, Sor Juana instaura un nuevo paradigma en estas tierras: la poesía y la ciencia ya no se encuentran enfrentadas, sino que se posicionan hombro con hombro. A esta nueva tradición se une Amado Nervo, quien “guardaba un poco conocido interés por los adelantos de la ciencia y la tecnología (…) leía textos de divulgación, particularmente de astronomía (…) en más de una ocasión dedicó sus crónicas periodísticas a comentar descubrimientos espaciales” (Fernández Delgado, México de los falsos recuerdos, 283). Para el poeta modernista “[l]a Astronomía es el mejor antídoto contra la vanidad. La mejor luz para ver a través de esos tapujos de nuestro mísero amor propio” (Obras completas, Aguilar, Tomo. I, 1345). Destacan sus cuentos de ciencia ficción: “La última guerra” (1898), “Los congelados” (1911) y “El sexto sentido” (1918). Además, en sus crónicas también hacía uso de las estrategias del sci-fi, como aquella en donde describe la Torre Eiffel como un insecto ciclópeo con antenas “que llevaran en sus extremos ojos avizores, [que] van y vienen por el océano de casas y torres, como si quisieran verlo todo, descubrirlo todo. Se piensa en una novela de Wells: ¿no será por ventura ese gigantesco organismo de acero el famoso tripié de un marciano, que desde su atalaya atisba?” (Obras completas, Aguilar, Tomo. I, 1441).
Por último, se encuentra Elena Garro y su relato La culpa de los Tlaxcaltecas (1989). El paradigma dominante de la literatura latinoamericana de la época era el realismo mágico, género al cual suele ser atribuido este cuento. Sin embargo, existen elementos pertenecientes al sci-fi, los más importantes son los tropos del redescubrimiento del origen del mundo y los viajes en el tiempo, sólo que en este caso no se explica el mecanismo a través del cual estos suceden, a diferencia, de otros autores del género como Verne o Wells.
De esta forma, el relato de Garro no se ancla en las ciencias naturales como la electrónica o la física para construir un relato de viajes en el tiempo, sino que opta por una estrategia similar a la de Margaret Atwood en El cuento de la criada (1985), en donde disciplinas como la historia, la ciencia política y la etnografía se vuelven los pilares que sostienen la narrativa de ciencia ficción. En el caso de Garro, esta especulación se explora desde la perspectiva de lo subordinado o vencido —casi siempre la mujer y los pueblos indígenas—, otorgándoles así “un espacio, una fuerza que rompen precisamente con la falsa unicidad, con la homogeneidad artificial del tiempo cronológico, de la lógica del poder” (Elena Garro, el arte de la escritura, Introducción a Obras Reunidas T. I del FCE, 14). Mientras que el texto de Atwood se inserta en el imaginario del futuro, Garro revisita el pasado, su vida anterior en palabras de la protagonista, con especial ahínco en la Caída de Tenochtitlán; pero la clave está en que su antiguo amor, un hombre indígena, irrumpe en el presente de la protagonista, pues éste es visto por varios personajes. Por lo tanto, el texto puede leerse bajo el tropo de los viajes en el tiempo, a pesar de que no se nos explique el funcionamiento científico que permite este entrecruzamiento entre dos líneas temporales.
Es necesario aclarar que esta no es una idea propia, sino que fue propuesta durante la conversación entre los autores Cecilia Eudave, Alberto Chimal, Gerardo Porcayo y Andrea Chapela en el Encuentro de Ciencia Ficción en la Feria Internacional del Libro de Monterrey (16 de octubre 2023). Asimismo, Gabriela Damián coloca la narrativa de Garro dentro del género en el ensayo anteriormente citado, al recuperar la introducción de Geney Beltrán en Elena Garro. Antología de la editorial Cal y Arena, quien resalta la forma en que Garro construye “una visión regida por la simultaneidad y la convivencia: ‘todos los tiempos son el mismo tiempo’ […] No se trata de un artilugio gratuito, sino de una forma de ver la existencia” que logra “fracturar los esquemas de razonamiento propios de la modernidad”.
Para comprender mejor el desarrollo de la literatura mexicana debemos dejar de lado los moldes y las comparaciones con el viejo continente. En el caso particular de la ciencia ficción, es necesario hacer una aproximación epistemológica diferente a la tradicional: esa idea del romanticismo de que el ser humano, a través de la razón lógico-matemática y el progreso, es capaz de domar a la naturaleza, la cual se encuentra a su disposición. Sólo entonces podremos como sociedad apreciar la riqueza que se encuentra en nuestra ciencia ficción.
Imagen portada: Especial / Laberinto