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Coleccionismo literario: los libros más perseguidos del mundo

Los libros no son solo vehículos de conocimiento, sino también objetos de deseo, fetiches literarios. Desde ediciones únicas hasta obras malditas, el coleccionismo ha sido, durante siglos, una pasión que combina erudición, nostalgia y, en muchos casos, inversión. Pero, ¿qué hace que un libro sea invaluable? ¿Qué colecciones han marcado la historia de la bibliofilia? Y, en un mundo cada vez más digital, ¿qué futuro espera a estos tesoros en papel?; publica Librotea / MILENIO.

Los más perseguidos del mundo

Desde que el libro dejó de ser un objeto exclusivo de monasterios y cortes reales para convertirse en un bien al alcance de más personas, surgió también el coleccionismo literario. Algunas ediciones, por su rareza, belleza o significado histórico, se han convertido en auténticos tesoros perseguidos por bibliófilos de todo el mundo. A lo largo de los siglos, ciertos libros y colecciones han alcanzado un estatus mítico, no solo por su contenido, sino por su valor material y simbólico.

Históricamente, entre las obras más codiciadas se encuentran incunables como la Biblia de Gutenberg (1455), considerada el primer libro impreso en Europa y del que solo se conservan alrededor de 50 ejemplares. También destacan los Cuentos de Canterbury, de Chaucer, en primeras ediciones; el First Folio, de Shakespeare, esencial para la conservación de sus obras teatrales, y libros malditos como el Necronomicón, un volumen ficticio que ha inspirado ediciones reales muy valoradas por coleccionistas.

En el ámbito hispánico, joyas como la primera edición de El Quijote, los poemas de Garcilaso de la Vega en ediciones príncipe o las obras de Sor Juana Inés de la Cruz con anotaciones manuscritas son piezas de culto. Más cerca en el tiempo, primeras ediciones de autores como Borges, Cortázar o García Márquez, especialmente aquellas con dedicatorias o errores de imprenta, alcanzan precios exorbitantes en subastas.

Ser coleccionista de libros hoy en día implica una mezcla de pasión, paciencia y conocimiento. No se trata solo de acumular volúmenes, sino de entender su procedencia, estado de conservación y singularidad. Los bibliófilos modernos buscan ediciones limitadas, libros firmados, ejemplares con anotaciones del autor o aquellos que marcaron un hito cultural. Plataformas como eBay, subastas especializadas y ferias de libro antiguo son los nuevos espacios donde se negocian estas reliquias.

Libros que valen fortunas

Algunos libros han alcanzado precios astronómicos en subastas, convirtiéndose en tesoros codiciados por coleccionistas. Entre ellos destacan la Biblia de Gutenberg (1455), de la que solo quedan 48 ejemplares y que se vendió por 5,39 millones de dólares en 1987, y el Codex Leicester, de Leonardo da Vinci, adquirido por Bill Gates en 1994 por 30,8 millones de dólares. También resalta la Carta Magna de 1215, comprada por el magnate David Rubenstein por 21,3 millones, y la enigmática obra Die Aufgabe, valorada por su autor en 153 millones de euros por revelar «los grandes enigmas universales».

Estas obras no solo tienen un valor histórico incalculable, sino que se han convertido en piezas de culto. Desde manuscritos medievales hasta códices renacentistas, su precio refleja su importancia cultural. Mientras una sola página de la Biblia de Gutenberg se vendió en 56.250 dólares, el Codex Leicester sigue siendo el documento más caro jamás subastado. Estas adquisiciones demuestran que, incluso en la era digital, los libros antiguos siguen siendo símbolos de conocimiento, poder y prestigio.

El Bay Psalm Book (1640), primer libro impreso en Estados Unidos, alcanzó 14,16 millones de dólares en 2013, siendo uno de los 11 ejemplares sobrevivientes de una edición original de 1,700. Igualmente excepcional es el Evangelio de San Cuthbert (siglo VII), adquirido por la Biblioteca Británica en 2012 por 14 millones como el libro europeo más antiguo conservado intacto. Otras obras destacadas incluyen el Libro de Oración Rothschild (1505), obra maestra flamenca vendida por 13,6 millones, y los Evangelios de Enrique el León (1175), subastados por 12 millones en 1983.

Entre las piezas literarias más cotizadas destaca el First Folio de Shakespeare (1623), que reunió por primera vez sus obras completas y alcanzó 9,98 millones en 2020. Completa esta selección Birds of America (1827-1838), cuyas ilustraciones de aves coloreadas a mano justificaron su venta por 6,64 millones. Estas obras, además de su valor material, encarnan hitos culturales, desde la imprenta pionera hasta la conservación de textos fundacionales de la literatura y la ciencia.

Los incunables

Los incunables son libros impresos entre 1450 y 1500 con la técnica de tipos móviles de Gutenberg, que marcaron el nacimiento de la impresión moderna. Estos fetiches literarios, carentes inicialmente de portadas pero adornados con xilografías y encuadernaciones en pergamino o madera, imitaban los manuscritos medievales. 

La Biblioteca Nacional de México (BNM) resguarda la colección más grande de América Latina, con 177 incunables. Paralelamente, su Colección Novohispana (1554-1821) preserva obras fundamentales como el Dialectica resolutio, de Alonso de la Veracruz (1554) y el primer diccionario bilingüe español-náhuatl de fray Alonso de Molina (1555), testimoniando la evolución de la imprenta en Nueva España, desde los talleres de Juan Pablos hasta las dinastías de impresores como los Calderón y los Zúñiga.

La BNM también alberga colecciones clave del México independiente. El Siglo XIX Mexicano (1822-1911) reúne impresos liberales, como las obras de Ignacio Cumplido, mientras que la Colección Lafragua—reconocida por la UNESCO como Memoria del Mundo—ofrece más de 24,000 documentos (1576-1924) sobre historia política, científica y cultural. Formada por José María Lafragua, primer director de la BNM, incluye desde sermones hasta estadísticas, microfilmados para su preservación. Estas colecciones no solo custodian el conocimiento, sino que trazan la identidad intelectual de México desde la Colonia hasta el siglo XX.

Las bibliotecas académicas

Las bibliotecas académicas no existieron desde los inicios de las universidades, pero surgieron como respuesta a las necesidades de estudio e investigación de la comunidad universitaria. Durante la Edad Media, la lectura silenciosa y la organización más estructurada de los textos —con divisiones en párrafos, capítulos y comentarios— facilitaron su consulta, lo que permitió el desarrollo de colecciones de referencia en bibliotecas universitarias. Estas evolucionaron de simples acervos a espacios esenciales para el aprendizaje, aunque inicialmente su acceso estaba restringido a profesores y estudiantes avanzados.

Con la invención de la imprenta en el siglo XV, el libro se volvió más accesible, lo que permitió el crecimiento y diversificación de las colecciones bibliotecarias. Aunque al principio funcionaron más como repositorios de conocimiento que como herramientas pedagógicas, con el tiempo se convirtieron en centros clave para la investigación. La explosión de publicaciones en los siglos XVII y XVIII hizo imposible que los eruditos individuales adquirieran todos los textos disponibles, consolidando así el papel de las bibliotecas universitarias como custodias del saber y facilitadoras del acceso al conocimiento. 

Libros tóxicos

Los libros antiguos han sido valorados durante siglos por su contenido histórico, belleza artística y valor simbólico. Sin embargo, un reciente estudio de la Universidad Lipscomb reveló que muchos volúmenes fabricados entre los siglos XIX y XX contienen niveles peligrosos de metales pesados, como cromo y plomo, utilizados en pigmentos y encuadernaciones. Estos compuestos, empleados para dar mayor durabilidad y brillo a las cubiertas, pueden representar un riesgo para la salud, especialmente en libros con tonos amarillos (cromato de plomo) o verdes (arsénico), cuyas partículas tóxicas podrían liberarse con el manejo frecuente.

La investigación forma parte del Proyecto del Libro Venenoso, una iniciativa global que busca identificar y analizar la presencia de sustancias peligrosas en libros antiguos. Utilizando tecnologías no invasivas, como espectrometría de rayos X, se detectaron concentraciones de cromo hasta seis veces superiores a los límites seguros en algunas encuadernaciones. Aunque el riesgo no es extremo en condiciones normales, la exposición prolongada podría causar problemas cutáneos, respiratorios e incluso cáncer, lo que ha llevado a bibliotecas de todo el mundo a revisar sus colecciones.

Para minimizar los riesgos, los expertos recomiendan manipular estos libros con guantes de nitrilo o algodón, lavarse las manos tras su uso y almacenarlos en áreas ventiladas. Así, se podrá preservar su legado histórico sin poner en peligro la salud de coleccionistas, bibliotecarios y estudiosos. Este hallazgo demuestra que, incluso en la era digital, los libros antiguos siguen guardando secretos, algunos, potencialmente letales.

El futuro

El valor de las colecciones no es solo económico, sino emocional e intelectual. Un libro raro puede ser una ventana a una época, una muestra de arte tipográfico o un testimonio de cómo ciertas ideas circularon en su momento. Sin embargo, el auge del mundo digital plantea interrogantes sobre el futuro del coleccionismo físico. Mientras algunos auguran que las ediciones impresas perderán relevancia, otros sostienen que, precisamente por la saturación de lo virtual, los libros tangibles adquirirán aún más valor como objetos de culto.

En un futuro donde lo digital domina, es probable que las colecciones literarias se redefinan, pero no desaparezcan. Los libros seguirán siendo fetiches para quienes ven en ellos algo más que palabras: trozos de historia, arte y humanidad encapsulados en papel y tinta. La obsesión por poseer lo irrepetible garantiza que el coleccionismo de libros perdure, aunque evolucione, como un refugio para aquellos que aún creen en la magia de lo impreso.

Imagen portada: Librotea / MILENIO

Fuente:

// Con información de Librotea / MILENIO

Vía / Autor:

// Staff

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