Por José Jaime Ruiz
Los “guardianes” de la libertad de expresión son regularmente sus opresores. La regulación sobre las telecomunicaciones en México va más allá de la falsa discusión entre censura y libertad porque se trata de que el Estado recupere la rectoría que le fue arrebatada en la época neoliberal. No ejercer solamente la división de poderes entre el Ejecutivo, Legislativo y un Judicial democratizado, sino que el cambio de régimen profundiza la separación del poder político del poder económico y del poder ideológico para que exista una república democrática y no una república oligárquica.
El “poder político, que detenta los medios de coacción física, es diferenciado del poder económico, basado sobre la posesión de bienes o riquezas, y del poder ideológico, basado sobre el control de los medios de persuasión” (Orígenes y fundamentos del poder político. Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero. Grijalbo, 1984, p. 45). Después del populismo represor y antidemocrático de los ’70, el neoliberalismo destruyó la tríada y el poder político y el poder ideológico se supeditaron al poder económico en tanto el Ejecutivo se sometió a la oligarquía (la presidencia gerencial de Vicente Fox, por ejemplo); el Legislativo a la connivencia a través de moches, incluyendo los siete minutos de infamia de la Ley Televisa; y un Poder Judicial cooptado por la Presidencia (el golpe de Ernesto Zedillo) y por el crimen organizado y la delincuencia de cuello blanco, incluyendo a los extractivistas nacionales y extranjeros.
La oligarquía neoliberal del PRIAN tuvo dos momentos altamente antidemocráticos. El fraude del padre de la desigualdad moderna, Carlos Salinas de Gortari, en contra de Cuauhtémoc Cárdenas, y el fraude de Fox-Felipe Calderón en contra de Andrés Manuel López Obrador. Con Calderón se inició una guerra inútil y el narcogobierno (Genaro García Luna) convirtió el uso legítimo de la fuerza del Estado en una coacción física selectiva con la preponderancia del Cártel de Sinaloa. El poder ideológico, el poder que controlaba los medios de persuasión, firmó un pacto de silencio, de autocensura para mantener sus privilegios. El neoliberalismo sometió a través de una oligarquía al Estado mexicano y sus medios de comunicación nunca criticaron el narcogobierno ni el baño de sangre de los asesinos Calderón y García Luna. Y para subsistir como PRIAN, en 2012 tuvieron que recurrir a la compra de votos y al carrusel.
Según Carlos Monsiváis la verdadera Secretaría de Educación en México era Televisa. Con la Ley Televisa el PRIAN le proporcionó a la oligarquía ideológica apropiarse del espectro radiofónico y televisivo y quitarle al Estado su rectoría en la materia. Hinchados y henchidos, se propusieron una telenovela, los esponsales políticos del espectáculo (Angélica Rivera) con su manipulable candidato, Enrique Peña Nieto. Esas nupcias culminaron la televisión hecha para “jodidos”. Sin contrapesos independientes, TV Azteca, Televisa y otros medios de comunicación impusieron la ideología de la admiración a los Estados Unidos, el clasismo, el racismo, el aspiracionismo, el individualismo, el consumismo, la destrucción de la salud (obesidad, diabetes, enfermedades cardiacas). El poder oligárquico asumió el control del poder político, del poder económico y del poder ideológico para imponer las llamadas reformas estructurales y el saqueo de la nación.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, legitimado por el voto de millones de mexicanos, empezó la disolución del matrimonio perverso entre el poder político y el poder económico. Un país de derechos, no de privilegios; por el bien de todos, primero los pobres. Esta separación pasa inobjetablemente por las reformas democráticas al Poder Judicial y las reformas al poder ideológico que llevarán a la independencia crítica y a la revolución de las conciencias: des/adoctrinar de la peste ideológica neoliberal que los ciudadanos padecieron por generaciones. Algunas televisoras y medios de comunicación no lograrán subsistir. Después de junio, con una nueva Suprema Corte de Justicia, le serán removidas las concesiones a Ricardo Salinas Pliego.
En la página 355 del libro Los guardianes de la libertad puede leerse: “Hay que oponerse enérgicamente a la continua comercialización de las ondas de propiedad pública. A la larga, un orden político democrático precisa un mayor control y acceso a los medios de comunicación. En las agendas progresistas debe contemplarse una seria discusión de cómo hacerlo, así como la incorporación de reformas fundamentales de los medios de comunicación debe figurar en los programas políticos” (Noam Chomsky y Edward S. Herman. Grijalbo Mondadori, 1990).
Quienes hablan de censura son los mismos que pactaron su silencio con el espurio Calderón, son nostálgicos de los privilegios que tenían (Krauze) en la “dictadura perfecta” o de los apapachos (Aguilar Camín). Quienes reduzcan el análisis de la discusión a una dicotomía entre censura y libertad de expresión, por ingenuidad o conveniencia, se equivocan. Esto es más profundo: confrontar al poder ideológico oligárquico desde una separación republicana. El derecho del pueblo a la información y a la revolución de las conciencias contra el resquebrajado privilegio a la manipulación; la alienación, la enajenación neoliberal, pa’fuera.
(José Jaime Ruiz: Escritor, poeta y periodista, es autor de los libros La cicatriz del naipe (Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”), Manual del imperfecto político, Caldo de buitre y El mensaje de los cuervos. Es director fundador de la revista cultural PD. y de Posdata Editores. Dirige el periódico digital www.lostubos.com.)