Por Francisco Villarreal
“Este es Canadá, y nosotros decidimos lo que sucede aquí”, dijo el primer ministro canadiense Mark Carney, al confirmarse su victoria, y la derrota de su oponente conservador Pierre Poilievre, una derrota aplastante, puesto que Poilievre también perdió su escaño parlamentario. Que se sepa, Trump no se ha referido a míster Carney como “gobernador” de Canadá, y aunque lo felicitó, no abandona su necedad senil de anexarse ese país como estado de la unión americana. Trump, como experto que dice que es, demostró su pericia en las elecciones canadienses, y también su miopía. Logró revertir la tendencia a la baja del Partido Liberal en menos de cien días, hundiendo a su semejante conservador, monsieur Poilievre. Hasta los conservadores canadienses lo vieron como otro Trump y en él la realización de la amenaza trumpista de desaparecer como país. El fin de la novela de un gobierno canadiense timorato sucedió horas antes de que el propio Trump celebrara sus “Cien Días” de gobierno en un acto masivo en Michigan. Ovacionado por supuesto por fanáticos, fundamentalistas de la religión “MAGA”. Pero la realidad se impone frente a las sistemáticas mentiras de Trump. La lista de desaciertos es enorme, y la muestra más reciente fue el mismo martes de sus “Cien Días”, cuando reculó respecto a los aranceles sobre partes automotrices, enmascarando su incompetencia con la acusación de que Canadá y sobre todo México, “robaron” a Estados Unidos la industria automotriz. Si los ajustes arancelarios contra México y Canadá se hubiesen calculado y negociado bien antes de vomitarse sobre el TMEC, estoy seguro que ambos aliados, de acuerdo a sus propios intereses, hubiesen colaborado en la recuperación estadounidense en ese sector productivo, porque, como decía mi abuelo, no es lo mismo repartir que compartir; reparte uno, pero comparten todos. O como dice el refrán: “El que parte y reparte, se queda con la mayor parte”.
Los “Cien Días” de Trump me remitieron por asociación involuntaria a “Los 120 días de Sodoma”, o “Saló”, la perturbadora película de Pasolini. No fue tanto por los días sino porque uno de los secuaces de Trump, el no menos fascista Marco Rubio, se parece mucho al obispo de la película, que interpretó el actor italiano Giorgio Cataldi. Claro que Cataldi fue infinitamente mejor actor que Rubio, a pesar de que no era actor sino un simple vendedor de ropa en Roma. “Saló” también fue un retrato de los excesos a los que puede llegar un gobierno fascista, que Pasolini conocía bien, puesto que vivió en la mentada “República Social Italiana”, alias “República de Saló”. Algo más coincide con los “Cien Días” de Trump, porque la República de Saló era un desastre económico, un caos laboral, y un apocalipsis en derechos humanos, servicios médicos y recursos alimentarios. También como ahora en Estados Unidos, la Libertad en la República de Saló era una píldora dorada y vacía, un placebo nomás. Pura retórica de Benito Mussolini, el maestro en Expresión Corporal de Elon Musk.
En retazos, escuché algo de la traducción simultánea de los “Cien Días”, creo que en Milenio TV; creo, porque yo no controlo el control de la TV. Mamá, que tejía una bufanda, se hartó pronto de escuchar al “güero desabrido” y puso mejor un canal de cocina. No me enteré de qué más dijo el “okupa” de la Oficina Oval, pero no había necesidad. Supuse que despotricaría contra “Sleppy Joe” Biden, eventualmente contra Obama. Supuse que desmentiría las encuestas que exhiben el mayoritario rechazo de los estadounidenses a su gestión. Supuse que justificaría su encarnizada persecución contra inmigrantes que ya lo pone a la altura de Diocleciano. Supuse que ofendería sin pudor a sus críticos, a todos los demócratas, a las universidades que se le resisten, a los jueces que fallan ahora o han fallado alguna vez en su contra. Y así a cualquiera que le sirva para estimular la furia eufórica de sus feligreses “magas”. Y según me enteré después, eso hizo. Para alguien que gobierna un país como si fuera jugador de póker, es demasiado predecible.
Hasta ahora, en los medios internacionales, se informa y discute a diario la demencial política económica de Trump y su papel de “pacificador” en la guerra entre Ucrania y Rusia. Pero poco se dice de lo que sucede dentro de Estados Unidos y de las razones por las que su popularidad vaya en picada. La “guerra arancelaria” de Trump es relevante para el mundo, pero la “guerra cultural” que desató contra los estadounidenses podría tener mayores consecuencias y no a tan largo plazo. La “Edad de Oro” con la que encandila Trump a los conejos republicanos no es una recuperación económica fundada en la industria y la innovación tecnológica, es la imposición de sus reglas y la depredación de recursos propios y ajenos. No olvidemos que Trump se cree el líder máximo de Estados Unidos y del mundo, y si no puede ser Papa, porque no es católico, sí es algo parecido en su propia e infernal religión MAGA. Su insistencia el “sugerir” un tercer período como presidente no es una amenaza vacía. Pero para lograrlo necesita desarmar a las instituciones, callar a los críticos, expulsar a las amenazas, controlar a los medios, reescribir la historia, condicionar o cancelar los derechos, censurar la educación, neutralizar al poder judicial, militarizar la seguridad pública, y mentir compulsivamente. Para esto ha desplegado todo tipo de estrategias o ilegales o leguleyas: extorsiones, insultos, amenazas, demandas, chantajes, omisiones. ¡Vito Corleone era más decente! Y en esto, mucho me temo, ningún país puede intervenir, sólo los propios estadounidenses pueden detener esta locura.
Ahora que, hay que reconocer que en sus “Cien Días”, Trump ha tenido muchos desastres pero sí algunos logros, o mejor dicho “logros”. Sus “Cien Días” saturados de órdenes ejecutivas han sido su novedosa versión, y no creo que casual, de la “Blitzkrieg”, la “Guerra Relámpago” de las tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial. Su relativo “éxito” es la velocidad, sólo que en la “Blitzkrieg” los soldados aguantaron el ritmo vertiginoso a base de metanfetaminas, no por patriotismo. Ya veremos si el fanatismo republicano resulta igual de eficiente que esa droga. También logró disminuir el flujo de migrantes, aunque a base del terror, lo contrario a la estrategia mexicana que al menos intenta garantizarles sus derechos. Pero tal vez el mayor logro de los “Cien Días” de Trump es haber puesto en evidencia la debilidad de las instituciones del estado. Contra la supuesta imagen de la meca de la democracia mundial, la estructura del gobierno de Estados Unidos se puso a temblar ante los gritos destemplados de esta versión gringa del “enano del tapanco”. Los países del mundo ven con asombro la tambaleante democracia gringa, excepto algunos como México, que como los tenemos tan cerca y los hemos padecido por tanto tiempo, nunca nos tragamos el cuento de la “democracia ejemplar”. Por lo pronto, creo que tendremos que esperar otros cien días, o varios cientos más, para que nos diga la lista de países que según él le han besado el trasero para que les perdone los aranceles. El gobierno argentino no cuenta, por evidentes razones, ni el Centro Penitenciario de El Salvador.
Ceterum censeo: A través de un mentado fiscal interino, Trump carga ahora contra Wikipedia. Ed Martin se lanza contra la Fundación Wikimedia. Lo hace al estilo Trump, amenazando con cancelar exenciones de impuestos. El objetivo claro es controlar la información y ajustarla a la medida de la fértil imaginación e intereses de su patrón. Si logra su cometido este despreciable sujeto, ultraconservador por más señas, sería como si mis libros de matemáticas los hubiese escrito el Barón de Münchhausen. Lo dicho, el arma favorita del fascismo: la guerra cultural.