Por Efrén Vázquez Esquivel
La interpretación es el alma tanto del derecho como de las religiones. Ninguna religión se sostiene sin procesos interpretativos; toda doctrina, rito o escritura requieren ser comprendidos y actualizados en cada contexto histórico.
Las interpretaciones pueden fundarse en creencias compartidas por una comunidad de fe, en dogmas instituidos por una autoridad religiosa, en la experiencia vivida por líderes espirituales, en teorías de la interpretación o en marcos más rigurosos como la hermenéutica filosófica.
Cuando Hans-Georg Gadamer, fundador de la hermenéutica filosófica –disciplina que estudia cómo comprendemos e interpretamos correctamente los textos–, falleció el 13 de marzo de 2002, el papa Juan Pablo II lamentó la pérdida de su amigo.
Un año después, en su ensayo para la Pontificia Comisión Bíblica sobre la Interpretación de la Biblia en la Iglesia, destacó la hermenéutica de Gadamer como clave para comprender la tradición católica.
Tradición es lo que se transmite de generación en generación para restituir sentido original y adaptarlo al lenguaje actual. En especial en la tradición bíblica es necesario ir a su encuentro de manera reflexiva desde la realidad presente, que favorezca su inculturación y difusión.
Esperemos que este sea el enfoque del cónclave. De lo contrario, si las interpretaciones son erróneas por apartarse del camino trazado por el papa Francisco, favoreciendo políticas ultraconservadoras, la Iglesia católica corre el riesgo de alejarse aún más de sus fieles.
No lo creo, porque como señala Gadamer, desde comienzos del siglo XIX, con Schleiermacher, la hermenéutica teológica se separó de su antigua alianza con la jurídica y la filológica, donde antes la jurídica tenía el liderazgo.
“La hermenéutica jurídica se había escindido del conjunto de una teoría de la comprensión porque tenía un objetivo dogmático, mientras que a la inversa, la hermenéutica teológica se integró en la unidad del método histórico filológico precisamente al deshacerse de su vinculación dogmática” (Verdad y método, p. 397).
Dejó aquí una pregunta a los abogados: ¿Por qué el derecho optó por una hermenéutica dogmática y los teólogos, no todos, optaron por una hermenéutica espiritual-científica?