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Zurcidos, remiendos y enmiendas

Por Francisco Villarreal

Una de las primeras cosas que me enseñó mi abuela fue a remendar calcetines y parchar rodilleras. Decía que nunca se sabe cuándo se puede necesitar. Lo malo de los zurcidos es que los calcetines acababan no rotos sino gastados, transparentes, lo que elevaba el grado de dificultad. El molde zurcidor, un huevo de piedra pulida que se usaba también para “invitar” a la postura de las gallinas, patas y pavas, ya parecía envuelto en celofán no en tela. Al final el zurcido era ya la urdimbre de otra tela. Por más que igualara el color del hilo, se notaba la trampa: hilo burdo contra el hilo anémico de los calcetines baratos. Hogaño ya no se tiene esa cultura. Un hilo flojo basta para correr a comprar calcetines nuevos. Hay viejos que crecimos en el campo y vivimos en la ciudad que sufrimos mucho, nunca nos reponemos del choque cultural. Guardamos todo lo que creemos que puede repararse o reciclarse, pero acabamos con una veintena de frascos de mayonesa vacíos y todo guardado en bolsas de plástico no reciclables. Nos convertimos en pujantes fábricas de basura. Sobreviven si acaso los “botes” de nieve o yogurt que desplazan con éxito a los “topers” atesorando frijoles y sobras. Polvos reciclados de aquellos viejos lodos.

Cuando a don Andrés le dio por fundar su movimiento moreno, traía también esa cultura de nada tirar, reutilizar todo. El movimiento pudo tener muchos seguidores de gayola, pero en anfiteatro, platea y palcos, se notaba lo más graneado del reciclaje partidista. “Peccata minuta”, dirían; o pragmatismo, esas indulgencias de la política que no te salvan del Infierno pero que te hacen descuento en el Purgatorio de algún gabinete. Válido porque en aquella democracia oxidada era necesario aceitar a cualquier precio el brazo del elector. Funcionó en dos elecciones presidenciales y un montón de elecciones locales. Aunque hay que decir que el exceso de aceite gotea o salpica, y con el piso lubricado el resbalón es inevitable. Lo testifica el piso de mi cocina cuando hago buñuelos o rosquillas. El impulso de la 4T podría eventualmente acabar como pista de patinaje con tanto ex-algo reciclado. Si ya con los que había se despertaban suspicacias, con los que se empoderan en el régimen de la presidenta Sheinbaum asumiendo puestos clave, ya no se sabe si la espuma es de jocoque o de leche hirviente.

Personalmente estoy confundido y preocupado. Hay encumbrados funcionarios en gobiernos morenistas, federal y estatales, que me causan mucha desconfianza. La triple alianza de la 4T no me parece muy cohesionada, salvo en casos muy puntuales. El nepotismo, por ejemplo, que no se ha tomado muy en serio en algunos partidos, o se busca eludir o diferir de acuerdo a aspiraciones muy personales. Cualquiera diría que tratan de cobrar el favor, lo que implica que no hay coherencia ideológica ni coincidencia de objetivos con la 4T. El zurcido de este calcetín ni es invisible ni es resistente. La merma en popularidad y confianza es amenazante. La presidenta Sheinbaum podrá dictaminar sobre temas concretos, pero no es un elemento de cohesión en el movimiento Morenista y en la 4T; en el Congreso de la Unión es más notorio que la usan más bien como una referencia muchas veces retórica.

Es muy pronto para identificar una estrategia desde el Ejecutivo para unir partidos hacia la Cuarta Transformación. La Presidenta es simpática y popular, excepto para quienes la odian por sistema o por puro placer. En los siguientes procesos electorales, incluyendo el judicial, la doctora Sheinbaum será útil para que eventuales candidatos se declaren más papistas que el Papa. A primera vista la Presidenta es la líder no oficial de la 4T, pero en las huestes “cuatrotetistas” hay mercenarios tal vez menos vesánicos que la insufrible Lilly Téllez pero igual o peor de dañinos. En estas arenas movedizas la Presidenta sólo puede apelar, no a sus aliados políticos sino a su popularidad, para enfrentar lo que de verdad es urgente: la agresiva política de su “admirador”, el presidente Trump. Por otra parte, la oposición también hace lo suyo para desacreditar al régimen. Incluso, como en Nuevo León, se habla de enmendar las rupturas y zurcir aquella absurda alianza alrededor de las “Dos X” (Claudio X y Bertha X). Resucitar esas alianzas, así sea localmente, demostrará una vez más que la emulsión de ideologías no las fortalece sino las disuelve. Lo que queda al final es la evidencia de que no se responde a una necesidad popular sino a una exigencia trasnacional de la ultraderecha. La campaña presidencial de Trump y sus resultados como presidente son la ruta más o menos discreta de esa oposición sin principios políticos ni valores morales. Ya desde las próximas elecciones judiciales estamos notando la injerencia de la ultraderecha internacional y su brazo operativo estadounidense. La batalla de México contra la normalización del autoritarismo no sólo se da en las mesas de negociaciones y chantajes de Washington, también se da en los medios (tirios y troyanos) y se dará en las urnas.

Me mortifica mucho que se tuerza el camino de una cuarta transformación necesaria. No importaría si se avanza desde cualquier partido. La identificación de los objetivos de una revolución incruenta no tiene qué darse desde algún partido en particular sino desde la base social que los demanda. Si bien el “morenismo” parece ser el más cercano a la gente, la oposición, por su propia irracional oposición, habla y opera desde la verticalidad, desde la élite política y económica. Si se sintieron desanimados por haber perdido campañas electorales sustentadas en mentiras y agresiones, el triunfo de Trump en Estados Unidos debe haber renovado su esperanza. El actual rechazo a la elección judicial, plagada de advertencias, mentiras e insultos, replica el guion de Trump tanto en campaña como ahora como presidente. El espejo negro exhibe la verdadera promesa de esa oposición irracional: autoritarismo, dictadura, menoscabo de los contrapesos institucionales, restricción y hasta eliminación de derechos, discriminación, amenazas y agresiones abiertas contra cualquier forma de oposición, aplicación de decisiones unilaterales ignorando o retando a las leyes, y sobre todo, la imposición cínica de una narrativa oficial evidentemente falsa. No hay zurcido fino ni remiendos, Trump incluso ha desafiado las leyes más amadas por los estadounidenses, lo que ellos llaman “enmiendas” a la Constitución. Insisto: esa es la ruta de una oposición que necesita en lo inmediato reinsertarse en el Poder Judicial para que se mantenga no como contrapeso legítimo de los otros poderes sino como obstáculo ilegal. Lo demás les vendrá con el tiempo, paciencia (que no tienen), y el apoyo evidente de ese nuevo circo de los fenómenos de Phineas T. Barnum en que se ha convertido el gabinete de Trump.

La doctora Sheinbaum tiene todavía tiempo para consolidarse como líder no de un partido sino de un movimiento popular. Con argumentos críticos respaldados por la gente común, tal vez pueda frenar a los ambiciosos y facinerosos de la alianza morenista y de la entente opositora. Intervenir directamente en MORENA sólo le redituaría choques cada vez más aparatosos con las nuevas tribus. Además, sería repetir el viejo vicio del PRI y del PAN, poniendo al Poder Ejecutivo como líder de facto del partido en turno. Aunque su partido debe preocuparle a la Presidenta, lo cierto es que no se le eligió para consolidar partidos sino para administrar a un país. Y en este momento, cualquier intento por desacreditar a su gobierno podrá dañar a su partido y a sus aliados, pero también está poniendo también en gravísimo riesgo a todo el país, especialmente a su soberanía. No se trata de callar a la crítica sino de frenar sus excesos. Y el descrédito inducido no sólo llega desde el gabinete de Trump, también desde mexicanos que odian a este régimen. Y no hablo de Verástegui, cuya identidad mexicana es ya tan cuestionable como su devoción católica y su piedad cristiana. La elección de jueces, magistrados y ministros corre el riesgo de ser desoída por los electores reales y atendida por el pastoral acarreo de sufragios comprometidos. De caer en la trampa, no habrá hilo que pueda unir los harapos de nuestra legalidad. Esto sí es un asunto de seguridad nacional, no las patrañas del vecino norteño que, con Trump, ha dejado de ser un incómodo salpullido para convertirse un incordio y, como las bubas de la peste, contagioso y mortal. Rumanía se acaba de sacar de encima a un clon de Trump, y sólo con el poder del voto. ¿Podremos nosotros detener el contagio?

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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