Por Carlos Chavarría Garza
La democracia, el ideal de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, se encuentra hoy en una encrucijada crítica. Si nos guiamos por los altos niveles de abstencionismo en los procesos electorales, bien se puede hablar de que vivimos en democracias profundamente divididas y debilitadas. Pero esta fragmentación es solo la punta del iceberg.
Al sumar tendencias poblacionales como el envejecimiento demográfico, la omnipresente manipulación en las redes sociales y la alarmante degradación de la información distribuida por la web, se está gestando un caldo de cultivo que amenaza con una irreversible pérdida de la calidad de nuestras democracias, socavando los pilares fundamentales del sistema democrático y planteando la pregunta crucial: ¿tiene realmente la democracia algo nuevo que ofrecer ante estos desafíos existenciales?
I. El Abstencionismo y la Fractura Democrática: Cuando la Desconexión se Vuelve Norma
El abstencionismo electoral es mucho más que una simple falta de interés cívico; es un síntoma de una profunda desconexión entre la ciudadanía y el sistema político (Córdova, 2007). Una democracia no puede florecer, y mucho menos funcionar eficazmente, con una participación marginal.
El alto número de ciudadanos que optan por no ejercer su derecho al voto revela una creciente apatía, desilusión o, peor aún, una convicción de que su voz carece de peso real en el proceso de toma de decisiones. Esta realidad conlleva a que las políticas públicas y las decisiones cruciales sean, en efecto, dictadas por una minoría activa, generando una brecha significativa de representatividad y legitimidad. Como señala la Corte Interamericana de Derechos Humanos, aunque la abstención sea una forma de expresión política, el ideal democrático busca la participación plena (Corte Interamericana de Derechos Humanos, s.f.).
La «división» que esto genera es multifacética. Por un lado, se manifiesta entre aquellos que sí participan y los que se autoexcluyen, creando un abismo entre dos segmentos de la sociedad con intereses y prioridades potencialmente divergentes. Por otro lado, esta división puede acentuarse entre grupos demográficos con patrones de participación electoral marcadamente distintos, como es el caso de las generaciones. Este escenario de polarización y desafección es un terreno fértil para el surgimiento de nuevas formas de liderazgo y movimientos que prometen soluciones rápidas, pero que a menudo carecen de la visión y la capacidad para abordar los problemas estructurales de fondo (UNAM, s.f.).
II. Tendencias Demográficas y la Reconfiguración de las Prioridades Políticas
La evolución demográfica, particularmente el envejecimiento poblacional en muchas democracias occidentales y emergentes, añade otra capa de complejidad a esta crisis (Naciones Unidas, s.f.). El incremento de la esperanza de vida y la disminución de las tasas de natalidad reconfiguran la pirámide poblacional, con implicaciones profundas para la política democrática.
En primer lugar, el envejecimiento de la población tiende a desplazar las prioridades de las políticas públicas. Los gobiernos se ven cada vez más presionados a volcar recursos hacia el cuidado de la salud, las pensiones y la seguridad social para una población mayor. Aunque estas son necesidades legítimas, esto puede ocurrir en detrimento de inversiones a largo plazo en áreas cruciales como la educación, la infraestructura futurista o la investigación en nuevas tecnologías. Esta desviación de recursos podría, a la larga, hipotecar el bienestar de las generaciones futuras, dando lugar a lo que algunos analistas han denominado una «gerontocracia electoral», donde los intereses de la población de mayor edad dominan la agenda política (Carbajo, 2008; Loret de Mola Pino et al., 2023).
En segundo lugar, se observa una diferencia generacional en los patrones de participación política y en las actitudes hacia el cambio. Las personas mayores tienden a mantener posturas más conservadoras y a exhibir tasas de participación electoral consistentemente más altas que los jóvenes.
Esta dinámica puede sesgar los resultados electorales hacia el status quo, dificultando la adaptación a los cambios rápidos y la implementación de políticas innovadoras necesarias para afrontar los desafíos del siglo XXI, como la crisis climática o la transformación digital.
Finalmente, el envejecimiento se cruza con la brecha digital generacional. Si la población más joven, que es digitalmente nativa y está más expuesta a las complejidades del entorno informativo online, es precisamente la que menos vota, mientras que la población más envejecida, que si bien puede ser menos susceptible a ciertas formas de manipulación en línea, también está menos conectada con el dinamismo digital y la diversidad de pensamiento en la web, es la que más participa, se crea una disonancia preocupante en la voz democrática. Las decisiones políticas, vitales para el futuro de todos, pueden no reflejar adecuadamente las necesidades y aspiraciones de las nuevas generaciones.
III. La Manipulación en las Redes Sociales y la Degradación de la Esfera Pública
El ascenso meteórico de las redes sociales, si bien prometió democratizar la información y la participación, se ha convertido en un factor disruptivo masivo que erosiona la calidad de la democracia. El mecanismo es insidioso: estas plataformas facilitan la diseminación masiva y a velocidad vertiginosa de desinformación, fake news y narrativas polarizantes. Peor aún, se han convertido en el terreno para campañas de influencia extranjera o interna, diseñadas para socavar la confianza y sembrar la división (León Ganatios, 2024; Londoño et al., 2020).
El corazón del problema reside en los algoritmos de estas plataformas, que priorizan el engagement emocional por encima de la veracidad. Contenido sensacionalista, conspirativo o divisivo tiende a generar más clics y comparticiones, creando «burbujas de filtro» y «cámaras de eco» donde los usuarios solo ven información que refuerza sus preconcepciones existentes (Pariser, 2011). Esta dinámica socava el debate racional, el consenso y la capacidad de la ciudadanía para discernir la verdad.
El efecto es devastador: la manipulación digital distorsiona la opinión pública, influye en elecciones de manera subrepticia, promueve la desconfianza generalizada en las instituciones y, en última instancia, pulveriza la base informada sobre la cual se supone que operan las democracias (McIntyre, 2018; Zuboff, 2019). Como Richard Feynman advertía, permitir que las corrientes políticas —ahora amplificadas digitalmente— moldeen nuestro pensamiento es un «desperdicio intelectual» sin precedentes (Feynman, 1999).
A esta manipulación se suma la degradación de la información distribuida por las propias fuentes oficiales y tradicionales. Cuando gobiernos, partidos políticos o incluso instituciones mediáticas serias pierden credibilidad, o se ven forzados a competir en el ecosistema de la desinformación adoptando tácticas sensacionalistas o simplistas, la distinción entre hechos y ficción se vuelve casi imposible.
Esto genera un peligroso vacío de autoridad epistémica (Wardle & Derakhshan, 2017), donde la ciudadanía, al no poder confiar en las fuentes tradicionales, se vuelve más susceptible a las narrativas conspirativas o, simplemente, se desconecta por completo del proceso informativo y político, refugiándose en el cinismo o la apatía (del Tronco, 2013).
IV. El Caldo de Cultivo: Un Ciclo Vicioso de Frustración y Demagogia
La combinación de abstencionismo, envejecimiento poblacional, manipulación digital y degradación informativa crea un escenario donde la participación ciudadana se reduce y se vuelve menos representativa. El debate público se polariza (Haidt, 2012), vaciándose de fundamentos racionales, mientras la confianza en las instituciones se desmorona.
La toma de decisiones colectivas, en lugar de basarse en hechos verificables, es impulsada por emociones o desinformación (Kahneman, 2011; Pennycook & Rand, 2021), debilitando drásticamente la rendición de cuentas de los líderes en un ambiente de confusión perpetua. Este fenómeno puede incluso extender la «banalidad del mal» cuando la gente actúa como «sujetos pasivos» de estas manipulaciones, contribuyendo a resultados perjudiciales sin plena conciencia (Arendt, 2000).
Este panorama se agrava por una concepción limitada de la democracia. Las sociedades tienden a verla primariamente como un mecanismo de reivindicación, un medio para reclamar derechos o corregir injusticias pasadas. Si bien esta función es vital, se omite su rol como un proyecto de construcción proactiva del futuro, un espacio para diseñar e implementar soluciones a los atrasos endémicos —tanto morales como materiales— a través de la inteligencia colectiva (Saward, 2021).
La frustración por la falta de resultados tangibles en el corto plazo alimenta el «péndulo electoral», empujando a los votantes hacia nuevas narrativas. El electorado, buscando soluciones inmediatas a problemas complejos y de largo aliento, se convierte en presa fácil de discursos que, si bien coinciden con los apremios de minorías o mayorías descontentas, a menudo ofrecen soluciones simplistas o chivos expiatorios.
Los líderes demagogos explotan esta vulnerabilidad, no buscando la construcción a largo plazo, sino la captura emocional y la movilización de masas mediante promesas irrealizables, polarización y retórica divisiva (Aristóteles, como se citó en SciELO México, 2016; Sunstein, 2009).
Su objetivo es el poder, no la solución real de los problemas, perpetuando así un ciclo de desilusión y cambio político volátil.
Este patrón se ha manifestado históricamente. Al término de la Segunda Guerra Mundial, se establecieron los acuerdos de Bretton Woods buscando un orden global de cooperación. Sin embargo, con el tiempo, las condiciones cambiaron, y esos acuerdos se reformaron, dando paso a la globalización. A su vez, esta fase, antes de ver realizados todos sus propósitos, ha sido desafiada y, en parte, abandonada por el actual auge del proteccionismo y el anti-liberalismo, generando tensiones y estancamiento (Wikipedia, s.f.).
Lo más paradójico es que cada una de estas transiciones —de la posguerra a la globalización, y de la globalización al proteccionismo— se ha dado, al menos en parte, a través de procesos democráticos. Los votantes, en diferentes momentos, han elegido líderes y partidos que promovían (o se alineaban con) las políticas de cada fase, demostrando un cortoplacismo que impide mantener una visión de construcción de futuro a largo plazo.
Las distorsiones en el pensamiento, creadas por narrativas «ad-hoc» a los poderes fácticos, olvidan las visiones de futuro más allá de las coyunturas a cambio de falsas expectativas (Han, 2014). Estas narrativas inducen a creer en absurdos, como la idea de que la violencia y la entrega de libertades son aceptables en aras de un falso progreso o un orgullo nacionalista excluyente. Ningún ser humano en su sano juicio, sea ruso o judío en un conflicto actual, desearía la guerra como una buena solución para el futuro; sin embargo, son movilizados por la manipulación y el engaño (Le Bon, 1896; Freud, 1921).
V. La Cuestión Álgida: ¿Tiene la Democracia Algo Nuevo que Ofrecer?
Ante este sombrío panorama, la pregunta es ineludible: ¿Tiene la democracia, tal como la conocemos, algo nuevo que ofrecer? La crisis en la conducción de conflictos, caracterizada por una polarización estéril, cortoplacismo, falta de realismo e incompetencia estratégica, sugiere un declive (Snyder, 2017). Es un llamado a recuperar un cierto pragmatismo maquiavélico, no para la crueldad, sino para una gestión efectiva del poder y el conflicto que proteja los intereses de la sociedad (Maquiavelo, 1532/2008; Santana, 2025). Ignorar esta realidad es dejar a las sociedades vulnerables a fuerzas que operan con una visión más cruda y estratégica del poder.
A pesar de estas amenazas, la democracia no es un modelo estático; es un marco adaptable que puede reinventarse. Su potencial no reside en una solución mágica, sino en la revitalización de sus principios fundamentales y la adaptación de sus mecanismos a los desafíos actuales. La democracia puede (y debe) ofrecer:
- Democracia Deliberativa y Participación Ciudadana Profunda: Más allá del voto periódico, se necesitan espacios para la deliberación genuina, como asambleas ciudadanas aleatorias o presupuestos participativos, que contrarresten la polarización y fomenten el pensamiento crítico (Bessette, 1997; Bohman, 1997; Monsivais Carrillo, 2006). La novedad aquí reside en la profundidad y el diseño institucional de la participación, que va más allá de la mera consulta.
- Tecnología al Servicio de la Democracia (Democracia Digital Responsable): Aunque las redes sociales han sido un arma de manipulación, las mismas herramientas digitales pueden ser reorientadas. Esto implica desarrollar plataformas de voto y deliberación seguras (Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, 2020), invertir masivamente en alfabetización digital para dotar a los ciudadanos de herramientas para discernir la verdad (Area & Guarro, 2012; UNESCO, s.f.; International Fact-Checking Network, s.f.), y exigir transparencia algorítmica a las plataformas (Reuters Institute, 2024). La novedad reside en cómo la tecnología puede empoderar a los ciudadanos y mejorar la calidad del debate público, en lugar de degradarlo.
- Recuperación del Pensamiento Crítico y la Racionalidad a Largo Plazo: Esto exige una educación cívica revitalizada que enseñe no solo el funcionamiento del sistema, sino la importancia de la deliberación, el respeto a la diversidad y la visión a largo plazo (Sagan, 1995; Bailin & Siegel, 2002). Es fundamental contrarrestar las narrativas polarizantes con discursos que enfaticen la cooperación, la resolución de problemas complejos y la construcción de un futuro compartido que supere los estrechos límites del nacionalismo o la identidad de grupo. La novedad es la conciencia de la necesidad de este rescate intelectual y moral, y la acción deliberada para contrarrestar las fuerzas que degradan el pensamiento.
- Una Nueva «Realpolitik» Democrática (Pragmatismo Maquiavélico Aplicado): Implica adoptar un pragmatismo estratégico en la gestión del poder y el conflicto que proteja los intereses de la sociedad. Esto se traduce en menos «politiquería» y más capacidad estratégica para resolver problemas reales, lo que puede restaurar la confianza en la capacidad de la democracia para generar resultados tangibles. La novedad aquí es la combinaciónde la legitimidad democrática con una competencia estratégica y orientada a resultados que a menudo se ha perdido en la vorágine populista.
Una Democracia en Reinvención Permanente.El futuro de las sociedades se define en la capacidad de navegar la compleja intersección entre la tecnología, la política y la información. La especulación sin rigor emerge como un corrosivo intelectual, distorsionando la realidad y debilitando el pensamiento crítico. La crisis en la conducción de conflictos revela una desconexión entre el pragmatismo político y la «politiquería» moderna, centrada en la imagen y el corto plazo.
“El ser humano es tan libre que puede escoger su propia esclavitud” (Kierkegaard, 1843/1987). Esta «esclavitud» no es necesariamente una opresión física o política externa, sino una autoimposición de límites, una renuncia voluntaria a la propia autonomía, a menudo influenciada por las narrativas que nos prometen comodidad a cambio de la libertad de pensamiento.
La elección es clara: abrazar la verdad, la razón y la adaptación, o sucumbir al caos informativo y al estancamiento, perpetuando así la propia servidumbre. La democracia, en su versión actual, puede no tener «nuevas» respuestas mágicas, pero sí la capacidad de reinventarse constantemente para afrontar los desafíos de cada era. El futuro de su calidad y supervivencia depende de nuestra voluntad colectiva para emprender esta reinvención.
Referencias
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