Por Félix Cortés Camarillo
El gobierno de la Ciudad de México acaba de verse muy hojaldre -los más jóvenes le llaman ojéis, y los más viejos no podemos decir su nombre por ser falsos pudibundos, decimos ojete- al negar un simple permiso para una marcha pacífica este mes, en apoyo a las personas que por ahora se llaman discapacitadas. Del Ángel al Zócalo.
Para ilustración y esparcimiento, la palabra ojete en español es hermana del ojal que todos nuestros botones tienen. Por analogía, en el hablar mexicano, ojete es el extremo final del sistema digestivo y la palabra sirve para calificar una actitud perversa y agresiva de una persona.
Bueno, para mí, la autoridad de la Ciudad de México se vió muy ojete.
La señora Carla Brugada, mandamás de la capital y evidente aspirante a la silla presidencial heredada de género, no autorizó que los que apoyan a las víctimas de cierta discapacidad física, marcharan por el centro de la ciudad, como había convocado el Dr. Simi -que también tiene sus aspiraciones de altura y también pertenece a la categoría de los discapacitados- en una marcha en apoyo de esos seres humanos que son más del 9 por ciento e la población del país. Los discapacitados.
No se hubiera tratado de una manifestación de los “maestros” de la CNE del sureste, porque la señora Brugada hasta cama les tiende. Pero esto era una marcha en favor de los discapacitados…
Esas personas, además de los problemas que su propio cuerpo y condiciones les imponen, sufren desde siempre la discriminación del lenguaje. Muchos desde la primaria -que es la etapa en que los humanos somos más crueles- escucharon que les llamaran panzón, tripa, cuatrojos, bizcorneta, o tullido.
Más adelante fue peor. La sociedad escogió entre una amplia paleta de nombres para los diferentes. Y les dijimos sordo, mocho, chueco, sordomudo, manco, tuerto, cojo, ciego o no sé cuántos nombres más.
Cuando nuestra moral pequeñoburguesa comenzó a probar la hostia del arrepentimiento, nos pusimos a inventar términos hipócritas, como era de esperarse.
La primera y más cruel fue la de inválido. Ya quisiéramos millones de humanos tener el cerebro válido de Stephen Hawkins.
Luego, llegó “persona con discapacidad” y, más adelante, “impedido”. Siguiente, minusválido. Hasta donde yo sé, ahora son “personas con capacidades diferentes”.
Gertrude Stein, que pasó a la historia como la norteamericana y mecenas más valiosa para el arte que hoy llamamos contemporáneo, y que en su casa de Paris albergó, emborrachó y alimentó a Picasso, Cezanne, Dalí, Heminghay y otros grandotes, y no por su poesía, le daría pena ver como no somos capaces de nombrar a las cosas: “Une rose est une rose, est une rose..” dice en parte uno de sus más conocidos poemas.
Personas con capacidades diferentes, nos dicen hoy que debemos decirles.
Y mientras, en los estacionamientos, los espacios supuestamente reservados para ellos, con la simbología azul y blanca, se violan constantemente. Y las banquetas de nuestras calles, suficientemente angostas para obligar a la cortesía de ceder el paso, son intransitables para las personas que todavía conservamos alguna capacidad.
Vale la pena pensar en el concepto personas con capacidades diferentes.
Tal vez si nos quedáramos con el término personas, sería suficiente.
PILÓN: PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Me encuentro con opinadores sabios que miran señales en la salida airosa de Pablo Gómez, del cargo inquisitorial de la Unidad de Investigación Financiera, en la que no dio resultado alguno: ni los que se esperaban, ni los que se le exigían. Don Pablo no sabe ni de investigación, ni de finanzas, ni de nada. Sólo de grilla. Por eso va a manejar el próximo fraude electoral desde el gobierno.
La entrada de Omar Reyes Colmenares, un policía relacionado con Omar García Harfuch a ese puesto, no solamente indica que la UIF podría finalmente detectar, perseguir y consignar a los fraudulentos de México. De eso, me dicen que el señor Reyes Colmenares sí sabe.
Pero, además, por sus afiliaciones, su nombramiento manda un mensaje que yo quisiera que no fuese cifrado según afirman: que el cordón umblical de Palacio Nacional con La Chingada se hace más débil.
Por lo menos, hay muchos mexicanos que lo esperan.



