Por Francisco Villarreal
Estaba yo escuchando un himno milenario dedicado a Helios, el Sol. Como estaba en griego no entendí una palabra, pero sí tuve mucho calor. En ese trance cualquiera pensaría en huir de la canícula nuevoleonesa hacia parajes más frescos, Alaska, por ejemplo, aunque con el encuentro de Putin y Trump creo que habrá deshielo. No es mi caso escapar de este calor, porque no me gusta viajar. Jamás tuve alguna razón, pero sí ahora que mis limitaciones motrices son mayores. “Los viajes ilustran”, dicen. Dudo que así sea. Prefiero ilustrarme más sobre la tierra que piso; debo acostumbrarme a la última cuna que tendré. Sí he viajado, si acaso media docena de veces. Sólo un par de ellas por curiosidad juvenil, las demás por necesidad. La primera impresión siempre fue el asombro. La siguiente fue intentar ubicarme en un espacio distinto. Difícil cuando mis referentes están muy lejos, y mi ombligo me jala desde donde lo enterraron hace décadas: a unas cuadras de los hornos de la vieja Fundidora. Tengo amigos que aman viajar. No sé lo que buscan, o no sé de qué huyen. Tampoco los he visto regresar de sus viajes muy ilustrados. Sí cansados, gastados, y cargados de chunches autóctonos que ni siquiera simbólicamente representan a su origen vagamente cultural y abrumadoramente turístico. Dos queridos amigos regresaron con la lengua morada de tanto beber vino italiano en Italia. Yo amorataría mi lengua con una chupaleta local e igual me pondría frenético por hiperglucemia. Así, mortificando a mi páncreas, leería Petrarca o a Calvino, luego vería ilustraciones de Pisa, del domo de Adriano, la Catedral de Santa María del Fiore, la Basílica de San Pedro, tal vez oyendo a Mina, o a Pavarotti y Zucchero cantando “Caruso” a dúo (Mea culpa, me gustan más las óperas en alemán). Así me llevaran a rastras a cualquier lugar histórico del mundo, creo que se viaja mejor con la imaginación, ¡y gratis! Sin aduanas, sin traductores, sin maletas, y sobre todo sin espías deliberados o casuales que nos fiscalicen. Ya ven como les está yendo a los herederos de don Andrés.
Es divertido cómo se ha polemizado a morenistas viajeros, especialmente a Andrés Manuel López Beltrán, por sus vacaciones de verano y por sus gastos, unos más otros menos excesivos. A esto se ha dedicado principalmente la “oposición” desde sus resonadores de costumbre; la “oposición”, ese ente mitológico, entre Euménide y Erinia, por obsesiva y furiosa, o como Aélopo y Ocípode, aquellas arpías especialistas en ensuciarlo todo. Aunque desde las propias filas de la 4T no han faltado críticas al turismo morenista con cartera política. Yo no veo mayor problema en que estos turistas gasten lo que quieran o puedan en su esparcimiento dentro y fuera del país. Es muy su dinero, en tanto no hagan uso de recursos del erario más allá de sus salarios y prestaciones legales. No es “políticamente correcto”, pero es perfectamente legal. El tema es que se vislumbra una grieta entre el obradorismo y el claudismo. Ya bastantes problemas hay dentro de la 4T por la leva indiscriminada y fríamente pragmática de fulanos y fulanas impresentables. La factura la paga el movimiento deslustrándole lo social y pringándole con cinismo político. Pero este affaire vacacional muestra un distanciamiento obvio de morenistas destacados respecto a la austeridad y sobriedad que pregonó, promovió y asumió don Andrés. Peor aún: exhibe a la élite política del “primero los pobres” siendo todo menos pobres. Grave distancia, en el peor momento económico y geopolítico, con una oposición entusiasmada con el mal ejemplo gringo. Sin embargo, también es una oportunidad para el claudismo, cuyo liderazgo popular es evidente, pero que necesita consolidarlo también en el morenismo y, por extensión, en la 4T. De alguna forma este brete turístico facilita la depuración desde adentro, y con la ayuda involuntaria de la oposición estridente, cuya miopía ya no se alivia ni con gafas y cuya torpeza política se refina cada vez. Por más diplomática y conciliadora que quiera mostrarse la presidenta con A, no puede permitir que la gente, y sobre todo los pobres, vean en los liderazgos de la 4T a un hatajo de sibaritas. Ya vimos durante años a priistas, panistas y perredistas epicúreos exhibiendo sus excesos sin recato y, en algunos casos sin delito. Y nosotros, cual tristes gatos mirando el garabato mientras otros se tragaban el chorizo. La opinión de la doctora Sheinbaum, con reproche pero sin confrontación, es un buen principio, el claudismo como una reforma al obradorismo no como una ruptura. Y ¡atención!: la continuidad no debe ser una calca, ni consanguínea. Esto no es una monarquía hereditaria. Uno de los factores que fortalecieron al obradorismo fue su sensibilidad hacia la desigualdad. Los vacacionistas morenistas no parecen tenerla. Aun cuando sus excesos sean legales y legítimos, ninguna justificación pública los libra de tensar la liga en dos puntos críticos: hacia dentro del movimiento de la 4T, que no es político sino social, y hacia la base militante. La única solución es no detener sino controlar la ruptura interna; la otra ruptura pulverizaría a la “cuarta transformación”.
Para sazonar todavía más el affaire de los turistas, otra vez el presidente de Estados Unidos mete ruido en la histeria política mexicana con otra de sus cotidianas bateas de babas. Su orden de usar al ejército contra los cárteles mexicanos ha sido vista como una nueva amenaza de invadir, o por lo menos de intervenir. La paranoia no es ociosa, porque Estados Unidos tiene la costumbre de usar a su ejército en otro país con cualquier pretexto. Sadam Hussein daría fe de esto, si viviera. Estados Unidos suele pelear sus guerras fuera de su territorio. Para mí, la orden fue emitida con vaguedad deliberada. La presión contra México sigue, y no va a terminar con desmentidos y precisiones, ni de su embajador ni del propio Trump. Ese es el estilo del gobierno de Trump. Lo que haya conseguido o consiga en su pleito contra todo el mundo es por amenazas y extorsiones, no por negociaciones. Parece disfrutar mucho que se le tema y se le odie. Lo que dice muchísimo del estado de su salud mental. El uso de militares contra los cárteles sí es una amenaza contra México, pero no inmediata. Es más amenazante contra los propios estadounidenses, quienes sufrirán en carne propia la desastrosa “guerra” contra los cárteles que aplicó Felipe Calderón en México. Además, el despliegue militar dentro de Estados Unidos también será un peligro para cualquier tipo de disidencia a su régimen claramente fascista. Ya en este momento, y con el apoyo del FBI, se intenta una persecución policiaca en contra de legisladores demócratas texanos que se resisten al enésimo intento de Trump y sus secuaces por manipular las elecciones. Ya en este momento se cierne la insólita amenaza de ¡invasión! de Trump en contra del estado de Nueva York. Los estadounidenses han dejado crecer la impunidad de un régimen que se pasa las leyes por el arco del triunfo. Y ese es el hombre que pretende recibir el Premio Nobel de la Paz. El cómplice del genocidio en Gaza, el agresor cobarde en Irán, el que pone precio a la cabeza de un presidente extranjero, el que obliga a Europa a comprarle armas para enfrentar a Rusia mientras pretende negociar con Rusia para lograr la paz en Ucrania. Si Hitler viviera, seguramente admiraría al Trump. Cuando Trump pueda usar al ejército de Estados Unidos contra los propios estadounidenses, nada le impedirá que cualquier día amanezca con ganas de anexionarse la mitad o más del territorio mexicano, o de cualquier otro país como Panamá o Venezuela. Creo que los mexicanos ya estamos acostumbrados a vivir con esa espada de Damócles sobre nuestras cabezas. La novedad es que Estados Unidos no había tenido un presidente más demencial que este. Sólo hay que tomar algo en cuenta. Si Trump interviene militarmente en México, todos los países de América entenderían que podrían ser el próximo, excepto unos cuantos regímenes lamebotas de EEUU. La única defensa sería la unidad y alianzas defensivas estratégicas. Eso no le conviene a Estados Unidos, y eso también debe saberlo Trump. Sólo hay qué ver su falta de respeto por la soberanía de las naciones, desde su “riviera” palestina hasta la cesión de territorio de Ucrania. Aunque no son exactamente el mismo caso, porque no existen palestinos “separatistas” pro-Netanyahu, en cambio en Ucrania, fue el régimen naZionalista y violento de Zelenski quien presionó a los ucranianos del este para intentar separarse de Ucrania. Lo curioso es que tal vez hayan escapado más ucranianos en general hacia Europa que ucranianos pro-rusos hacia Rusia. ¿De qué huyen los que huyen? ¿De la guerra, de Putin o de Zelenzki? ¿Tal vez de Trump?



